Enrique Portocarrero-El Correo
Desgraciadamente la historia no suele ofrecer verdades únicas, sino lecturas múltiples, variadas o incluso a veces tan contradictorias como interesadas. Encima, al hilo de los tiempos, la interpretación subjetiva de la Historia impulsa a veces la interpretación o la versión de los hechos que en un momento dado interesa a la narrativa dominante.
¿Qué pasó realmente hace casi 89 años con la muerte de Miguel de Unamuno? ¿Fue una muerte natural o un asesinato? Bueno, lo que sabemos, lo constatado, es que Unamuno se encontraba en el momento de su fallecimiento confinado domiciliariamente tras los sucesos de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca.
También, que el «venceréis, pero no convenceréis» fue un canto a la libertad y contra la violencia que generó el enfrentamiento con Millán-Astray y la abierta animadversión de este último contra el intelectual. ¿Fue ello suficiente como para decir ahora que su muerte fue la consecuencia criminal de un asesinato?
Obviamente no, por mucho que las nuevas investigaciones, rigurosas, aprecien ciertos indicios de criminalidad. Pero, entiéndase también que los indicios solo son pistas y circunstancias, aunque no son pruebas que certifiquen con indudable certeza los hechos.
No hay por lo tanto evidencias, es decir, cuestiones que al analizarse establezcan una conexión con el hecho principal, dando certeza jurídica a lo que se asevera. Entonces, ¿cómo demostrar que Unamuno fue asesinado y no murió de muerte natural?
Pues me temo que la única vía para probarlo es la exhumación de su cadáver y una autopsia que determine científicamente la causa de su fallecimiento. Un duro procedimiento médico-legal para la familia, pero también la única vía tanto para evitar la manipulación de los hechos como para conocer la verdad histórica.