Fernando Aramburu, EL PAÍS, 14/9/11
ETA no mata ni, según dicen, extorsiona, y eso, a algunos, ya les parece razón suficiente para proclamar, acaso sin doblez, que podemos estar todos juntos en paz y tan amigos. Los muertos fueron enterrados, los que mataban y pegaban fuego ya no ejercen y, en fin, eso es la paz.
A otros, por el contrario, la prudencia basada en decepciones precedentes nos dice que la convivencia pacífica no es posible mientras el león ande suelto. Bien es cierto que el león no está ahora en el centro de la plaza. Está en un rincón, agazapado a la sombra de los soportales; pero, aunque no se le vea, conserva sus colmillos y sus zarpas. La mera existencia de ETA es violencia, actúe o no actúe. No nos engañemos: la paz es un resultado, no una premisa.
Hay últimamente un discurso de paz, eso es innegable, por parte de quienes hasta ayer postulaban la socialización del sufrimiento. ¿Es sincero ese discurso? ¿Cuántos lo suscriben? No pocas dudas se disiparían si el referido discurso estuviera acompañado de gestos, obras, hechos y, sobre todo, humildad. El 7 de diciembre de 1970, el canciller federal Willy Brandt tuvo el coraje de arrodillarse en nombre de Alemania ante el monumento a los héroes del gueto de Varsovia. El día que vea algo semejante en un miembro destacado de la izquierda abertzale empezaré a creer que todo lo que estamos viviendo de un tiempo a esta parte no es estrategia ni tejemaneje.
Se pretendía atacar al Estado español, pero, como de costumbre, la acción terrorista contra las abstracciones la padecieron los vecinos. ¿De verdad que la izquierda abertzale no tiene nada que decirles?
Considerando acaso que los problemas, las dificultades, los conflictos, se pueden resolver por la vía de ignorarlos u ocultarlos, suenan de vez en cuando voces que proponen pasar página. Nada más equivocado ni perverso que confiar al olvido unos asuntos que han generado tanto sufrimiento. O sea que, al final, ¿no hemos aprendido nada? Soy partidario del estudio constante y exhaustivo, del testimonio veraz y de la toma de conclusiones pedagógicas, de manera que los ciudadanos del futuro no ignoren las consecuencias atroces que supone para una sociedad el uso de la violencia a partir de estímulos ideológicos.
Y ni siquiera creo que haya que exigirle a Batasuna que pida perdón públicamente por tantos años de justificación del terrorismo. No. Yo creo que debería salir de ellos. Pero les cuesta. No sé, quizá les dé vergüenza. Si lo hicieran habríamos dado como sociedad otro paso, como dio Willy Brandt el suyo, y podríamos mirarnos a la cara, conversar, y quizá, quién sabe, abrirnos poco a poco a la esperanza de un futuro abrazo, aunque por ahora lo veo difícil.
Las víctimas, desengañémonos, nunca dejarán de serlo. A nadie le van a resucitar el padre, el hijo, el hermano, ni le van a restituir la pierna que le segaron ni la empresa que le quemaron. Lo que se puede y se debe hacer es devolverles a las víctimas la dignidad, y no en montón, sino como ciudadanos singulares; reconocerles el daño que se les infirió, pedirles sinceramente perdón y darles absoluta garantía de que no habrá nuevos crímenes que reaviven la memoria de los que ellos o sus familiares, amigos y compañeros, padecieron.
Si se dieran los pasos necesarios, que no consisten solamente en medidas políticas sino en algo que tiene que ver con la calidad humana y cívica de las personas implicadas, tarde o temprano habría que considerar la situación personal, una por una, de quienes cometieron crímenes y fueron castigados por ello. Pero, ojo, esta sería aproximadamente la etapa vigésimo quinta o cuadragésimo octava de un largo recorrido, y no la primera ni la segunda.
Me disculpo de antemano si ofendo a alguien, pero siempre he considerado que hay numerosos presos de ETA víctimas de ETA, del veneno ideológico y del fanatismo que se les inculcó de chavales en la cuadrilla, en el colegio, en la taberna. Por supuesto que no los equiparo a las víctimas de sus crímenes ni dejo de creer por ello que merecían el castigo que la ley prevé para su caso. Hay, sin embargo, en su destino de jóvenes inducidos a la agresión y el asesinato una serie de cuestiones humanas de las que alguna vez habrá que ocuparse y extraer enseñanzas positivas para otros jóvenes de ahora y del futuro.
Fernando Aramburu, EL PAÍS, 14/9/11