Javier Zarzalejos-El Correo
- Es asombroso que Estados Unidos apueste por una Europa invertebrada, liderada por nacionalismos de extrema derecha
Apocos días de acabar el año, en apenas unos días, se han concentrado dos manifestaciones lamentablemente evidentes del desorden en el que -parafraseando a Stefan Zweig- el mundo de hoy se ha instalado. Por un lado, la Casa Blanca hacía pública la estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos, un documento que retrata la ruptura del vínculo atlántico, compendia el repertorio de los prejuicios trumpistas sobre Europa y deja claro que el futuro que se avista desde la administración norteamericana en lo que se refiere a Europa es un futuro de confrontación en el que el objetivo estratégico de Washington, y es duro escribirlo, es promover el fracaso histórico de la Unión Europea para convertirla en un mercado fragmentado de 450 millones de consumidores sin poder alguno de regulación, colonizado por los intereses económicos americanos.
Es asombroso, y de una frivolidad intelectual que solo puede explicarse desde los parámetros en los que se mueve el trumpismo, que Estados Unidos apueste por una Europa invertebrada, liderada por los nacionalismos populistas de extrema derecha. Porque eso ya esta ensayado en la historia europea y es el camino hacia la destrucción del continente. Una Europa sin institucionalidad no es una ventaja para nadie, tampoco para los Estados Unidos. Es un riesgo contra el que tenemos que luchar. No es verdad que en esa Europa los intereses nacionales estarán mejor protegidos. Nada bueno puede esperarse, mas bien todo lo contrario, de nacionalismos enfrentados.
¿Qué se puede esperar en términos de beneficio para España, por ejemplo, del proteccionismo de Lepen en Francia, de la proximidad de Orban a Rusia, de la xenofobia germana de la Alianza por Alemania? Trump cree que este es el mejor escenario para desplegar su poder desde la estrategia de negociante en jefe que viene desarrollando. En realidad, ese es el escenario catastrófico que, sin embargo, cuenta con entusiastas promotores dentro de la Unión Europea, decididos a presentar la autodestrucción de Europa como si fuera su salvación.
Las cosas serían distintas si en la Unión Europea el sentido de urgencia y la conciencia de que ha llegado el momento de tomar decisiones estratégicas imperara en una mayoría con capacidad de tracción que ejerciera el liderazgo que se requiere. Nada de eso ha aparecido en el último Consejo Europeo que ha constituido una verdadera debacle diplomática y política para la Unión. Ni se ha conseguido un compromiso para mantener a flote la economía ucraniana utilizando los fondos rusos congelados ni se ha logrado el consenso que permitiera la firma en lo que queda de año del acuerdo comercial con Mercosur, que supone crear una zona de libre cambio de 720 millones de consumidores.
El último Consejo Europeo ha sido una verdadera debacle al no conseguir los fondos rusos para Ucrania ni el acuerdo con Mercosur
Lo desalentador de este fracaso es la mediocridad que revela. Cuando Trump lanza aranceles por el mundo no hay mejor respuesta para una gran potencia comercial como la Unión que el constituir una gran zona de libre comercio con las principales economías de América del Sur frente a la penetración china. Por su parte, que un estado miembro como Bélgica -con todos los respetos- impida una decisión crucial de apoyo a Ucrania debería llevar a alguna reflexión.
Es muy difícil pensar que la Unión va a poder seguir avanzando en el espejismo de que 27 estados van a moverse en la misma dirección y a la misma velocidad. El acuerdo de Schengen y el euro demuestran que si se quiere avanzar habrán de concertarse los que estén dispuestos y sean capaces de afrontar los desafíos a los que la Unión, en su conjunto, no parece capaz de responder.
Son tiempos de desorden, de desconfiguración del orden internacional en el que hemos vivido. Volviendo a Zweig, debemos asumir que ese ya es «el mundo de ayer» y que el imperativo de hoy es de proporciones similares en cuanto a su dimensión histórica al que tuvieron que afrontar los que dieron lugar a al marco internacional alumbrado después de la II Guerra Mundial o la visión que desarrollaron los padres fundadores del proyecto europeo, un proyecto de paz, de democracia y derechos fundamentales y de prosperidad compartida que sigue siendo no sólo necesario sino de importancia existencial para evitar que Europa caiga, en el mejor de los casos, en la irrelevancia y ,en el peor, en el conflicto interno con el que se ha escrito su peor historia.