Juan Carlos Girauta, EL MUNDO, 13/9/11
La verdadera huella de George Orwell en Cataluña no tiene que ver con la Guerra Civil. Poco podía imaginar el escritor que, 75 años después de alistarse en Barcelona y urdir su Homage to Catalonia, reinarían aquí algunas premisas de 1984. De las experiencias de Orwell en el POUM o de su embeleso anarquista conocemos algunos, pero lo orwelliano lo sufrimos todos, incluidos los que creen que Big Brother es un programa de televisión.
Como lo kafkiano, lo orwelliano se intuye y resulta escurridizo a los intentos de definición. Por lo pronto, los catalanes estamos expuestos al subyugante poder de una Neolengua, esto es, la manera en que el poder utiliza ciertas palabras y expresiones catalanas. El resultado es la puesta en circulación de un léxico preñado de ideología, un conjunto de voces a las que se ha estrechado el significado, una progresiva introducción de sobreentendidos que alejarán sin remisión del espacio semántico de casa nostra al inadvertido.
En 1984, las consignas, los eslóganes reiterativos invierten sin rubor los significados, igualan antónimos (La libertad es la esclavitud, La paz es la guerra) o bastardean el sentido: La ignorancia es fuerza. Hoy en Cataluña, la posición del poder y de sus terminales ante la última sentencia del TSJC aparece en carteles que rezan: Per un país de tots, l’escola en català. No se requiere gran familiaridad con la Neolengua para saber que escola en català quiere decir inmersión, catalán como única lengua vehicular. He ahí el país del nacionalismo: Cataluña sólo puede ser de todos los catalanes si la lengua de uso de la mayoría se trata como idioma extranjero. La paz es la guerra, etc. Pero es que el orwelliano blackwhite impone afirmar que lo negro es blanco cuando el Partido lo decida. No hay formalmente un partido único en Cataluña, si bien Francesc de Carreras acuñó las siglas PUC (Partit Únic Catalanista) para reflejar la absoluta sintonía de CiU y las izquierdas en materias nacionales. Los medios públicos y la mayoría de los privados le dan la razón todos los días al omitir implícitamente al PPC y Ciudadanos cuando se refieren a els partits catalans.
En 1984, la verdad depende crudamente del poder. Junto con las operaciones sobre el lenguaje, corresponde a un Ministerio de la Verdad la fabricación de la Historia y la censura. Una construcción literaria propia de las distopías que nos advierte de la penetración de nuestras mentes y, luego, del corazón y del alma. Es lo que en el fondo siempre ha querido el nacionalismo de nosotros, losWinston Smith de turno: que deseemos ser como ellos.
Juan Carlos Girauta, EL MUNDO, 13/9/11