Manuel Marín-Vozpópuli
- Enredarse en si el PP y Vox tienen que pactar es irrelevante. Es un hecho. Su desafío será revertir el sanchismo hasta hacer reconocible la democracia
El sanchismo ha sido en 2025 como la pintura de un grafitero. Nocturna, alevosa, casi indeleble y propia de un antisistema empeñado en convencernos de que lo suyo no es delito, sino arte. De todas las características de esta analogía, la más grave, la más perniciosa, la que marcará el año 2026 como factor determinante para lo que va quedado en pie de nuestra democracia liberal, es que el sanchismo se está convirtiendo en algo indeleble, imborrable e irreversible. Habrá daños difícilmente recuperables durante años, y la prueba más evidente de este proceso es el giro ideológico drástico emprendido por una generación, la que ocupa la franja entre los 20 y 30 años, desacomplejada, carente de expectativas, precaria, consciente de que vivirá peor que sus padres, y dispuesta a renunciar a valores que la Transición consagró. La izquierda está en derribo, la derecha en auge… y la moderación, arrumbada en algún cajón de nuestra historia.
El año 2026 va a ser el de la última oportunidad. El tiempo se está agotando para revertir la deriva y recomponer algunos de los escombros de nuestra democracia por un cauce más reconocible, e identificable con lo que fue el reencuentro de España con las libertades tras una dictadura. Si la tesis que se impone es que a un Gobierno antisistema, con notables taras democráticas y profundamente radical, le debe suceder otro similar pero de signo ideológico contrario, algo muy bueno se estará rompiendo definitivamente. Imponernos la reactividad frente a la cordura o la vendetta frente a la lógica, será sólo la segunda fase del inmenso error que está suponiendo el sanchismo. El primero fue levantar el muro. El segundo, añadirle ladrillos para darle más altura de modo consciente y deliberado.
Por eso se agota el tiempo de quienes creen que la España de los extremos es una España condenada al simplismo argumental y al adoctrinamiento sistemático y masivo. Y sí, es una inmensa mayoría la que lo sabe, pero todo ha empezado a ser demasiado emocional e impulsivo. La radicalidad irreflexiva arrastra. Y esa mayoría que lo sabe es de momento demasiado silente, demasiado indolente, demasiado acobardada. Una España reducida a sanchistas de pro y antisanchistas a muerte será una España empobrecida por una metástasis de rencores y odios. Pero estamos caminando hacia ellos con una inercia inquietante. Por eso, la principal incógnita que 2026 debe resolver ya no es cuánto sobrevivirá Sánchez atornillado al poder, sino cómo podrá afrontar España, cuando llegue el momento del relevo, la reversión del sanchismo para al menos quedarnos como estábamos antes de que aquel Peugeot, allá por 2016, fuese la coartada de una farsa que ha degenerado en auténtica estafa a la democracia.
Sánchez terminó 2024 huyendo de Paiporta entre el barro. Después, jamás salió a la calle sin una protección cuasi militar. Nunca más la pisó como lo haría cualquier presidente del Gobierno con parámetros lógicos de aceptación-rechazo. Ahora Sánchez ha concluido 2025 con su fiscal general condenado, su hermano abocado al banquillo, su mujer en el trance de estarlo en breve, con dos secretarios de Organización del PSOE entre barrotes, con un reconocimiento público de que ha cobrado sobres en metálico del partido, con una investigación abierta por blanqueo en la financiación del PSOE, y con todo ese andamiaje de feminismo impostado derruido por la proliferación de puteros, acosadores y rijosos. Más aún, ha cerrado 2025 con el hundimiento más relevante vivido por el PSOE en una comunidad históricamente facilona para la izquierda. Los presagios para 2026, por más socios que conserve como cooperadores necesarios de la corrupción que representa el sanchismo, no son alentadores. Ni para Sánchez, ni para el PSOE, ni para nadie.
Por eso el reto de la derecha, de PP y Vox, de Vox y de PP, no será ponerse de acuerdo para gobernar el postsanchismo. Nadie entre sus votantes entendería que, llegado el momento, no se produjese un pacto aplicando a la ecuación cualquier fórmula plausible si eso supusiese el final del sanchismo. En la Comunidad Valenciana Vox ha tenido la ocasión ideal para desguazar al PP… y no lo ha hecho. En Extremadura ocurrirá más de lo mismo porque por mucho crecimiento que haya experimentado Vox, no deja de tener 11 escaños de 65 en su momento más dulce y de mayor euforia. No parece ser una repetición electoral en Extremadura lo que esté meditando Santiago Abascal, de igual modo que antes optó por no arriesgar absolutamente nada en Valencia. El reto de la derecha no será hallar a lo largo de 2026 métodos de entendimiento o mecanismos de colaboración por autonomías inmersas en procesos electorales, ni que Vox se contente con aparentar que sojuzga al PP con exigencias.
El auténtico desafío de la derecha -ya que es notorio que el PP y Vox se necesitan mutuamente por más que se aborrezcan- será limpiar el grafiti del sanchismo y recomponer todos los añicos rotos de la democracia. El objetivo irrenunciable de la derecha tendrá que basarse en la recuperación de la lógica democrática sin agrandar la fractura social porque todo lo contrario será un error del que la izquierda se recuperaría pronto de su marasmo. En algún momento dado España necesitará dar carpetazo al revanchismo institucional, devolver el vigor al Parlamento, recuperar a la Fiscalía para la causa común, cancelar el acoso y derribo a los jueces, honrar a la Monarquía parlamentaria, garantizar la separación de poderes, y limpiar de sectarismo y sumisión el Tribunal Constitucional, el Consejo de Estado y la Abogacía del Estado. Y si esta derecha dual en España no logra avanzar en 2026 en esa dirección, muchos de los cuantiosos destrozos del sanchismo serán irreversibles durante años.