Después de excederse tanto con que viene el lobo de la extrema derecha como Pedro, el del cuento, incluso una parte de sus votantes más recalcitrantes -bien absteniéndose, bien explorando tímidamente otros predios- comienza a percatarse de que quien, en verdad, da miedo es «Pedrolobo» Sánchez. Pero también dirigentes del PSOE que, viéndose en peligro, lo observan capaz de cualquier temeridad tras devorar a sus hijos como Saturno, como el domingo en Extremadura, o pasaportarlos como «morituris», mientras acatan su orden con un «¡Ave, César!», a Aragón, Castilla y León, y Andalucía, próximos frentes electorales.
Caminando sobre los cadáveres de aquellos que nunca serían nada sin él y azuzando las desavenencias de PP y Vox a la hora de administrar sus triunfos, Sánchez prevé resucitar como el Ave Fénix para desembarcar en las generales -como en julio de 2023- con posibilidades de reconstituir su «Alianza Frankenstein» bajo el «somos más» de aquella noche festera. Así lo explicita con el poema del valenciano Vicent Andrés Estellés, que ilustra el christmas navideño del PSOE: «Porque habrá un día que no podremos más y entonces lo podremos todo».
Entre tanto, busca conjurar que se asiente la idea de fin de ciclo debido a su fragilidad parlamentaria y la división de su Gobierno, así como al tener a su familia y a su «banda del Peugeot» en el banquillo, a la par se cunden las pesquisas judiciales que confluyen en él como vértice de la corrupción. A este fin, cierra filas y depura disidentes que coligen que o acaban con Sánchez o este finiquita un partido privatizado en su beneficio por medio de unas primarias que, lejos de democratizarlo, ha propiciado el caudillismo autoritario de quien se cree facultado para lo que le venga en gana.
En este Partido Sanchista, rige la unanimidad en derredor de la veleta que Sánchez hace girar a su capricho. En los antípodas de Felipe González que, atiborrado de mayorías absolutas, cohabitó con díscolos en su dirección, aunque estos no produjeran siempre los anticuerpos necesarios. Una necesidad que ejemplifica la anécdota del diplomático y escritor Salvador de Madariaga, de un español exiliado en México que fue edil en el municipio de acogida. Propuso instalar una farola en las afueras y, luego del voto positivo de todo el consistorio, se opuso. Al inquirirle el perplejo alcalde, este replicó: «No soporto la unanimidad».
Nada que ver con este PSOE que muere para que viva un Sánchez que, tras su barquinazo extremoduro, ha desenfundado para hacerle la autocrítica al «tocapelotas» de Page. Al barón castellano-manchego le ha acaecido lo que al excomunista y luego ministro de Cultura con González, Jorge Semprún, en un comité central del PCE de fines de los 50 sobre la Huelga Nacional Pacífica (UNP) contra Franco. Al recabar un análisis ajustado a la realidad, en vez de fantasear con la participación, un tal Tano le gritó: «¡Te voy a hacer yo la autocrítica, camarada; no eres más que un intelectual!».
Secundando esa añeja retórica comunista, Sánchez se exonera de su naufragio en la antaño irreductible «aldea gala» socialista. Tras comprometerse con el cabeza de lista Miguel Ángel Gallardo, ayo de su hermanísimo al que enchufó como músico en la Diputación de Badajoz en un sumario que tiene imputada a la pareja, y hundir el voto a unos niveles sin precedentes, Sánchez no asume, en efecto, responsabilidad alguna y aprovecha el fiasco para redoblar su control sobre el partido haciéndole la «autocrítica», por la vía de los hechos, a Page antes de que este contrapusiera el «pedrazo» extremeño con la «pedrea» del Sorteo de Navidad del lunes de resaca.
Frente a quien arguye que sobran autojustificaciones que conducen al autoengaño y exige profunda autocrítica, Sánchez promueve como ministra de Educación a una desafecta de Page, Milagros Tolón, hasta hoy delegada del Gobierno, en un nuevo intento de moverle la silla tras torcerse otro previo de la hoy ministra Vivienda, Isabel Rodríguez, exalcaldesa de Puertollano. A la espera de ese ajuste de cuentas a orillas del Tajo, donde lo único seguro es que será sustancioso para los negocios de Bono, Page y Tolón ya se las han tenido tiesas por mor de Sánchez. De un lado, la nueva ministra apoyó a un subdelegado que, según Page, estuvo «buscando y escarbando» asuntos sucios contra él y al que reafirmó Sánchez. Y, de otro, Tolón denunció las «gravísimas» palabras de la consejera Sara Simón, quien cuestionó la elección de Sánchez en las primarias de 2017 al inflarse los censos en Guadalajara sin que Page la cesara.
Sin duda, poniendo en la picota a este, Sánchez persigue sofocar cualquier disidencia en un PSOE que se encamina a ser una mera representación del PSC en toda España con delegaciones más o menos importantes en algunas provincias en las que Vox relega al socialismo a ser tercera fuerza como en Francia. Para evitarlo antes de que sea tarde, hay próceres socialistas que apremian a saldar la etapa Sánchez entre una militancia que vegeta el presupuesto y que avizoran los acontecimientos con la displicencia de las vacas, el paso del tren.
Aun así, Pedro El Cruel, como le apodó González, no se fía y desea cobrarse la cabeza de turco de Page para escarmentar a quienes pretenden amortizarlo. Asimismo, usa el Consejo de Ministros para sus juegos de partido con incorporaciones como la que proyecta que sea azote de Page -como otros ministros lo son de presidentes autonómicos del PP- y designa a la titular de Seguridad Social, Elma Saiz, como ministra portavoz.
Vinculada a la trama de Cerdán como consejera navarra que prorrogó la jubilación del presidente de la mesa de contratación de los túneles de Belate para el amaño, no cabe -valga la ironía- nombramiento más cabal con el «sostenella y no enmendalla» de Sánchez. Entre tanto, este da por no sucedidos comicios del domingo tras precipitarse diez escaños y 14 puntos. Encapsulado en una Moncloa de la que ha hecho búnker, aguarda a ver si escampa para acudir a las generales con un hálito de esperanza.
No obstante, con una calavera como Sánchez, digno del elenco de personajes que Larra retrata en la obra de ese título, cualquier cosa es posible. Por eso PP y Vox no debieran dilapidar la confianza ciudadana con escaramuzas partisanas en vez de hacer frente a un «Pedrolobo» dispuesto a dar dentelladas al estar en riesgo su futuro político y judicial. No es cosa que, entretenidos en el subibaja del tiovivo electoral, dejen a un Tío Vivo como Sánchez irse de rositas mientras lega sus espinas a los españoles.