Carlos Martínez Gorriaran-Vozpópuli
- La fusión de racismo, crueldad e ideología totalitaria produce monstruos como Otegi
Hace unos días Arnaldo Otegi festejó públicamente la figura de Peixoto, terrorista recién fallecido al que presentó públicamente como ejemplo y figura de su movimiento político. Los iniciados sabían que Peixoto, alias de José Manuel Pagoaga Gallastegui, fue uno de los peores asesinos y líderes de la banda, y en concreto el responsable del secuestro y asesinato de tres jóvenes gallegos: Humberto Fouz, Fernando Quiroga y Jorge García.
Las líneas rojas de Bildu
Emigrantes en Guipúzcoa, como decenas de miles de gallegos -pobres de origen marinero y campesino despreciados por los vascos de entonces-, tuvieron la mala idea de pasar un día festivo en Hendaya para acabar secuestrados, salvajemente torturados -les sacaron ojos y cortaron dedos-, asesinados y hechos desaparecer por ETA. El crimen nunca fue reconocido, desde luego, y menos tras hacerse evidente que las víctimas nada tenían que ver con policía alguna pese a las sospechas iniciales.
Pero el rumor no fue desmentido, venía bien a la banda. Para compensar y señalar el buen camino a la verdadera integración en la lucha del pueblo trabajador vasco, los exégetas de la organización (así se hacía llamar) encomiaban a etarras de origen gallego como el sanguinario clan de los Troitiño: ese era el camino correcto, la inclusión en el terrorismo.
Naturalmente, en la declaración en loor de Peixoto, Otegi, el hombre de paz, no tuvo la menor muestra de autocrítica ni simpatía por las víctimas de la banda, que ahora interesa declarar muerta a sus blanqueadores. Ya no es la intención de Otegi ni Bildu, por cierto: la crisis final del sanchismo reactiva el culto a ETA como advertencia y amenaza. Estos homenajes, como la resurrección planificada de kale borroka a cargo de sus juventudes (Ernai), amagan o amenazan, según se vea, con un regreso del terrorismo que sirva para consolidar los frutos de la extorsión y para advertir al próximo gobierno de España trazando esta línea roja: nuestro feudo de poder es intocable. Y conociendo la cobardía del establishment español, que solo vio bondades y generosidad en la negociación de Zapatero con ETA, sabe que salen con ventaja.
La función de la crueldad
Hay otro ingrediente muy siniestro en el repugnante homenaje al sádico verdugo de los tres jóvenes gallegos: activar el racismo y crueldad congénita del nacionalismo vasco, tanto más extremo cuanto más extremista es. Y nadie va a disputarle a Bildu y Sortu la defensa de las esencias genómicas, por mucho que hayan mutado desde el vulgar racismo étnico-religioso de Sabino Arana al racismo ideológico de Arnaldo Otegi. Como el antisemitismo que todos han comprado, esa basura sigue ahí, intoxicando el ambiente, porque nunca nadie con poder para hacerlo ha querido retirarla.
De las ideologías políticas modernas, el nacionalismo ha resultado la más aferrada a los peores elementos de la condición humana. Culminada la tarea de incluir en la nación política a los naturales del país, la que proclamaban las declaraciones revolucionarias de derechos fundacionales de Estados Unidos, Francia y nuestra Constitución de Cádiz, ha quedado activa la otra cara de la moneda: la exclusión o exterminio de los considerados indeseables o inasimilables. Y esa tarea requiere crueldad.
Por eso el nacionalismo actual tiende a ser cruel hasta la extrema brutalidad. Lo vemos en la justificación rusa de la invasión de Ucrania, en las palabras de Trump calificando de “basura” (bargage) a los somalíes de Estados Unidos (incluso a los nacionalizados, que son la mayoría), y en el siniestro homenaje de Otegi al verdugo de tres jóvenes gallegos invasores, sin olvidar la persecución del independentismo catalán a los colonos españoles, ahora ampliada por la Orriols a hispanos e inmigrantes no deseados (todos).
Necesitan la crueldad para recordar que no hay excepciones a la política de exclusión de los disconformes o de los vetados y cancelados. Otegi avisa al buen entendedor de que nada hay vergonzoso ni criticable en la historia de ETA, que es la suya, ni en secuestrar, torturar, asesinar -volvieron a hacerlo y no por casualidad con otro vasco-gallego de Ermua, Miguel Ángel Blanco- y hasta eliminar restos mortales, pues incluso los errores pasan a ser aciertos convenientemente aprovechados.
El muerto del terror nacionalista está muy vivo, tanto que puede salir del cementerio cuando convenga. Explotan así la emoción humana más básica: el miedo. La crueldad es virtud preventiva en sentido maquiavélico, porque paraliza al enemigo antes de que se defienda.
La creación y destrucción del enemigo
La lógica de la crueldad política eficaz reclama que el designado enemigo ni siquiera sepa que lo es. Carl Schmitt lo explicó con despiadada brillantez en su obra teórica: la política no es otra cosa que elegir un enemigo y excluirlo de la ley, imponer el estado de excepción permanente. No hace falta que el enemigo haga méritos; al contrario, puede incluso sernos simpático, decía el jurista del III Reich. ¿Entonces, por qué declararle la guerra?: porque elegir enemigo es el máximo acto de soberanía y la clave de lo político.
¿Hasta dónde puede llegar la estrategia de invención, persecución y eliminación de enemigos artificiales para mantener el poder absoluto? Pues tan lejos como llegó el nazismo, por supuesto, pero también y durante mucho más tiempo el comunismo estalinista, y sobre todo esa obra maestra de crueldad y eliminación schmittiana que fue la China de Mao Zedong, que tanto ha facilitado las cosas a la actual dictadura china inoculando un miedo muy real y atávico a la ilimitada crueldad del poder. Lean la excelente historia de la revolución cultural maoísta de Frank Dikötter, o las memorias del artista exiliado Ai Weiwei. De paso entenderán el entusiasmo con el modelo chino de los sanchistas, más allá de las oportunidades de negocio.
Nacionalismo y crueldad son tan inseparables como ineptocracia y corrupción, populismo e ignorancia. Durante milenios, la humanidad ha ido superando penosamente atavismos de violencia primitiva como los sacrificios humanos, la esclavitud, el poder ilimitado, la tortura legal y la pena de muerte. Pero la crueldad como instrumento político de dominación sigue siendo el secreto del nacionalismo actual, tan alejado de los orígenes republicanos y liberales, y hoy mestizado con totalitarismo, sea de extrema izquierda o extrema derecha. La fusión de racismo, crueldad e ideología totalitaria produce monstruos como Otegi, uno de los tipos que más poder tiene en la España de Sánchez. Y no dejará de ejercerlas. Sánchez tampoco.