Rebeca Argudo-ABC

  • Dejemos que se maceren solos en su inquina y no les demos el placer de envenenarnos el alma

Hay cosas que no existen. No existen los gamusinos, ni los unicornios, ni los Reyes Magos, que son los padres. Tampoco existen la cancelación o las denuncias falsas y, las pocas veces que existen, ocurren a gentes de izquierdas que antes negaban que ocurrían (tan mala suerte estadística la han sufrido Íñigo Errejón o Itzíar Ituño, por ejemplo). La polarización tampoco existe y algunas de las mentes más preclaras de este siglo, como Sarah Santaolalla, ya han explicado (con la sofisticación dialéctica acostumbrada) que lo que pasa es que hay mucho facha. Como no existe la polarización, el Rey aprovechó su discurso de Nochebuena para hacer un llamamiento a la concordia y el entendimiento, a la convivencia en paz aun pensando distinto, el necesario pluralismo político, valor medular en nuestra democracia. Una ocurrencia como otra cualquiera que bebe de la nada, pues la polarización, como les digo, no existe. Y, como no existe (que lo que existen son los fachas) esas gentes de bien, esos seres de luz que son los grandes pensadores de izquierdas (lo único que es legítimo ser en este país, de izquierdas), han hecho gala de su característico espíritu conciliador, de esa bonhomía que les define.

Un ejemplo de esto es el del escritor Rafael Narbona y un sueño que tuvo, a lo Martin Luther King ibérico, en el que todos «los fachas» se subían a una nave espacial rumbo a un agujero negro y se espaguetizaban. Terminaba su enternecedor mensaje navideño con un «Feliz Nochebuena a las personas de buena voluntad y el resto, que se vayan a freír espárragos». Así, el deseo navideño del entrañable Narbona es un deseo de muerte a los fachas (entendiendo como facha a todo aquel que no piense como él) y fritura de espárragos a todo el no perteneciente al colectivo de las personas de buena voluntad (que, puesto que reparte él el carné, son los que sí). Es necesario, llegados a este punto, obviar el pequeño detalle de que el deseo de destrucción de gente es incompatible con la definición clásica de ‘persona de buena voluntad’, y eso lo descartaría a él mismo como destinatario de sus mejores deseos. No nos pongamos tiquismiquis con la incoherencia ética y discursiva de la ‘performance’ moral del autor de ‘Elogio del amor’. Otro ejemplo de la voluntad de armonía y avenencia de la izquierda más radical lo encontramos en el mensaje navideño de la diputada por Baleares de Podemos Lucía Muñoz Dalda, que deseaba para 2026 la desaparición del Estado de Israel y una Palestina libre desde el río hasta el mar. A lo mejor es cosa mía, pero el deseo de un genocidio no me parece el más admirable, independientemente de las fechas en que se formule.

Quizá no exista la polarización (como no existen las denuncias falsas ni la cancelación) pero no me negarán que existen personajes con relevancia pública sembrando odio y discordia. Dejemos que se maceren solos en su inquina y no les demos el placer de envenenarnos el alma. No seamos ellos.