Rebeca Argudo-ABC
- Me escama la especial sincronía de la sincronizada, precisamente ahora
El PSOE, estos días, parece la cuenta de Instagram de Cristina Fallarás: todo son historias de acosadores machistas. A los ya viejos conocidos por su afición, entre otras cositas, al solaz y esparcimiento, Ábalos, Koldo y Cerdán, se suman ahora Paco Salazar (secretario general de Coordinación Institucional en Moncloa), Antonio Navarro (secretario general en Torremolinos), Francisco Luis Fernández Rodríguez (alcalde de Belalcázar, Córdoba), José Tomé (presidente de la Diputación de Lugo), Toni González (alcalde de Almussafes)… El goteo es incesante, una suerte de empecinado ‘Me Too’ socialista muy oportuno. Demasiado, quizá. Y es que mientras estamos entretenidos, deleitándonos con la refinada prosa de algunos de ellos «echas mucho de menos una buena comida de almeja», «que te quiero meter ficha…») o haciendo apuestas sobre el nombre del siguiente en la lista, no estamos prestando atención al chaparrón de escándalos que van cercando al Gobierno, cada vez más cerca del núcleo. Llámenme tiquismiquis, pero me escama que se haya abierto de pronto la caja de Pandora del acoso sexual, justo ahora. Y que sean tan contundentes e inflexibles todos con estos casos, forzando las dimisiones de un montón de personajes apenas conocidos hasta ahora y carentes de interés. ¿Es casualidad que saque músculo el feminismo socialista justo cuando se intensifican las informaciones sobre la corrupción del Gobierno que llegó para acabar con ella y cuando más palpable era, además, el desafecto de ese movimiento tras conocerse la afición por el cariño remunerado de la banda del Peugeot? ¿Por qué no lo fueron tanto con aquellos y lo son ahora con estos, tan oportunamente destapados, casos? ¿Le interesa a alguien que se conozcan precisamente ahora y mucho más que sea bien visible la ostentosa y sobreactuada reacción? No sé, pregunto. Porque tal vez sea yo la mal pensada, pero si el feminismo socialista es tan feminista como dice ser a lo mejor debería haber reaccionado con el mismo ímpetu entonces que ahora. Y si es tan probo como mantiene, con exactamente la misma contundencia ante los casos de corrupción. Sobre todo me escama, soy así de desconfiada, la especial sincronía de la sincronizada, precisamente ahora, en ser todos críticos. No unos pocos, no. Y no antes, que también tenían motivos, pero sí ahora, y justo por esto. Críticos ‘ma non troppo’. Sin pasarse. Con pellizquitos de monja. Implacables pero tiernos, como sería una madre amorosa ante la primera borrachera de un hijo golfo: con esta mano te quito la paga y con la otra te preparo el ibuprofeno soluble. Así, el habitual orfeón mediático reprueba contundente la guarrindonguería de los descarriados mientras con la otra reparte las culpas: el machismo es transversal y estructural, no es cosa de siglas, o no habrá usted entendido nada. Las siglas, en todo caso, solo marcan la diferencia de la contundencia. Pero el machismo es otra cosa. El machismo sale a repartir, sobre todo si a quien salpica de lleno es al partido más feminista (¿qué digo el más? ¡El único!) y encima sirve para distraer mientras se esconde la bolita. Que el machismo es de todos, no como el feminismo, bonita.