Manuel Marín-Vozpópuli
- No parece que el electorado esté muerto de miedo, o viendo a la derecha promoviendo un alzamiento nacional o un ataque golpista contra las libertades
Las elecciones en Extremadura no se habían configurado como unos comicios más, derivados de una crisis autonómica o de un boqueo presupuestario regional. Desde que María Guardiola convocó a las urnas para medirse y apostar, estas elecciones siempre fueron interpretadas como un triple plebiscito de reafirmación o negación. Es sencillo. Los extremeños han sido solo una cobaya de laboratorio que nos iban a permitir calibrar tres magnitudes diferentes: primero, la capacidad real del PP por aglutinar voto útil y arrastrar voto moderado procedente del PSOE, y ahí se jugaba parte de su patrimonio político Alberto Núñez Feijóo; segundo, el alcance real de la deriva suicida del sanchismo en el PSOE porque Gallardo ha acudido a las urnas como un cordero a la sala de despiece; y tercero, conocer el techo de crecimiento exponencial atribuido a Vox.
El resultado de esta triple ecuación es demoledor para Pedro Sánchez por un hundimiento palmario llamado a provocar movimientos telúricos en el PSOE; es satisfactorio para Núñez Feijóo porque María Guardiola y el PP han ganado apostando todo al negro, y aunque las expectativas eran superiores, ha ganado; y es esperanzador para Vox, por emprender un salto cuantitativo y cualitativo mucho mayor del inicialmente previsto que envalentonará a Santiago Abascal. Eso sí, no parece que los extremeños estén muertos de miedo, o viendo a la derecha promoviendo un alzamiento nacional, ni golpismo judicial, ni un grosero ataque contra las libertades. El análisis se simplifica. Es el primer síntoma de un vuelco ideológico real en España.
En una autonomía considerada históricamente en democracia un “feudo” socialista irreductible, el socialismo ha pasado a ser prácticamente una comparsa. Nunca la derecha alcanzó a imaginar que lograría más del 50 por ciento del voto (ahora la suma PP y Vox se sitúa en el entorno del 60) y nunca el socialismo se vio tan devastado. Sólo el PP ha logrado más escaños que toda la izquierda junta. José Antonio Monago gobernó gracias a una abstención táctica de Izquierda Unida que hoy, con el muro sanchista, sería inviable con esta IU sometida al delirio de Sumar. Y Guardiola gobernó gracias a Vox… hasta la ruptura. Pero antes, Extremadura solo era socialista y punto. Llegó a tener 39 escaños. Hoy el PSOE ha perdido más de 120.000 votos respecto a los 242.659 de 2023. Un aviso de la militancia a Sánchez.
En Extremadura, el PSOE ha unificado en una candidatura sin presente ni futuro la expresión más valleinclanesca del esperpento. Un candidato en el banquillo, el enchufismo familiar más zafio, el fraude del aforamiento sobrevenido, y el empecinamiento sanchista en un fracaso garantizado de antemano. Si Sánchez quería medirse a sí mismo en Extremadura, ya conoce que las zonas de confort, la obediencia sumisa del votante y el miedo a la derecha como argumento han dejado de funcionar. Con Gallardo, Pedro Sánchez quería hacer una demostración de soberbia. Ha impuesto el nepotismo y su testosterona sobre la lógica de la militancia para dar un escarmiento a las bases socialistas. Que se sepa quién manda aquí. Ha utilizado a un procesado como Gallardo como a un pelele y ha conseguido exactamente eso, retratarlo como a un pobre diablo sin opciones al que había que sacrificar para que el resto del PSOE tome nota.
Gallardo nunca fue una apuesta real ni un agradecimiento a los servicios prestados a la familia Sánchez. El presidente del Gobierno quería hacer ostentación de su poder omnímodo a sabiendas de que Gallardo sólo es la patética herencia de tipos de una pieza como Rodríguez Ibarra o Fernández Vara. Y ese es un símbolo de la transformación real que ha experimentado el PSOE desde que Sánchez lo dirige. Sánchez ha enviado a Gallardo al matadero para poder culpar a alguien de sus desgracias. Sólo era el mindundi que obedeció e hizo al hermano de Sánchez el favor de su vida. El resto… el resto es solo un episodio más de la pelea que Sánchez mantiene con la democracia: decido yo, mando yo, y nadie rechista. Y otro peón, a esparragar. Que pase el siguiente. Pilar Alegría, por ejemplo, mientras el terror a la derecha se desvanece en España y enseña a Sánchez el camino de la salida.
Un detalle llamativo sobre la caótica campaña del PSOE. A un PSOE potente y en forma no se le deshilachan las campañas de este modo. Son especialistas en la charca y la contienda. Les va más que la gestión. Las diseñan a conciencia y fallan poco… Es este caso, los socialistas arrancaron conscientes de un candidato moribundo. Y sólo en los quince días de campaña han visto cómo la Audiencia Nacional, con 19 registros, daba un vuelco a la Sepi; cómo la sombra de la sospecha corrupta alcanza a Rodríguez Zapatero; cómo los casos de abusos sexuales se han multiplicado; cómo Yolanda Díaz planteaba —en mitad de campaña— una profunda crisis de gobierno asumiendo que el Ejecutivo no funciona…; y sobre todo, cómo se empieza a abrir el debate sucesorio en el PSOE. Que Óscar Puente haya embestido contra Eduardo Madina con semejante desprecio y virulencia, y que no haya dirigido una sola palabra de respaldo a Gallardo, demuestra que el PSOE se ha evadido de su propio guion electoral. Que su prioridad es otra es fulminar el mínimo reducto socialista que ha empezado a tener el arrojo de sostener que la era Sánchez tiene que concluir.
Guardiola ha cumplido consigo misma. Tiene la investidura razonablemente garantizada y ha afianzado la apuesta de Núñez Feijóo por este escalonamiento electoral en las autonomías como fórmula de desgaste sin tregua para Sánchez. El PP, con su triunfo, ahonda en la metástasis que se está avanzando para la izquierda en los próximos meses. Ni siquiera el sibilino truco del relato domesticado por la izquierda ha funcionado: de igual modo que se repite constantemente que aunque pierda escaños en los sondeos, el PSOE “aguanta” pese a la corrupción, el puterío y los acosos sexuales, también se repite que si el PP no logra mayorías absolutas en las autonomías es un fracaso de Feijóo. La trampa es elocuente. El que gana pierde, y el que pierde gana… porque “aguanta y se mantiene”. Es la farsa de las percepciones manipulables y manipuladas. El fracaso del PSOE en Extremadura es directamente proporcional al éxito del PP por más que su dependencia de Vox a muchos efectos persista. Y por más errores que siga cometiendo ausentándose de debates donde el PP debería verse obligado a asistir sin esconderse.
Vox se acerca más al PSOE que el PSOE al PP. Llamativo e indiciario. De 49.400 votos y cinco escaños logrados en 2023, Vox pasa a más de los 80.000 y once escaños, y es primera formación en localidades relevantes. Es un triunfo incontestable que, no obstante, debe añadir una enseñanza para Abascal. Crecer exponencialmente no implica sustituir o suplantar al PP. Hay sin duda un trasvase de voto socialista a PP y Vox. Por tanto, ambos partidos tendrán que entender que el camino hacia La Moncloa deberán recorrerlo unidos de algún modo si realmente el objetivo común es realmente provocar la salida de Sánchez.