- Mientras Estados Unidos actúe en contra de sus propios intereses apoyando a Rusia, los estados europeos van a pasar momentos difíciles. Ya no pueden buscar fuera de sus fronteras la solución a sus propios problemas de seguridad. De su unidad y determinación dependerá su futuro
Tras el encuentro en Florida entre Trump y Zelenski se nos anuncia que el fin de la guerra está más cerca. Exactamente, ¿esto qué quiere decir? En primer lugar, estamos hablando de un alto el fuego, no de una paz. No parece estar sobre la mesa el troceado definitivo de Ucrania, con el consiguiente reconocimiento de nuevas fronteras, pues el primero de los famosos puntos afirma la soberanía de Ucrania. En segundo lugar, Rusia exige algo más que el derecho a ocupar parte del territorio ucraniano. Quiere condicionar tanto su actividad económica como internacional. Por lo tanto, el conflicto no se va a cerrar, en el mejor de los casos quedará congelado durante un cierto tiempo.
La clave para entender la negociación es comprender que la guerra de Ucrania no va sólo de Ucrania. Es simplemente una fase de un proceso por el cual Rusia trata de reconstruir su antiguo imperio. Para ello necesita romper los diques de contención que a lo largo del tiempo se han erigido para impedir que se inmiscuyera, de una u otra manera, en la actividad de sus vecinos. Putin cometió un error gravísimo al confiar en sus militares, una casta corrupta e incompetente. Sin embargo, su formación en los servicios de Inteligencia le ayudó a comprender las vulnerabilidades del bloque occidental y a gestionarlas con criterio.
Es cierto que el comportamiento de Rusia llevó a estados como Finlandia y Suecia a solicitar el ingreso en la OTAN, tan cierto como que la OTAN está gravemente dañada ante el giro norteamericano. Hoy Estados Unidos está más interesado en llegar a acuerdos comerciales con Rusia que en defender la soberanía de sus supuestos aliados. Hoy la OTAN ya no disuade a Rusia de la manera en que lo ha venido haciendo durante décadas. Putin sabe del interés de Trump por llegar a acuerdos sobre materias primas, inversiones y actividades en el Ártico y las administra para aislar a los europeos y garantizarse el entendimiento con la potencia americana.
La Unión Europea ha venido ejerciendo una formidable atracción gravitacional sobre los estados de la Europa oriental. Representaba la garantía de paz, bienestar, progreso económico y democracia. Pero ya no es así. Con la inestimable colaboración de la Administración Trump, Rusia está animando el crecimiento de alternativas nacionalistas, de derecha e izquierda, que cuestionan tanto el proceso de integración continental como la necesidad de contener el expansionismo ruso. Desde esta renovada perspectiva Rusia es víctima de nuestra agresión y depositaria de derechos históricos sobre sus vecinos.
Con la OTAN y la UE en crisis abierta Rusia va a aprovechar la situación para seguir avanzando posiciones. Un supuesto acuerdo de alto el fuego en Ucrania puede congelar las hostilidades durante un tiempo, sin cerrar el conflicto, pero la campaña contra Europa continuará en otros terrenos. Tiene que ahondar en nuestras diferencias para dañar todo lo posible tanto la cohesión de la OTAN como de la UE y así poder avasallar a aquellos estados que fueron parte de su territorio o de su área de influencia, consolidando su condición de gran potencia. Son terrenos en los que las fuerzas armadas rusas se sienten cómodas, porque llevan años preparándose para ello y saben de nuestras vulnerabilidades.
Como hemos indicado con anterioridad en más de una ocasión hemos pasado de tres ‘dominios’ –tierra, mar y aire– a seis, incorporando, como consecuencia de los avances tecnológicos, el espacio, el entorno cibernético y el cognitivo. Desde hace ya algún tiempo venimos asistiendo a acciones de sabotaje –rotura de gasoductos, de líneas de comunicación o incendios de fábricas–, agresiones a nuestras infraestructuras cibernéticas e intensas campañas de desinformación. Todo ello es parte de una estrategia dirigida a alcanzar sus fines sin tener que recurrir a acciones militares clásicas, propias de los tres primeros ‘dominios’. A este espacio se le viene denominando «zona gris», pues ni resulta fácil demostrar quién es el agresor ni el daño infligido puede considerarse un casus belli.
Desde hace décadas sabemos que el artículo 5 del Tratado de Washington quedó desfasado. Hubo un tiempo en el que se hablaba de reformar el tratado. Al final se optó por reconocer que esas actividades propias de la «zona gris» quedaban fuera de su ámbito, por lo que Rusia sabe que puede actuar con gran impunidad y ello en dos niveles. Por una parte, en la acción directa, como venimos comprobando. Por otra parte, ejerciendo un efecto disuasor, pues no oculta su conocimiento de nuestras redes energéticas y de comunicación, que en determinadas circunstancias no dudaría en atacar.
Rusia tiene una estrategia y una formidable capacidad de resistencia, como ha demostrado a lo largo de los siglos. Es una desgracia para los propios rusos, pero es un enemigo duro. Mientras Estados Unidos actúe en contra de sus propios intereses apoyando a Rusia, los estados europeos van a pasar momentos difíciles. Ya no pueden buscar fuera de sus fronteras la solución a sus propios problemas de seguridad. De su unidad y determinación dependerá su futuro.