Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Si la imagen resulta perturbadora, bórrenla y quédense con la idea en abstracto: Sánchez ha enriquecido a cientos y ha ahorrado disgustos a varias docenas (la piara amnistiada, sin ir más lejos). Lo ha hecho ebrio de poder

En la misma elección de alguien tan mediocre y lastrado como Gallardo para competir en Extremadura, Sánchez les estaba transmitiendo a los suyos cuánto le importa el futuro del PSOE. Me atrevo a afirmar que le importa tanto como a mí. O quizá menos, pues al fin y al cabo yo escribí una historia del partido, conozco los fantasmas de su casa bastante mejor que él. Ahora hasta los fantasmas se escapan escandalizados. El PSOE se termina. En años que se cuentan con los dedos se convertirá en una curiosidad, en una anécdota de hemiciclo. ¡Fíjate en aquellos cuatro, son los del PSOE! ¡Tía, qué fuerte! Si a alguien le encargaran acelerar aún más ese final, no encontraría mejor vía que la seguida por Sánchez en Extremadura. No es que el autócrata busque la desaparición de la organización que pronto llevará un adjetivo detrás; es que, llegada la lucha última por su supervivencia política y civil, se encuentra en la tesitura de tomar decisiones que asfixian a la formación, apestando unas siglas que venían buenas.

No se hallará ninguna explicación satisfactoria a la elección de Gallardo sin contar con el factor humano del déspota que llega a las puertas de su destino. Llega y presiente las celdas, huele el ostracismo que le esperan a él, a su familia y —aunque estos no le importen un comino— al puñado de fieles con los que vivió la aventura del Peugeot, la fiel a cuya familia enriqueció porque podía y ya está, no hay más. No sirve otra lógica, de nada valen los análisis políticos. A Gallardo había que aforarlo aunque ese escudo, en realidad, le acabe perjudicando. En Derecho no andan muy finos. Sánchez tenía un compromiso y no es momento de fallar al tipo que se portó con el hermanísimo desde la Presidencia de la Diputación de Badajoz (las malditas diputaciones, pozos negros). Fallarle sería enviar una señal terrible a todos aquellos con los que Sánchez se tiene agarrado por las partes. Como si él poseyera muchas manos en el extremo de otros tantos brazos, y al tiempo mil manos ajenas le agarraran por el lugar indicado.

Si la imagen resulta perturbadora, bórrenla y quédense con la idea en abstracto: Sánchez ha enriquecido a cientos y ha ahorrado disgustos a varias docenas (la piara amnistiada, sin ir más lejos). Lo ha hecho ebrio de poder. Ebrio de caerse, porque a él la hibris le inundó el cerebro y la voluntad desde el primer día: que si despido a directores de diario, que si aparezco en una boda en helicóptero y con cincuenta uniformados, que si cojo el avión oficial para llevar a Begoña a un concierto, que si poso con mi ministro Sacarino, de Exteriores, en plan Kennedy. O sea, que el tipo ya llegó subidito. De ahí que en estos años lo haya colonizado todo sin miramientos. La morosa Justicia llega, por fin, tortuga pertinaz, y entonces se ve tan desesperado como para poner ahí, gallardo, a Gallardo.