Pedro Chacón-El Correo
Ninguna excusa ni contextualización ni antecedente ni consecuente caben para no condenar claramente la expresión «exterminio» dirigida a una fuerza política presente en un Parlamento democrático. Ni siquiera porque quien la profirió viniera aturullándose de antes cuando dijo eso de «más pronto o más temprano…». Ni siquiera porque le hubieran sacado de sus casillas al proponer un cordón sanitario contra él. Ni siquiera porque alguien llamado Arkaitz Rodríguez Torres, autoerigido en quintaesencia de la identidad nacional vasca, le motejara de heredero del franquismo.
Podríamos sacar aquí a relucir todo lo que ha hecho la izquierda abertzale en toda la historia del Parlamento vasco en democracia, desde su inasistencia continuada, sus ‘performances’ con sacos de cal viva en los escaños, sus traídas de presos terroristas como candidatos a lehendakari, la presencia misma de verdaderos terroristas como miembros de comisiones –la de derechos humanos incluida–, así como todas las ocurrencias delirantes de esa corriente política que justificó asesinatos, secuestros, altercados callejeros, violencia de persecución y un clima irrespirable en muchos de nuestros pueblos. No puede ser que una fuerza política así se escandalice ahora tan solo por oír la palabra que define lo que ellos han justificado y que aquí se ha ejecutado de modo físico y efectivo contra el oponente político durante décadas, hasta conseguir que todo un sector de la política vasca esté realmente exterminado en amplias zonas del territorio vasco.
Pero con todo y con eso, no cabe una expresión así en un Parlamento democrático de ninguna de las maneras porque precisamente eso es lo que separa a los demócratas de verdad de los demócratas de ocasión: que para los primeros la política solo se entiende desprovista de violencia, tanto en la forma como en el fondo y tanto en el presente como en el futuro. Porque aceptan al discrepante sin excepción, sin subterfugios, sin ánimo de pensar en lo que sería si el discrepante no estuviera. Porque precisamente la democracia se fundamenta en la discrepancia. Si no hubiera discrepancia no habría democracia. Así de sencillo.
Y esto vale también para quienes piensan que este régimen político actual es solo una transición para llegar a otro donde no habrá discrepancia porque todos pensaremos lo mismo, por ejemplo, que nuestra única patria es Euskadi. Y esto vale también para quienes desde que entró una fuerza como Vox al Parlamento vasco se dedicaron a ponerle cordones sanitarios preventivos que ahora quieren extender también al PP. Quienes ponen un cordón sanitario a un partido perfectamente democrático no pueden luego escandalizarse con el empleo de palabras como exterminio. Porque el cordón sanitario no es más que eso: un eufemismo de lo que es querer ver a un partido exterminado del Parlamento, erradicado del mismo.