Carmen Martínez Castro-El Debate
  • ¿Quién puede hacer política en esas circunstancias? Sánchez se encierra en la Moncloa, los ministros se dan a la fuga y los portavoces se esconden hartos de dar la cara por tanta golfería

Los socialistas casi dan pena. Cada día llueve sobre ellos una catarata de escándalos. Esta semana han tenido un completo: puteros, ladrones y acosadores sexuales, todos instalados en la cúpula del partido o del gobierno. ¿Quién puede hacer política en esas circunstancias? Sánchez se encierra en la Moncloa, los ministros se dan a la fuga y los portavoces se esconden hartos de dar la cara por tanta golfería; en los territorios se masca la tragedia ante las elecciones que se avecinan. Hasta tres juzgados de la Audiencia Nacional, además del Supremo, investigan causas de corrupción relacionadas con el PSOE; demasiado lawfare, incluso para los esforzados jornaleros de la sincronizada.

Todos se preguntan cómo fue posible, ¿cuándo se jodió su Perú? ¿Cómo han llegado a verse liderados por esta panda de ineptos, golfos y amorales? ¿En qué momento el feminismo batallador se transformó la omertá del machismo más casposo? Se dicen a sí mismos que nada tienen que ver con esta cuerda de presos, que todo ha sido un accidente o producto de la mala suerte. Magro y erróneo consuelo. Su penosa situación actual es la consecuencia inevitable de sus decisiones de antaño. Ellos se labraron su ruina, abrazaron frívola e irresponsablemente el populismo y ahora están pagando las consecuencias de aquella decisión; como decían nuestras abuelas, en el pecado llevan la penitencia.

Sánchez nunca tuvo ni la experiencia ni la categoría intelectual ni los mínimos fundamentos morales necesarios para liderar a un partido como el PSOE. Era un arribista, uno de tantos vividores de la política, un insensato sin escrúpulos, según magistral definición de Antonio Caño. Cuando la organización del partido constató el enorme peligro que entrañaba lo despidieron sin contemplaciones, pero ahí llegó la revancha populista. La militancia ofuscada por su discurso radical y su estrategia victimista le devolvió al poder en aquellas primarias y todos los mecanismos de control interno del partido quedaron desactivados. Con Sánchez se instalaron en Ferraz y en Moncloa sus compañeros de aventura, lo peor de cada casa, los más zafios, los más brutos y los más inmorales. No puede sorprender que desde el inicio de su mandato se pusieran a robar.

En las democracias liberales los partidos políticos cumplen una función imprescindible, realizan una constante tarea de selección interna para ofrecer a la sociedad unos representantes a quienes se les pueda encargar la gestión de los intereses públicos. El populismo de las primarias ha desactivado esa función, ha derivado en un caudillismo autoritario y en un proceso de radicalización donde no prosperan los mejores sino los más exaltados o los más pelotas. El PSOE de Sánchez y su gobierno demuestran el resultado de ese proceso inverso de selección de excelencia. La guinda de tanto despropósito es presentar en Extremadura como candidato electoral a un procesado por la justicia.

Los socialistas españoles, al igual que los conservadores británicos tras el Brexit, están pagando la penitencia de su deriva populista y son un buen ejemplo para todo aquel dispuesto a aprender lecciones de los errores ajenos. Incluso conviene aprender del absurdo me too en que se ha embarcado el PSOE para entender que la auténtica justicia nunca viene de la mano de la histeria inquisitorial sino de la templanza y de la valentía para aplicar la ley de manera irrenunciable y prudente. Justo como acaba de hacer el Supremo en el juicio contra Álvaro García Ortiz.