- Extremadura ha demostrado que pretender volver a aquel pasado de las cómodas mayorías absolutas es un esfuerzo inútil
Las fiestas navideñas han dejado en suspenso la digestión de los resultados electorales en Extremadura para PP y Vox. Ambos han triunfado, cada uno a su manera; la victoria de las derechas sobre la izquierda en un feudo históricamente socialista ha sido aplastante, pero la gestión de ese éxito exige la finura y el tacto que hasta ahora no han tenido en su feroz competencia. Las urnas extremeñas han dictado sentencia sobre el fracaso del PSOE, pero también sobre la pugna por el liderazgo de la derecha.
Los análisis de urgencia, hechos al rebufo de expectativas reales o alentadas de forma interesada, se desdibujan a medida que pasan las horas porque el resultado electoral admite pocas interpretaciones. El PP de María Guardiola y Feijóo se ha hecho con el 43 % de los votos y una ventaja aplastante sobre el resto de las formaciones. Tan abrumadora victoria, unida al hundimiento socialista, deja al resto de formaciones con dos únicas opciones: o ayudar a consolidar el gobierno de Guardiola o entorpecerlo. El principal apelado por esta responsabilidad es Santiago Abascal.
Pero la rotunda victoria del PP no significa una desautorización de Vox, que se ha disparado en votos y escaños. Acaso María Guardiola convocó las elecciones pensando que los electores sancionarían a Vox por la ruptura del pacto de gobierno, pero no ha sido así. Probablemente a Vox le falten muchas cosas para convertirse en una alternativa de gobierno, pero le sobra fidelidad entre los suyos. Están en ese momento dulce, que también vivieron Ciudadanos o Podemos, en el que nada les penaliza, ni las purgas internas ni la falta de compromiso con la gobernabilidad.
A los simpatizantes y militantes del Partido Popular les gustaría que Vox no existiera y que todo el rechazo contra Pedro Sánchez se canalizara exclusivamente a través de la marca PP. Sin embargo, Extremadura les ha demostrado que pretender volver a aquel pasado de las cómodas mayorías absolutas es un esfuerzo inútil, uno de esos que, según Ortega, conducían a la melancolía. Vox también ha podido tantear la frontera de sus ambiciones; su sueño de sustituir al Partido Popular forma parte del mismo catálogo de esfuerzos inútiles.
A diferencia de lo que ocurre en otros países de Europa, en España la derecha liberal ha resistido con notable éxito el embate de la derecha populista. En ningún país grande de Europa el centroderecha está por encima del 40 % como en Extremadura y en ninguno la derecha populista se sitúa por debajo del 20 %.
Antes de las elecciones extremeñas, The Economist ya dedicó un número especial a analizar los cambios en la derecha europea y al ascenso de formaciones similares a Vox. En la portada figuraban Meloni, Bardella, Farage o la alemana Alice Weidel. No estaba Santiago Abascal y no porque le tengan manía, sino porque su relevancia política, de momento, no es comparable. Hasta que los politólogos nos expliquen las razones de esta peculiaridad española, yo adelanto mi particular hipótesis: el PP español acertó cuando en 2023 se negó a aplicar a Vox el cordón sanitario que tanto se llevaba en Europa y que no ha servido más que para engordar a quien se pretendía aislar.
Una vez que los electores han hablado, ahora toca actuar con la responsabilidad obligada para que ese 60 % de votantes de derechas en Extremadura tengan un gobierno estable y eficaz. Nadie entendería que, después de un éxito histórico en las urnas, PP y Vox nos ofrecieran un espectáculo de cainismo, inoperancia e incompetencia como la izquierda que comanda Pedro Sánchez.