Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Establishment’ evita connotaciones y prejuicios, es una palabra limpia. Necesaria para referirnos, aquí y ahora, a una elite con extensiones políticas, mediáticas, financieras, empresariales, culturales, académicas, editoriales, del entretenimiento

Me gusta que la voz establishment aparezca en el DRAE. En cursiva, pero ahí está. Se intentó españolizarla con ‘establecimiento’, pero a uno le viene a la cabeza una tienda de lencería. ¿Qué? Lo de «poderes fácticos» también era insatisfactorio, sonaba viejo, evocaba viñetas rancias llenas de obispos y gordos con chistera, el tan nocivo humor gráfico, que de humor solo tiene el nombre y que ha atizado causas monstruosas ya desde el siglo XIX. Las infamantes caricaturas de judíos alentaron pogromos, y habría que ver quién hizo más daño (desde el caso Dreyfus al Holocausto): el servicio secreto del Zar con ‘Los protocolos de los sabios de Sión’, que aún se lee masivamente en Gaza con la inestimable ayuda de la Unrwa (adiós, por cierto), o los caricaturistas satíricos franceses (Léandre, Veber), alemanes o austríacos (Scholz, Schönpflug). Una canalla que ha contado y cuenta con epígonos españoles en algunos de los principales diarios de papel.

‘Establishment’ evita connotaciones y prejuicios, es una palabra limpia. Necesaria para referirnos, aquí y ahora, a una elite con extensiones políticas, mediáticas, financieras, empresariales, culturales, académicas, editoriales, del entretenimiento. Ámbitos que se combinan en el individuo perteneciente al «grupo de personas que ejerce el poder en un país», pues de eso hablamos. El poder, digo, no necesariamente el político, aunque también. No le resultará difícil al lector pensar en nombres que desde las finanzas ocupan posiciones en el mundo de los medios para obtener influencia en los gobiernos. Por ejemplo. O de empresas de cuyos presupuestos publicitarios depende la viabilidad de medios de comunicación, logrando que estos tomen posiciones políticas por mera razón de supervivencia. O de políticos que colonizan grandes empresas, donde no solo se enriquecen sino que pasan a controlar aquellos presupuestos publicitarios que son el oxígeno de los viejos medios con respiración asistida. Combínenlo como deseen, que siempre tendrán ejemplos a mano. Aquí y ahora, insisto.

Y de pronto, después de tanto privilegio e intromisión, sucede lo que algún día tenía que suceder. Un terremoto que no podía llegar desde la izquierda porque la clave de su poder reside en la hegemonía cultural (que incluye, como sabemos, la narrativa publicitaria woke). Llega con la nueva derecha. País por país, empezando por el imperio estadounidense, se deja de respetar al establishment. Se hace por motivos diversos, pero uno de los principales es el conocimiento del adversario (que se apresta a declararse enemigo, a poner cordones sanitarios, a interferir en elecciones nacionales). Todas las reflexiones sobre Gramsci y sus discípulos dan sus frutos. La vieja derecha no lo ve porque solo consume libros propios, en el mejor de los casos, y lee prensa hegemónica woke. Pero la nueva entiende las reglas de la hegemonía e irrumpe de la única manera posible para cambiar las narrativas que sostienen al poder (y con ellas al poder): enfrentándose al establishment. A fin de cuentas, los grandes conglomerados mediáticos necesitan licencias públicas para mantener su oligopolio. El BOE es mucho BOE. Llegan tiempos nuevos.