Ignacio Camacho-ABC

  • La Navidad propiamente dicha ha terminado. Ya podemos volver a nuestro cotidiano enfrentamiento cismático

La Navidad, es decir, la fiesta en torno al nacimiento de Jesús, el Adviento del calendario cristiano, ya se ha acabado. Queda lo que llamamos ‘las navidades’, el tiempo vacacional, la iluminación del espacio urbano, las declinantes inocentadas, la algarabía hortera de la Nochevieja y la dulce, venial mentira de los Reyes con sus regalos, un juego de niños en comparación con esta época de ocultaciones y engaños. El resto es pasado: la lotería con sus afortunados descorchando botellas de cava barato, la cena familiar de Nochebuena, la misa del Gallo, el discurso de la Corona predicando la concordia en vano. Fin del simulacro: ya podemos volver a atizarnos. Vale cualquier cosa y cualquier caso, incluso los ‘baltasares’ pintados de negro en las cabalgatas de los Magos.

Es importante que la polarización no se limite a la política estricta. Eso no pasa de ser una discrepancia legítima. Un buen muro no sirve de nada si no consigue convertir la vida cotidiana en una confrontación cívica impregnada de sectarismo e ideología donde toda muestra de tolerancia o de respeto esté prohibida. Hay que conseguir politizar las cuestiones de apariencia más nimia, evitar que ninguna, por trivial que sea, quede al margen de la contienda banderiza. La religión, las tradiciones, los ritos sociales, las manifestaciones culturales; si lo hemos logrado con los inocentes belenes o la Vuelta ciclista no vamos a aflojar ante asuntos de mayor categoría.

Esta pasión cismática no la ha inventado Sánchez, aunque la haya llevado al extremo. Es una vieja costumbre nacional que reaparece como una plaga cada cierto tiempo; ya Cernuda se lamentaba de los ‘caínes sempiternos’. La Transición acertó, no sin esfuerzo, a crear ciertos espacios de encuentro gracias a la ilusión colectiva por el final de la dictadura y la creación de un régimen nuevo, pero eso ya queda muy lejos. Lo que sí ha hecho el presidente es propagar con técnicas populistas el virus que ya había rebrotado en el mandato de Zapatero, y asegurarse así de que el enfrentamiento continúe, con los papeles cambiados, cuando pierda el Gobierno. Una vez que los demonios corren por la calle sueltos suele ser muy difícil contenerlos.

Por eso no caben muchas esperanzas de un cambio de clima cuando el sanchismo caiga. En esa mitad de españoles que se siente con razón atropellada y sometida a una deriva autoritaria está incubándose un peligroso ánimo de revancha que a duras penas deberán sujetar unas instituciones muy degradadas por la desnaturalización sufrida en esta etapa. Va a costar reconstruir tanto estrago en medio de una pavorosa crisis de confianza ciudadana. Para no traicionar el espíritu navideño queda el recurso de vitalismo presentista de aquel jefe de la tribu de Asterix en la aldea gala: pensar que aunque el cielo acabará desplomándose sobre nuestras cabezas, la catástrofe no tiene por qué ocurrir mañana.