José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Felipe VI advierte de los riesgos de volver a un pasado funesto «que ya conocemos» y exhorta a defender el legado de la Transición
No ha sido el año de Franco sino el de la Transición, a pesar del empeño de Pedro Sánchez en camuflar, con una sobredosis de actos estériles y frentistas, el 50 aniversario de la Restauración de la Corona. Felipe VI reivindicó aquel esfuerzo fundacional del actual periodo democrático en el acto celebrado el pasado noviembre en las Cortes, en ausencia del Rey padre, quien algo tuvo que ver en la gestación y parto de la criatura. Ha vuelto a insistir en ello en el mensaje de Nochebuena, que seguramente será recordado porque es el primero en el que se dirigió a los españoles de pie, lejos de la tradicional escena del sillón que obligaba a envarados cambios de planos en busca de una naturalidad imposible. La Transición, sí, fue el eje de su discurso, certero, unívoco, y, en algún pasaje, de rotunda firmeza. Reivindicar aquel periodo de nuestra historia que este gobierno pretende, no ya soslayar, sino sepultar mediante esa ley de memoria pactada con un partido dirigido por un terrorista, se ha convertido en algo imprescindible y urgente.
Felipe VI se mostró beligerante en defensa de aquella herencia surgida de la voluntad compartida del pueblo español que “supo salvar sus desacuerdos” y convertirse “en verdadero protagonista de su futuro». Elogió aquel ‘coraje’ colectivo que ahora brilla por su ausencia en una sociedad anestesiada y sonámbula, incapaz de mostrar su rechazo frontal ante el desesperante escenario político. Advirtió contra el «hastío y la desafección» que palpita en la gente, cómplice necesario en los regímenes autoritarios y enemigo de todo hálito de verdadera libertad. «Esas realidades no se resuelven ni con retórica ni con voluntarismo». Menos cháchara y más acción.
Nosotros ya hemos estado ahí
Señaló sin titubeos a los enemigos de la convivencia: “El radicalismo, los extremismos y los populismos”, que se nutren “de las desigualdades, la desinformación y el desencanto de la gente”. Esta segunda parte del párrafo suena a chaperón elaborado por algún amanuense de Moncloa. Resulta fácil intuir que el Rey se dirige a esa congregación de la rapiña que conforma la llamada ‘mayoría del progreso’, al gobierno de Frankenstein y sus aliados, una banda unida por un objetivo común: dinamitar el edificio constitucional en el que se ha desarrollado este largo periodo de prosperidad y convivencia. Y llevárselo crudo.
Ojo con volver al pasado, que ya lo conocemos, apuntó el Monarca. “Nosotros ya hemos estado ahí, ese capítulo de la historia ya lo conocemos y tuvo consecuencias funestas”. Y se preguntó, con un punto de inquietud: ¿”Qué líneas rojas no debemos cruzar?” Pensaba quizás en el reciente discurso constituyente y plurinacional de la presidenta de las Cortes, Francina Armengol, en el que apostaba por una drástica mutación del actual marco democrático rumbo a un futuro diseñado con los oscuros perfiles de aquellos tiempos superados y que condujeron al pasaje más negro y terrible de nuestra memoria .
No fue un mensaje cariñoso y dulzón, al estilo de la inevitable dosis de Frank Capra que aterriza mansamente por Navidad. Hubo, sí, guiños de aliento a los jóvenes, que al cabo son el futuro, y algún apunte sobre los ‘problemas de la gente’, esto es, la cesta de la compra, la vivienda inasequible, los salarios indignos y hasta ‘el cambio climático’, vaya por Dios qué drama. El nivel del profundo malestar del monarca se advirtió en dos pasajes sutiles, directos al corazón del sanchismo.Evitó la palabrería hueca y la quincalla de relleno. Toco donde escuece. Mejor dicho, donde hiede. La corrupción fue el primero, al exhortar a “la ejemplaridad en el desempeño del conjunto de los poderes públicos”, momento en el que un desfile de tunantes, con el rostro del exfiscal general y el koldismo en pleno, más la esposa y el hermanísimo imputados, cruzó la pantalla como un fogonazo de pesadilla. La banda trapera de las coimas en pleno. Y luego, el muro que el gran caudillo del progreso levantó tras su derrota en las generales del 23, la enénsima de su trayectoria de loser de desecho, la feroz muralla de la división y el enfrentamiento alimentada por “ese miedo que sólo construye barreras y genera ruidos que impiden comprender la realidad”. El año pasado, las palabras del Rey llegaban cargadas de ánimo y consuelo hacia las víctimas de la Dana. Estas Navidades, puesto en pie, se han convertido, más que en severa advertencia, en una exhortación en defensa de lo conseguido y que ahora corre serio riesgo de ser aniquilado. “Las soluciones requieren el concurso de todos», sentenció imperativo, anhelante quizás de que la imprescindible reacción colectiva convierta los estertores del sanchismo en el eco fantasmagórico de un muro derruido.