Amaia Fano-El Correo

Sánchez tiene ya a España donde la quería. Las elecciones de Extremadura fueron el perfecto banco de pruebas para el líder socialista, al que no le duelen prendas para sacrificar el escaso poder territorial que le queda a su partido, si consigue hacer más complicado que Feijóo pueda desalojarle de la Moncloa sin cargar con el pecado original de tener que pactar para ello con Vox.

La estrategia de ingeniería social estaba diseñada desde hace tiempo para ello (exactamente desde que el presidente empezó a hablar de levantar un muro entre españoles) y básicamente ha consistido en fortalecer a Vox para debilitar al PP, contribuyendo a generar el clima de polarización política que vivimos.

Durante años, el sanchismo ha responsabilizado a los populares del avance de la ultraderecha por pactar con ella en gobiernos autonómicos, al tiempo que despreciaba cualquier posibilidad de acuerdo transversal, obstaculizando la gobernabilidad allí donde el PP ganaba elecciones o pretendía aprobar presupuestos sin recurrir al voto de los de Abascal, con la clara intención de evidenciar que «PP y Vox son lo mismo», presentando al PSOE como el único dique de contención frente al fascismo y el peligro de una posible involución democrática de llegar al poder el bloque reaccionario de «las derechas». Pero, después de lo del domingo, esta narrativa no se sostiene.

¿Por qué iba el PP a querer fortalecer a un competidor que le resta votos y complica sus mayorías? María Guardiola ganó las elecciones extremeñas con claridad, pero sin mayoría absoluta, mientras Vox duplicó sus escaños. Pero quien realmente salió malogrado fue el PSOE, que no logró rentabilizar el voto útil.

Extremadura, la tierra de ‘Los santos inocentes’ y de ‘milana bonita’, la del pueblo obligado a emigrar, humillado por los señoritos, la tierra donde ‘El Carnicero’ Yagüe asesinó a miles de republicanos, ha votado mayoritariamente a «las derechas» y ahora el rey está desnudo.

Como en las profecías autocumplidas, el sanchismo ha hecho que broten ultraderechistas como setas en otoño, gente harta de la superioridad moral de la izquierda, de los dedos índices inquisidores, del feminismo de pancarta, del «todas y todes», de las lecciones de ética y el reparto de carnés de fachas y progres; gente asqueada de la cleptocracia y de los escándalos públicos (y púbicos), harta de los puteros, los hermanísimos y los censores, de las promesas incumplidas, los cambios de opinión y los muros que dividen. Gente preocupada por la inmigración y las fatigas del mundo rural, la gente…

Sánchez ha jugado a dividir para reinar, pero el desgaste es evidente: su estrategia ha generado más desafección que movilización y ese silencio puede ser el principio del fin de un ciclo construido sobre una mentira.

No es el PP quien alimenta a Vox, sino una izquierda que necesita un enemigo que le sirva de némesis para justificar su permanencia en el poder a falta de otros méritos. Su irresponsabilidad de polarizar usando el fascismo como espantajo nos costará caro, pues debilita a la derecha moderada y fortalece a los extremistas (de derecha y de izquierda). Extremadura no es una anomalía. Es el primer aviso.