Pedro García Cuartango-ABC

  • La subida de Vox tiene otra derivada: demuestra el fracaso del discurso de Sánchez

Hay derrotas que tienen más dignidad que las victorias, dijo Jorge Luis Borges. No es el caso de Miguel Ángel Gallardo y del PSOE, que suman la indignidad a una derrota cantada de antemano. Era imposible presentar un peor candidato que Gallardo, un personaje lastrado por su procesamiento y por su falta de liderazgo, que ayer sufrió una debacle histórica, cosechando los peores resultados del PSOE en las últimas cuatro décadas.

En una región que tradicionalmente ha sido un feudo socialista y que ha sido gobernada por dirigentes carismáticos como Rodríguez Ibarra y Fernández Vara, Pedro Sánchez optó por el peor candidato pese a que nunca había sido santo de su devoción. Sus pésimos resultados eran enteramente previsibles. Entre otras razones, porque Gallardo ha pagado también por la corrupción y el desgaste de Sánchez.

María Guardiola ha ganado con claridad las elecciones y lo ha hecho con una amplísima ventaja sobre el PSOE. Pero no podemos olvidar que adelantó los comicios para buscar una mayoría absoluta y que no ha conseguido el objetivo. Ya le sucedió a su colega Fernández Mañueco en 2022, lo que corrobora el alto riesgo de anticipar la convocatoria a las urnas.

Tras el recuento de anoche, la situación vuelve al mismo punto de partida: Guardiola depende de los escaños de Vox, la fuerza política con mayor ascenso. Si pretende encabezar el Ejecutivo, necesitará al menos la abstención del partido de Abascal, que tiene la llave de la gobernabilidad.

La subida de Vox tiene otra derivada: demuestra el fracaso del discurso de Sánchez, empeñado en demonizar a este partido y presentarle como un peligro para la democracia. Esa visión ya no cala en la opinión pública, como ha sucedido en otros muchos países europeos. Como subrayaba ‘The Economist’ la pasada semana, este catastrofismo es contraproducente y poco creíble. Sólo sirve para evidenciar la falta de soluciones de los grandes partidos a retos como la inmigración, la globalización y la desigualdad.

Es muy probable que Sánchez se vea tentado ahora a restar importancia a su derrota con el argumento de que el PP va a tener que pactar con Vox en Extremadura, pero eso sólo serviría para poner en evidencia el declive del PSOE en una región que ha gobernado sin apenas interrupciones y en la que ha sido la fuerza hegemónica. Hoy la derecha es mucho más fuerte que la izquierda en esta comunidad: el PP casi dobla en votos a los socialistas y Vox supera claramente a Podemos.

Otra consideración importante es que el calendario electoral es letal para Sánchez. Tres comunidades van a votar antes de junio: Aragón, Castilla y León y Andalucía. En ninguna de las tres, las perspectivas son buenas para el inquilino de La Moncloa, desacreditado por la corrupción y con un calvario judicial que agudiza la incertidumbre.

Todo apunta a que estamos ante un fin de ciclo que podría precipitar la convocatoria de elecciones generales en el próximo otoño o incluso antes. Sánchez huele a derrota y ya se sabe lo que esto implica. Está cada vez más solo y, por primera vez desde que llegó al poder, su liderazgo en el PSOE empieza a ser cuestionado. Si el futuro está contenido en el pasado, como escribía T. S. Eliot, Sánchez está ya recorriendo el último tramo del camino.