Bieito Rubido-El Debate
  • Es curioso que los socialistas felicitan el Ramadán a una minoría (cada vez menos minoritaria) e ignoran que más del setenta por ciento de los españoles nos declaramos católicos

La envidia sana no existe. La envidia es mala en sí misma, no hay matices en ella. Es, eso sí, la forma más sincera de admirar a alguien. Cuando envidias algo o a alguien, es que quieres eso o ser como esa otra persona. Yo no tengo envidia de los italianos, pero reconozco que me gustaría tener una jefa de Gobierno como Giorgia Meloni. En su mensaje de Navidad, deseó lo mejor para todos los ciudadanos de su país. No como Sánchez, que desde el primer día se propuso levantar un muro y negarle a la mitad de los españoles su derecho a vivir en su país y aspirar legítimamente a sustituirlo.

La primera ministra italiana, en su mensaje de Navidad, al lado de un belén, se ha reafirmado en su fe católica y se ha mostrado orgullosa de ello. El Estado puede declararse laico y aconfesional en su Constitución, pero los ciudadanos podemos libremente tener nuestras ideas en esta materia y nuestro derecho a practicar nuestros ritos y creencias. Es curioso que los socialistas felicitan el Ramadán a una minoría (cada vez menos minoritaria) e ignoran que más del setenta por ciento de los españoles nos declaramos católicos. Pero es que detrás del fenómeno religioso se encuentra también una visión de la vida, una escala de valores, una forma de comportarse, una cultura. Por eso me ha gustado que Meloni reivindique las raíces cristianas de Italia y cómo ese caudal de valores y principios ha forjado y conformado a lo largo de los siglos Europa y, por tanto, Italia y España.

Giorgia Meloni hizo toda esa declaración sin avergonzarse. Al contrario, orgullosa de ser lo que es y de defender lo que defiende. Por eso, explicó, lo hizo al lado de un nacimiento porque, según ella, «el pesebre no impone nada a nadie. El pesebre cuenta una historia, custodia unos valores, profundiza en nuestras raíces». Unas raíces que hablan de un Dios bueno, un Dios de los humildes, de los niños, de las mujeres desamparadas, un Dios que pide amar al otro, al prójimo. No esas solidaridades de cartón tan practicadas por la izquierda, dedicadas más a la performance que a solucionar los problemas verdaderos de la gente. Fíjense que con Sánchez hay más pobreza, menos capacidad adquisitiva de la gente media y baja y, lo que es peor, ha crecido el número de niños en situación de vulnerabilidad. Sánchez, en lugar de tomarse dos semanas de vacaciones, en su permanente huida de la realidad, debería sentarse a reflexionar como un dirigente moderno y comprometido con sus conciudadanos. Se comporta más como autócrata aislado. Aunque ya estamos en invierno, él ya ha tomado el camino de su otoño en todos los sentidos.

La envidia no es exactamente lo que siento cuando escucho a Meloni o veo cómo marcha Italia. Es una mezcla de admiración y deseo. Me gustaría que en España alguien pudiese decir las mismas cosas que ella y llevar un mensaje de esperanza a los ciudadanos. Siempre que puedo, viajo a la ciudad eterna de Roma. Italia me sigue admirando. Soy más proitaliano que francés o británico. Al fin y al cabo, somos hijos, en lenguas, derechos, caminos y culturas del Imperio Romano. El cristianismo nos ha definido a lo largo de los siglos y, como muy bien dijo la primera ministra italiana en su admirable mensaje, «son valores que merecen ser defendidos y no dejados de lado por moda o temor». Los que lo hacen por moda son unos incultos. Los que lo hacen por temor, unos cobardes.