Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Son la representación de la Navidad: ni se destruyen ni se crean; solo se transforman

No. No diré que odio a la Navidad. La Navidad me gusta con todas sus contradicciones. Tantas, que parece una persona. Lo que realmente temo de ella son los polvorones. Uno en estos días va a una casa con la mejor intención, sin meterse con nadie ni haber hecho daño a nadie, ni desearle a nadie ningún mal, y de repente te sacan una bandeja con los mismos polvorones que ya te sacaron el año pasado y el anterior; con esos mazacotes de harina que nadie tiene agallas para meterse en la boca, razón por la cual serán los mismos que, sin duda, te sacarán en la misma bandeja el año que viene y el siguiente.

Los polvorones navideños a mí me parecen que son la más gráfica y genuina representación de la materia: ni se crean ni se destruyen; solo se transforman. La verdad es que ese principio de la química moderna que se conoce como Ley de Lavoisier o de Conservación de la Masa resulta aplicable a todos los males de este país, preferentemente a los males políticos. Sí; en efecto, el sanchismo es como los polvorones: ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Uno se hace la vana ilusión de que el último escándalo, la más reciente pifia, la nueva imputación judicial o el nuevo informe de la UCO, la renovada ristra de improperios que idea Míriam Nogueras, la creciente cifra de denuncias por acoso sexual, el batacazo en las autonómicas extremeñas… van a acabar con él, y ve cómo todos esos fatales reveses, esos supuestos golpes simplemente se van transformando en otra cosa sobre la bandeja mediática de la actualidad; cómo te van sacando una y otra vez la misma bandeja con esas noticias que cada vez tienen más feo aspecto, cómo se van oscureciendo, metamorfoseando y reviniendo, cómo la legislatura va mutando con ellos y el careto del propio Sánchez quedándose en el chasis.

Volverán los oscuros polvorones… A la admirable capacidad de mutación del polvorón sanchista se añade otra cualidad paradójica: su efecto mordaza producido por la pastosidad solidificante de la masa harinosa dentro de la cavidad oral. Los polvorones son los tapones perfectos que se les ponen a los niños en la boca para tenerlos callados. De la misma manera que le das a un crío un polvorón y ya lo tienes noqueado para media hora, el polvorón sanchista ejerce a veces un similar efecto en quien lo consume. Cree que pilla un tesoro, pero lo que pilla es un engrudo que se le hace bola. Gallardo es un buen ejemplo. Te lo sirven aforado en bandeja y te lo retiran al cabo de un ratito de la mesa para volver a sacártelo como candidato electoral en la próxima visita. Se lo vuelven a llevar a la cocina de Ferraz como dimitido, pero no tardan en volvértelo a poner ante las narices como aforado. Gallardo tampoco se crea ni se destruye. Solo se transforma.