Antonio R. Naranjo-El Debate
  • Pedirle más al Rey es tentador, pero sería un error histórico en favor de quienes creen que es el último dique de contención ante sus planes

Los discursos del Rey son un poco como los estudios del EGM: todo el mundo gana, aunque la matemática primaria indica que eso es imposible. Pero se buscan los rincones más favorables para alcanzar esa conclusión positiva, destacando el dato parcial, cotejado arteramente con la referencia propia o ajena más benévola o comparando con otro tiempo peor escogido sin demasiado rigor para lanzar el mensaje de que nadie pierde.

La variante, en este caso, permite que nadie se dé por aludido del todo y que, quien lo hace aunque no lo esté explícitamente, lo haga desde un posicionamiento previo publicitario asumido antes de conocer las palabras exactas del Jefe de Estado: la extrema izquierda y el separatismo, tan residuales cuantitativamente como explicativos de casi todos los males de España desde el siglo XIX, se dirigen a sus nichos electorales cuando atacan, denigran e insultan a quien simboliza todo aquello que intentan derribar.

Pero si traducimos las palabras de Felipe VI sobre la ejemplaridad, la corrupción, la polarización y los extremismos, quien se tendría que dar por señalado es quien, sin embargo, pretende ver en ellas un refrendo a su posición, que es Pedro Sánchez: el hecho de que el sheriff le deba la placa a los forajidos y, por ello, se dedique a amnistiarlos en lugar de a detenerlos y les ayude a robar el banco en vez de a evitarlo, ya coloca al presidente del Gobierno en el centro de esa diana.

Simplemente, no se puede considerar uno deudor de la Transición y del espíritu de convivencia y reconciliación que permitió asentar la democracia, con un acuerdo generoso entre personalidades tan distintas como Juan Carlos I, Adolfo Suárez o Santiago Carrillo; y deberle el puesto a quienes identifican el sistema nacido allí como la pieza de caza mayor a la que intentan disparar. Y en el pasado la dispararon, poniendo como nadie en peligro los logros de 1978.

Y si la polarización se demuestra en la indecente construcción de un muro, presentado por Sánchez como la clave de bóveda de sus alianzas; y los extremismos se resumen en deberle el puesto a un terrorista, un prófugo, un golpista, una comunista y unos chavistas; la falta de probidad no necesita de grandes explicaciones: basta con recordar los informes de la UCO, los autos judiciales y la variedad de amigos y familiares de Sánchez en la cárcel, a la puerta de ella o en los juzgados para concluir que desde Calígula no se recuerda alguien menos ejemplar que él y la zahúrda que dirige, con una simbiosis de negocios mafiosos y pactos políticos que empieza a ser indistinguible, como si fueran de la mano y los unos explicaran a los otros y viceversa.

Que VOX se dé por aludido al ignorar las palabras del Rey mientras sus más groseros seguidores, al menos en ese garito sórdido de carretera secundaria que son las redes sociales, resucitan el manido «Felpudo VI» para referirse a don Felipe, es una mala noticia: es más que lógico que el partido de Santiago Abascal esté harto de caricaturas groseras en un país que no tiene un problema de ultraderecha pero sí de extrema izquierda, pero le falta el tacto necesario para desplazar el foco de esas palabras al PSOE, a Bildu, a Junts, al PNV o a ERC, que son quienes de verdad conforman el nacionalpopulismo extremo y corrupto que amenaza a España.

La primera obligación del Rey es garantizar la continuidad de la Monarquía, y con la mayoría de edad de la Princesa Leonor lo ha logrado, en el contexto más adverso inimaginable: el destierro de su padre, primera víctima del populismo y excusa para derribar el «Régimen del 78», preludiaba el ataque a la Corona, el último comodín a añadir para cerrar el trío de demagogia barata que conforman el franquismo y la Iglesia en el sectario imaginario delirante y perezoso de esta recua garbancera.

La ventaja para el Rey es que, con el paso del tiempo, su posición se ha ido consolidando en relación inversamente proporcional al deterioro del engendro amoral que encabeza nominalmente un presidente ilegítimo. Y que su vanidad le permite a Felipe VI colar mensajes dirigidos a él que él traduce como el imposible refuerzo a sus posturas.

Queda en el tintero la necesidad de que el Jefe de Estado encuentre alguna vez la manera de distanciarse más de Sánchez sin romper ningún plato y que, en el viaje de cumplir escrupulosamente con sus funciones constitucionales, incluya la defensa ante quienes la atacan, como en octubre de 2017.

Pero pedirle que ejerza de lo que no debe ser por la necesidad de desalojar democráticamente al cáncer con metástasis que es el sanchismo es demasiado: estar, en estos tiempos de cólera, ya es un triunfo. Y siempre tendrá la bala de plata si llega eso que Stefan Zweig llamó «Momentos estelares de la humanidad» y ponerse de frente no sea una opción, sino una obligación.