Editorial-El Correo

  • Un año después de su regreso a la Casa Blanca, el mandatario culmina un cambio de orden mundial de consecuencias imprevisibles

Donald Trump asumió por segunda vez el cargo de presidente el 20 de enero pasado. En este primer año de regreso ha provocado un devastador terremoto. En política doméstica, destaca el arresto y deportación masiva de inmigrantes irregulares, la derogación de los programas de diversidad, el bloqueo de las energías renovables, la caótica puesta en marcha del Departamento de Eficiencia Gubernamental a cargo del magnate Elon Musk o los indultos a los participantes en el aterrador asalto al Capitolio en 2021. Son también reseñables los continuos ataques a la prensa y a la oposición demócrata. No solo las instituciones, también el conjunto de la sociedad estadounidense ha agrandado fatalmente su fractura social y no está claro cómo podrá coserse de nuevo.

En política exterior, Trump ha desatado un caos no menor. El año comenzó con la retirada de Estados Unidos de varias organizaciones internacionales. A ello siguió una errática política arancelaria que ha prodigado la incertidumbre global en los mercados financieros y en el conjunto de las economías. La irrupción como elefante en cacharrería en diversas guerras -la de Israel contra Gaza, la de Rusia contra Ucrania, entre otras- deparan de manera invariable resultados menos contundentes de lo que presume el propio presidente. Recupera estos días también sus reivindicaciones imperialistas hacia Canadá y Groenlandia, una amenaza preocupante esta última por su apariencia de verosimilitud. Ocupa también a su Administración la intervención militar en Venezuela, una operación que pretende desestabilizar a regímenes autocráticos como el de Cuba y el del propio Nicolás Maduro.

Este año, Trump ha acelerado un proceso que venía fraguándose desde comienzos de siglo: la pérdida de la hegemonía occidental en el mundo. Ello se debe por lo menos a tres motivos. Primero, el ascenso de potencias como China e India. Segundo, Trump ha acelerado bruscamente en un camino que ya habían iniciado sus predecesores Obama y Biden: la retirada de Estados Unidos del orden global y la vuelta hacia sí mismo. Tercero, el mandatario ha demolido los puentes con sus antaño aliados estratégicos como Canadá y, sobre todo, Europa, a la que ha atacado de forma persistente e inequívoca desde numerosos frentes. La propia idea de Occidente queda así desvirtuada. Avanza una nueva era geopolítica… y nadie sabe cómo terminará.