Editorial-El Correo

  • La bronca desatada en el Parlamento por la elección del Ararteko devuelve a Euskadi de golpe a un pasado hostil que urge corregir

La bronca vivida ayer en el Parlamento vasco ha devuelto de golpe a Euskadi a los tiempos duros de la crispación, un mundo hostil y de crueles señalamientos que reventaba cualquier convivencia posible. Aunque parecía ya una página pasada en el País Vasco, y poco menos que enterrada por el final de ETA hace ahora catorce años, los peores síntomas de aquella etapa oscura rebrotan cada vez con más fuerza. En la calle, por la creciente radicalidad de grupos juveniles vinculados a la izquierda abertzale, en una demostración de intolerancia que se creía superada. Y ahora en la Cámara de Vitoria, por la gravedad de las acusaciones cruzadas por EH Bildu y el PP, en un intercambio que ha desatado un indisimulado estupor.

Ocurrió en el debate sobre la elección de Mikel Mancisidor como Ararteko, una figura concebida para la defensa de los derechos de la ciudadanía que suele concitar un respaldo amplio y transversal, incluso desde la discrepancia. El perfil de Mancisidor, apoyado por PNV, PSE -promotores de su nombramiento- y PP, no acabó de convencer al resto de la oposición. Sin embargo, sorprendió la dureza con la que la coalición soberanista expresó sus recelos hacia el nuevo defensor, licenciado en Derecho, doctor en Relaciones Internacionales y exdirector de la Unesco Etxea. Dudar de su imparcialidad política y de su dominio del euskera, aunque sea lícito para rechazarlo, destila un exceso de prevención sin estrenarse aún en el puesto. Pero lo que rompió el respeto parlamentario fue la áspera intervención de Arkaitz Rodríguez, representante de Sortu dentro de Bildu. Descalificó al PP como «heredero del franquismo» y afeó a PNV y PSE por «blanquear» a los populares. Los vetos y cordones sanitarios son gestos extemporáneos en una Euskadi que afronta 2026 desde la madurez, la pluralidad y el juego democrático de las mayorías.

El exceso verbal del líder del PP, Javier de Andrés, al reclamar «el exterminio político» de Bildu, es tan inoportuno que hiere sensibilidades en otros electorados. Siendo inapropiada la forma de referirse a la principal fuerza de la oposición, no deja de ser una hipocresía que el portavoz de Bildu, Pello Otxandiano, acusara al PP de haber «cruzado todo las líneas rojas», cuando ETA traspasó lo inimaginable con sus asesinatos, algunos electos de ese Parlamento. Todavía de aquella época, afortunadamente cerrada, llegan preocupantes ecos que urge corregir, mientras la izquierda abertzale sigue sin asumir un suelo ético.