Chapu Apaolaza-ABC

  • Cuánto mejor estamos ahora en la órbita de Caracas, México y Pekín

Que alguien esté pensando en estos momentos que España podría ser el retiro de Nicolás Maduro, tras una hipotética transición democrática del régimen chavista, da la medida de hasta dónde han llevado a nuestro país, que antes exportaba a Venezuela etarras escapados de la Justicia, que abrían supermercados y se casaban con mulatas, y ahora da cobijo a caudillos de narcodictaduras asesinas de opositores. La noticia de que se esté barajando a España como retiro dorado del chavismo podría parecer, a 28 de diciembre, una inocentada. Hace veinte años nos habría resultado una broma de esas que salían en los periódicos, como cuando en San Sebastián publicaron que en la fuente de la plaza de Guipúzcoa habían aparecido unos pingüinos australes, trasunto del catastrofismo climático que vendría después.

Según mis cálculos, en aquellos días no es que Greta no hubiera nacido: es que su madre era una niña y este país era otro distinto. Pretendíamos parecernos a Francia y Alemania y heredar las tendencias políticas del norte de Europa. No podíamos imaginar que beberíamos ideológicamente de Argentina y de la Bolivia cocalera. En aquellos años decíamos, levantando la barbilla, que nosotros no éramos Italia, y ahora en Italia dicen que ellos no son España.

Que Nicolás Maduro venga a vivir a España en las faldas miserables de José Luis Rodríguez Zapatero y sus orinocos empresariales tiene más coherencia de la que parece a primera vista. ¿Qué mejor que un dictador de izquierdas viviendo a cuerpo de rey en este santo país en el que se pisotea la memoria de las víctimas del terrorismo y a los niños de la izquierda de la izquierda les trae los regalos Arnaldo Otegi, junto a los padres de la democracia que ayer por la mañana ponían bombas lapa? La memoria democrática –en la que Franco sigue vivo y ETA no existió o estaba ligeramente equivocada– es el contexto perfecto para que anide en nuestras urbanizaciones de lujo un asesino torturador de izquierdas que regó de sangre su país, empujó al destierro a millones de familias y abrió en el corazón de la Hispanidad una herida que tardará décadas en cerrarse. Bien pensado, este es el lugar y la sociedad perfectos para que venga Maduro y le canten coplillas Pablo Iglesias, Irene Montero, Yolanda Díaz, Errejón, Zapatero y Pedro Sánchez, en plan camarada, y le paguen una ronda en la taberna Garibaldi.

En este país tuvimos, miserablemente y por efecto de nuestro complejo de inferioridad, una aversión a la hegemonía cultural gringa y al atlantismo. Cuánto mejor estamos ahora en la órbita de Caracas, México y Pekín, echados en brazos de los regímenes más marginales y abyectos. En su día nos reímos mucho de nosotros mismos cuando llegaba y pasaba de largo Míster Marshall, punto de fuga de nuestros propios complejos. Al menos venían los americanos, y no el dictador Míster Maduro, ese sátrapa tropical, y los amigos boliburgueses de José Luis Rodríguez Zapatero, que Dios lo confunda.