Luis Algorri-Vozpópuli

  • A Sánchez le ha caído encima una peste inesperada: la tormenta de denuncias por acoso sexual

Todos los gobernantes hacen cosas que ninguno de sus predecesores había hecho antes. Eso quiere decir que la historia nunca se repite, pero es más que evidente que crea patrones que vuelven una y otra vez, como si dieran vueltas en el tiempo, y tratar de romperlos suele servir de muy poco.

Felipe González convocó elecciones anticipadas en 1996. Lo hizo por dos motivos. El más inmediato, que Jordi Pujol (es decir, la coalición CiU) había decidido retirar su apoyo al gobierno y había votado en contra de los presupuestos del Estado. Como dice hoy González, “entonces me di cuenta de que la legislatura se había acabao”. ¿Y por qué CiU dejó de apoyar a Felipe, con el que siempre se había llevado bastante bien? Pues porque el PSOE estaba casi agonizante, sumergido hasta el cuello en casos de corrupción como SEAT, Flick, Intelhorce y el de Mario Conde, entre varios más. Y además había saltado a los periódicos el terrorismo de Estado, el asco aquel de los GAL. Los pujolistas aplicaron aquello de “dime con quién andas y te diré quién eres” y temieron verse manchados por aquella cochambre. Por eso se alejaron. Y el gobierno cayó.

Sacar a España de Cataluña

Pedro Sánchez lleva tres años (2026 será el tercero) prorrogando los presupuestos del año anterior. Lo que obligó (digamos que moralmente) a González a convocar elecciones cuando a él le pasó una vez, a Sánchez no le afecta. La razón la explicó mejor que nadie él mismo en el debate presupuestario de 2015, cuando gobernaba Rajoy: “Sus presupuestos le retratan: consagran el engaño como forma de hacer política y la desigualdad como proyecto político”.

Es imposible expresarlo mejor. El engaño consiste ahora en mantenerse en el poder como sea, ocurra lo que ocurra. Y la desigualdad, seguramente la mayor de nuestra historia democrática, lleva siete años consistiendo en vender privilegios a vascos y catalanes –sobre todo a los catalanes– a cambio de su débil apoyo en las votaciones del Congreso. Privilegios que los demás españoles, claro está, no tenemos. Es decir, en vaciar de contenido la estructura del Estado en esa comunidad autónoma. España, allí, no es mucho más que un nombre. Los separatistas se han dado cuenta de que ya no es necesario sacar a Cataluña de España. Basta con sacar a España de Cataluña. Eso es lo que ha hecho Sánchez.

Pero es que, además de los presupuestos, al PSOE de Sánchez le está pasando algo muy parecido a lo que le sucedió al PSOE de González hace treinta años. Está asediado por casos de corrupción que dejan en tamaño ridículo a los que padecieron los socialistas (y todos los ciudadanos) a finales del pasado siglo. El PSOE de entonces no habría resistido que dos secretarios de Organización del partido acabasen en prisión por robar. No tanto por gastarse el dinero en putas (que también) sino, sobre todo, por robar.

Hasta el de Pedro Sánchez, ningún gobierno desde los de Adolfo Suárez habría soportado el constante desfile por la televisión, desde hace muchos meses, de personajes como Ábalos, Koldo, Cerdán, la tal Leire y el resto de la tropa, a la que hay que agregar al sempiterno Mazón perseguido por el cronómetro, como el conejo blanco de la Alicia de Lewis Carroll. Es todavía peor que lo que tuvimos que sufrir hace también un cuarto de siglo, cuando no había forma de poner la tele sin tropezarse con Tamara, su repajolera madre, Paco Porras, Leonardo Dantés, Toni Genil y aquel hato de golfos que se reían de todo el mundo. Pues estos de ahora son parecidos pero en el carajal de la política. Ya he dicho que el tiempo da vueltas.

Una peste inesperada

Sin embargo, a Sánchez le ha caído encima una peste inesperada: la tormenta de denuncias por acoso sexual. No sé cómo, pero esto en el PP lo sabían. Un destacado dirigente lo dejó caer hace semanas: “Y las cosas que están a punto de saberse…”. Para el gobierno que ha hecho propia la bandera del feminismo y de la lucha contra la discriminación, esto es sencillamente letal. Las mujeres están indignadas y con razón.

