- La alta velocidad ferroviaria, que era un éxito de España, se ha convertido en un tormento por incompetencia de un ministro bronco dedicado a subir memes
Hubo tiempo no tan lejano en que las líneas de AVE –cortesía de la ayuda europea– constituían un estandarte de excelencia de España. El tren de alta velocidad circulaba como un reloj, ofreciendo además unos vagones de notable comodidad y un atento servicio. Ya no es así. Ahora subirse a un tren se ha convertido en un ejercicio de ludopatía. Equivale a comprarse un billete de lotería, y casi siempre pierdes. Hoy, en la etapa del ministro Óscar Puente, lo raro es que un tren salga en hora.
Los cuatro últimos AVE que he tomado en Madrid con rumbo a Galicia –que si somos francos son más bien avecillas que aves– han salido todos con un exasperante retraso. Pero en mi último viaje he sufrido una nueva modalidad de castigo. Sin aviso alguno, cambiaron el AVE de Renfe por un convoy de AVLO, su compañía de bajo coste. Como aprovecho los trayectos para ir trabajando, me había comprado un asiento mejorado, lo que ellos denominan «categoría confort». Ni caso. Acabé enlatado en una fila de tres, en un tren de larga distancia donde no había ni cafetería (contaban con una máquina que dispensaba refrescos y snacks de baja calidad, que también fallaba).
No acostumbro a hacer grandes aspavientos ante este tipo de situaciones, porque tampoco la voy a palmar por viajar durante cuatro horas un poco incómodo en un tren. Pero esta vez ni siquiera tuve necesidad de expresar mi queja, porque ya lo hicieron en alto las propias revisoras, profesionales que se sentían abochornadas ante el flagrante toco-mocho de meter a los viajeros en unos vagones que no eran de la categoría por la que habían pagado.
Con cara de enojo, las revisoras iban recorriendo los vagones para exponer con crudeza la situación, que sin cortarse calificaban de «vergonzosa». Conscientes de que es un problema crónico, llegaron a agradecernos nuestra «infinita paciencia» con Renfe.
Conversando más tarde con una de las azafatas del tren frente a la máquina de refrescos que no funcionaba, ella me reconocía que los retrasos son diarios. «Esto es una pena, pero es que ya no hacen el mantenimiento debido de los trenes. Además, han privatizado sin prever que iban a saturar las vías. Todo mal hecho. Un desastre».
El consuelo que me ofreció fue «presentar una reclamación» al llegar. Es decir, enfrentarte a la burocracia kafkiana de Renfe. Probé en la ventanilla de la estación, y tras veinte minutos de gestiones, finalmente logré una devolución que sin duda compensaba todo lo ocurrido: ¡ocho euros! Así te vacilan en el universo Óscar Puente.
Mientras el tren descarrila, el ministro del ramo no alude jamás al problema. El pasado verano, unos pasajeros se quedaron horas tirados en un secarral en plena canícula. También hubo varios retrasos grotescos en la línea Sevilla-Madrid. Pero Puente, el ministro que ejerce de orco dialéctico, el matón que siempre tiene algo por lo que porfiar, enmudeció por completo.
El señor ministro está muy ocupado poniendo a parir en X al metro de Madrid, un reloj suizo comparado con lo suyo, llegando a la burda manipulación de denunciar supuestos problemas en sus líneas empleando fotos de otras ciudades, como París. También descuida su trabajo en estériles bolos festivos, o haciendo el cabestro en las redes sociales, que es su principal actividad.
Y no es solo el tren. También ha abandonado el elemental mantenimiento de las autovías estatales, que bajo su férula presentan unos baches tercermundistas. Existen tramos tan deteriorados que tienes que evitar el carril que está más machacado, so riesgo de accidente.
En el fondo late el problema de siempre: esta gente no gobierna, se dedican al activismo político, que es otra cosa. El Gobierno es solo una factoría de propaganda, de consejos de ingeniería social y de insultos a todo aquel que no piensa como ellos, y más si se atreve a destapar la inmundicia del PSOE (ayer Puente hizo un poco el ridículo intentando desacreditar la relevante exclusiva de El Debate sobre los extraños encuentros de Zapatero en El Pardo, y curiosamente, los periodistas Alsina y Griso y el histrión televisivo Mejide trabajaron en la misma línea: todos remando a favor del cenagal de Zapatero y criticando al medio que lo destapa, pues tal es la calidad de cierto «periodismo»).
Somos un pueblo pastueño, que al final traga con todo. En el tren en el que viajé de Madrid a La Coruña, unas profesionales con amor propio nos explicaron clarísimamente que Renfe nos estaba engañando. Pero en todo el vagón no se escuchó una queja.
Quizá tenemos lo que nos merecemos. En la política y en las televisiones.