- Andar mirando ‘reels’ de TikTok o Instagram reduce nuestra capacidad de atención, simplifica la realidad y nos atrofia el cerebro. Cuantos más ‘shorts’ vemos, menos tiempo tenemos para pensar, y más vulnerables somos a las noticias falsas o a ser manipulados.
Cuando entrevisté a la exitosa novelista española María Dueñas durante su reciente visita a la Feria del Libro de Miami, me alegró enterarme de que la primera edición de su nueva novela tiene una tirada inicial de medio millón de ejemplares.
Es una gran noticia en medio de un panorama literario bastante sombrío.
Dueñas, conocida mundialmente por su novela y posterior serie de Netflix El tiempo entre costuras, ya ha vendido más de 10 millones de ejemplares, así que la gran apuesta de su editorial por su nueva novela, Por si un día volvemos, no debería sorprendernos.
Pero su nuevo libro de 544 páginas es una excepción a la regla en la era de los videítos de TikTok de 15 segundos y la disminución de la capacidad de atención de la mayoría de la gente.
Un estudio reciente de la Universidad de Florida y el University College de Londres reveló que la lectura diaria por placer en Estados Unidos ha caído un 40% en los últimos 20 años.
El declive de la lectura en Estados Unidos, que según mis amigos editores se da en menor medida en América Latina, no es un tema menor. Es una amenaza a la salud mental y la democracia, entre otras cosas.
Andar mirando videítos de TikTok o Instagram que intentan explicar la geopolítica mundial o cualquier otro tema complejo en 15 segundos reduce nuestra capacidad de atención, simplifica la realidad y nos atrofia el cerebro.
Cuantos más shorts vemos, menos tiempo tenemos para pensar, y más vulnerables somos a las noticias falsas o ser manipulados por charlatanes.
Cuando uno lee un libro o un artículo periodístico, puede parar y pensar si está de acuerdo con el autor. Cuando uno ve un videíto, rara vez aprieta el botón de «pausa» para reflexionar sobre lo que escucha.
Según varios estudios, la capacidad de atención de las personas ha caído de forma brutal desde que el iPhone salió al mercado en 2007.
La profesora Gloria Mark, de la Universidad de California en Irvine, descubrió que el tiempo promedio de concentración frente a una pantalla ha disminuido de 2,5 minutos en 2004 a unos 47 segundos en la actualidad.
Otro estudio de Elizabeth Dworak, de la Universidad de Northwestern, muestra que el coeficiente intelectual de las personas ha bajado en las últimas dos décadas. Pareciera ser que cuanto más cae nuestra capacidad de atención, menos usamos la cabeza.
Hace poco, la revista New York publicó un artículo que advertía sobre el alarmante declive cognitivo. «El mundo es más idiota, y todos lo sabemos», decía.
La mayoría de los reels de TikTok e Instagram, que se han convertido en la principal fuente de noticias de la mayoría de la gente, no se basan en la realidad, sino en versiones de segunda o tercera mano de la realidad, afirma la revista.
«Trata de seguir cualquier cosa —un artículo científico, la cita de una celebridad, un titular de última hora— a medida que avanza por las entrañas de internet, y verás cómo su significado se desintegra», decía el artículo. «Cada salto entre un agregador y otro…resulta en nuevas mutaciones y malentendidos».
Todo lo anterior me hace volver a mi conversación con Dueñas y al declive de la lectura. Sorprendentemente, la autora se mostró bastante optimista sobre el futuro de los libros.
«Los jóvenes están leyendo, te lo dicen ellos y te lo corroboran las propias editoriales», me dijo la autora. Existe un nuevo fenómeno de novelas escritas por autores jóvenes para un público joven, principalmente novelas románticas dirigidas a chicas, explicó.
Dueñas me contó que recientemente estuvo en ferias del libro en Colombia, Argentina, España y Estados Unidos, «y ves a chicos jóvenes haciendo cola desde las 7 de la mañana, sentados en el suelo», esperando a su autor favorito. Es un «fenómeno fan que ha pillado por sorpresa incluso a la industria del libro, y que me parece buenísimo», me señaló.
Puede ser, pero me pregunto si esos jóvenes han leído los libros de sus autores favoritos, o sólo han visto su versión de Netflix.
A menos que las escuelas prohíban los teléfonos inteligentes y los padres reduzcan la adicción de sus hijos a las redes sociales, me temo que el promedio de capacidad de atención —y quizás de inteligencia— seguirá cayendo.