A Sánchez, de quien Iñaki Gabilondo dice que es el peor seleccionador de personal que ha habido en España desde Esperanza Aguirre, le estalló en las manos (y lo ocultó) el baboseo de quien iba a ser nada menos que el nuevo secretario de Organización, Paco Salazar, y luego ha sido ya una tormenta. El problema es que la tormenta se está convirtiendo en un tsunami que arrastra por igual a gente del PSOE, del PP (el alcalde de Algeciras, un candidato en Extremadura, etc.) y hasta de Vox, el partido homófobo por excelencia, donde el joven jefe de redes sociales no dejaba de meter mano a uno de los chicos con los que trabajaba, un crío de 16 años. Hay para todos.

Feijóo sería hoy presidente del gobierno, gracias a una moción de censura, si el nivel de detritus anduviese por donde estaba hace siete años, cuando el pacto de los funambulistas tumbó a Rajoy. Yo empiezo a pensar que no lo será nunca. Su entreguismo descarado a la ultraderecha repugna a todos los demás partidos, sin excepción; incluso a los que padecen anosmia política, como los mercaderes de Junts. El PP cayó en 2018 por lo mismo por lo que cayó González en 1996: estaba asfixiado por escándalos de corrupción, como la Gürtel y la siniestra “policía patriótica” del ministro Fernández Díaz. Hoy Feijóo tiene sobre la mesa el cadáver (político) incorrupto de Cristóbal Montoro, las tropelías de Murcia y, cómo no, las estafas del novio de la señora Rodríguez & Ayuso, de las cuales el Tribunal Supremo ha dicho que siguen ahí, que no se han evaporado con la caída de Álvaro García Ortiz.

Mayoría de gobierno del PP y Vox

Pero la risa, que suele ir por barrios, ha llegado también a la ultraderecha: a ver si nos enteramos de dónde están los cientos de miles de euros que los nenes de Revuelta (“Juventudes, juventudes, de Franco suprema ambición”, que cantábamos de críos en los campamentos) recaudaron para las víctimas de la dana de Valencia… y que, según todo indica, se les quedaron entre las uñas. Esto se acaba. El gobierno de Sánchez, y Sánchez con él, caerá más temprano que tarde, porque se puede luchar contra el PP, pero no se puede luchar contra la realidad, que es lo que está haciendo este hombre patológicamente ambicioso. Y ahora mismo ya casi nadie se lleva las manos a la cabeza al imaginar una próxima mayoría de gobierno del PP (lo dirija quien lo dirija) y de la extrema derecha. No es que sea posible. Es que empieza a ser probable.

Konstantin Kavafis escribió, a finales del siglo XIX, un tremendo poema que se titula Esperando a los bárbaros. En la decadente Constantinopla, todo el mundo (desde el emperador hasta los peatones) está pendiente de la inminente llegada de los terribles bárbaros, que están a punto de conquistar la ciudad. Todos tienen miedo. Pero cae la noche y los bárbaros no han llegado. Alguien pregunta: “Y ahora ¿qué será de nosotros, sin bárbaros? / Quizá ellos fuesen una solución, después de todo”.

Los bárbaros están llegando a todas partes. La última civilización que han tomado ha sido la de Chile. Nosotros, los españoles, llevamos ya demasiado tiempo mereciéndonos a los bárbaros, porque no hemos conseguido aventar a esa patulea de ladrones, corrompidos, voceones groseros, mentirosos compulsivos y gente sin moral ni principios que se han encaramado a todas las almenas de nuestra estructura política. Una temporada negra y dolorosa bajo el látigo de los bárbaros, aunque sean unos bárbaros tan torpes y tan risibles como los nuestros, quizá nos ayudase a recuperar la cordura. A recapacitar. A que nuestros jóvenes aprendan el inmenso valor de la democracia y de la libertad, que es algo que no saben porque, como pasa con el amor, solo se llora por lo que se ha perdido, y ellos nunca han tenido que echar de menos a la frágil democracia. Así que, ahora que esto se acaba y se cae a pedazos, es muy probable que lleguen los bárbaros. Yo espero no verlo.