Félix Madero-Vozpópuli

  • Alguien que se toma dos semanas de vacaciones debería tener algún momento para la lectura y el recogimiento

De vez en cuando, el lector oficial de palacio le deja unas cuartillas sobre la mesa de trabajo con anotaciones que debería haber leído. Debería, sí, últimamente todo es un debería, un sin vivir lleno de condicionales que se hacen insufribles. Debería, tendría, sería, esperaría. Pero no lee nada. Son textos breves, citas, algunas veces un párrafo entero que su camarlengo tiene a bien seleccionar para que los aproveche en una entrevista, un discurso o mitin. La verdad es que no les hace caso. Suele leer literalmente lo que le escriben otros, en especial los aburridos escritores de sus discursos.

Es una pena que a él no le haga caso. Sus pequeños textos están escritos por filósofos, novelistas e intelectuales, pero no pasan el filtro del presidente. A él le gusta hablar de la extrema derecha o la derecha extrema y, sobre todo, de la necesidad de sudar la camiseta. Una ordinariez, piensa su edecán. También -¡y a estas alturas!- gusta colocar entre sus textos leídos eso del no es no, ignorando que él mismo es ya un mayúsculo no. Una negación con forma de circunferencia. Pero sus notas, rigurosamente seleccionadas para un político que quisiera brillar, se quedan en el olvido. ¿Las lee? No está seguro. El presidente es partidario de frases y sintagmas como vamos a avanzar, cumplimos, este Gobierno no deja atrás a nadie, o esa de no vamos a mirar hacia otro lado. Esta última  le resulta curiosa porque Sánchez lleva meses con la mirada ida, esa que lucen los boxeadores antes de caer sobre la lona.

Vivir en las interjecciones

Este hombre culto, pulcro y leído querría ser como aquel clérigo secularizado que tuvo de asesor un político que fue todo menos presidente del Gobierno. Era una factoría de dichos y sentencias. Refranes, latinajos y vulgaridades del estilo de «hablo para que me entienda el doctor, pero también el pastor»; o esa otra con la que ponía colofón a sus intervenciones: «Contra hechos no valen razones». Aquel político tan lenguaraz pronunciaba las sentencias que le preparaba el sacerdote con la convicción de quien las hubiera sacado de la misma Poética de Aristóteles.

Pero la suerte de nuestro hombre es distinta. Nunca tuvo poder, pero sí influencia, que es la forma más refinada de mandar sin que se note. La última vez que vio al presidente, éste le pidió que fuera más claro y menos exigente en su selección. «¿De verdad crees que la gente entiende eso de que lo verosímil es preferible a lo simplemente verdadero?» Cuando se lo dijo, el lector oficial guardó silencio, qué iba a hacer, pero no pudo evitar pensar que bastaría con que lo entendiera él para que algunas cosas mejoraran.

¿Dónde estará hoy el presidente? No pudo despedirse de él. Cada vez lo ve menos, y nota con gravedad que ya ha pasado de lo prescindible a lo inútil, y eso que el día que lo llamó le dijo que sería siempre uno de sus principales consejeros. ¿Dónde estará hoy martes? Dicen que en algún lugar del Pirineo, quizá en la Mareta, en Lanzarote. Alguien que se va a tomar dos semanas de vacaciones debería tener algún momento para la lectura y el recogimiento. No será así porque todo lo puede el cálculo político. No hay tiempo para el pasado, que no cuenta, aunque se repita. Ni para el futuro, que ya no puede controlar. Sólo el hoy y ahora tienen para él un valor. No vive en los pronombres, sólo en las interjecciones: ¡Ya!, ¡uf!, ¡bah!

Este fiel servidor, que nota que su vida se ha instalado en zona de tránsito, le puso antes de partir de vacaciones un pequeño paquete encima de su mesa. Era un librito de algo más de 100 páginas, a ver si así le diera por leerlo. Y le escribió una pequeña nota: Presidente, la lectura de este libro ameno y claro te reconfortará estos días. Es hondo, pero también directo. Fácil, pero insistente en el regusto que dejan sus pensamientos. Atentamente. B.

Miedo en el cuerpo

Y B se marchó a sus tareas. El desengaño en que vivía y la falta de ilusión por los días se había convertido en miedo. Y no sólo miedo, también en la materia en que conviven sus espacios más cercanos, la ansiedad, el pánico y el sobresalto. Fue entonces cuando recordó que el librito tenía un capítulo titulado ¿Cómo sobrevivir en el infierno? ¿Y si no lo entiende?, pensó. ¿Y si cree que es un mensaje, algo sugerido con segundas intenciones? Miedo. Otra vez el miedo en el cuerpo. Pero ya estaba hecho. También había hecho un subrayado a lápiz. Se tomó esa libertad pensando que entendería bien su significado y la razón por la que había destacado esa frase: Quizá la amistad sea más valiosa que el amor.

Y entonces le volvió la duda. Posiblemente había sido inoportuno ahora que Sánchez empieza a ser un hombre sin amigos. Los que parecían serlo se bajan, se mueven, conspiran y calculan. Estos son síntomas inequívocos del final. Incluso hay periodistas, amigos bien cercanos en otros tiempos, que le piden que se vaya, que convoque elecciones. Antiguos colaboradores ayer agradecidos, pero que hoy firman y redactan manifiestos pidiendo democracia y decencia. Sí, la amistad es más valiosa que el amor. Por eso hay preguntas que escuecen y abren la piel con la precisión del estilete en la carne: ¿Cuántos amigos de verdad tiene este hombre?

Fue suficiente con esto. Le pudo la llamada del temor. Volvió enseguida al despacho del presidente y vio que allí seguía el pequeño paquete. Rompió la tarjeta que había escrito. Hizo lo mismo con el papel regalo que le habían puesto. Este no era un libro para leer fácil y rápido. Ya era tarde. Aprender tiene un precio y solo quien lo paga conquista el derecho a la palabra. Metió el librito en el bolsillo de su chaqueta y empezó a pensar en un amigo que mereciera un regalo como este. Y así paso el día el lector oficial de palacio. Confundido. Sin encontrar un nombre al que regalar estas Navidades el libro de Nuccio OrdineGeorge Steiner, el huésped incómodo. Decidió abandonarlo en el alféizar de una ventana mientras notaba el recuerdo vago de una amistad.