Más mortíferas que los hombres
Es el último de los conflictos separatistas de la Europa continental, 40 años de ensangrentada guerra entre los terroristas vascos y el gobierno español. Pero mientras la vieja guardia está acorralada, una nueva generación de despiadados combatientes femeninos está haciéndose con el poder….
Los carteles enarbolados por los viejos manifestantes en los Jardines de Albia de Bilbao están hábilmente emparejados, cada uno con una fotografía del mismo tamaño dentro de un marco verde sobre un listón de madera pintada. Los aproximadamente 50 manifestantes caminan lentamente en dos disciplinadas filas bajo los altos plátanos de esta cuidada plaza del centro de la ciudad. La mayoría son severos rostros de mujeres, aunque un hombre mayor lleva una boina vasca sobre su cabeza calva. Es una protesta pacífica claramente ignorada por los oficinistas y clientes que permanecen en los bancos de la plaza. Los rostros de los carteles son, sin embargo, un recuerdo de la violencia. Son las caras de Eta – el grupo separatista vasco que en las últimas cuatro décadas ha matado a más de 800 personas en atentados y tiroteos.
La gente de las fotografías son hijos, hijas, maridos, mujeres, hermanos y hermanas encarcelados. Los más mayores, en fotografías de un blanco y negro granulado, son casi todos hombres, algunos con los cortes de pelo y los poblados bigotes de la época en la que fueron encarcelados. Algunas de las más recientes, los rostros más jóvenes, incluyen a muchas más mujeres. Son casi 750 personas en prisión por crímenes relacionados con Eta. Otros, todavía están en libertad manteniendo vivo el último conflicto sangriento de Europa en el oeste de las fronteras entre España y Francia. Y hay, cada vez más, mujeres.
En algún lugar de la frontera francesa, el liderazgo clandestino de Eta está siendo modificado después de una sucesión de arrestos. Esa misma mañana, el grupo ha se ha cobrado su última víctima. El inspector Eduardo Puelles, un experimentado oficial de la policía antiterrorista ha sido incinerado después de su muerte en la localidad próxima a Bilbao de Arrigorriaga, después de que una bomba colocada en los bajos de su vehículo lo convirtiera en una bola de llamas y de hierro fundido. Los vecinos que oyeron sus gritos dijeron que su muerte fue fácil y rápida. “¡Sacadme de aquí! ¡Sacadme!”gritó. La policía cree que este asesinato pudo ser ordenado por una de estas dos mujeres, Iratxe Sorzábal o Izaskun Lesaka, de quienes se piensa que tienen altos cargos dentro de un cada vez más frágil aparato militar de Eta.
Estamos a unas pocas manzanas de la ciudad ultramoderna, reluciente, del Museo Guggenheim envuelto en titanio, pero en los Jardines de Albia parece que el tiempo no ha pasado. El conflicto surgido bajo una dictadura hace ya tiempo desaparecida retumba, reclama vidas y llena cárceles. Mientras que los manifestantes discurren por la plaza para quejarse de que sus hijos e hijas están en prisiones lejanas a sus domicilios, el cuerpo calcinado de Puelles yace a 100 metros en la morgue. Ha sido traído desde el aparcamiento situado junto al edificio de ladrillo rojo donde Puelles, un vasco de nacimiento, vivía con su mujer y sus dos hijos. La proximidad de la víctima con de los defensores de los miembros del grupo que le mató recuerda que el País Vasco es un sitio pequeño. En las tres provincias que conforman la región con más autogobierno de España viven unos 2,2 millones de personas. “Es un pequeño rincón del mundo y nos conocemos todos” explica el hermano de Puelles, otro oficial de policía. Efectivamente, las especulaciones sobre cómo Eta consiguió fijar como objetivo a un experimentado oficial antiterrorista apuntó pronto hacia sus vecinos. “Vestía muy humildemente, pero ellos tenían que saber que era policía” dice María Valentín mientras baja las escaleras del bloque de viviendas bajo el paraguas que le protege de la famosa llovizna vasca, el txirimiri, que viene de la cercana Bahía de Vizcaya. La imagen de los policías vestidos con trajes blancos de forense espolvoreando entre los restos del Renault Megane de Puelles no es nueva para ella. El número de asesinatos de Eta ha disminuido enormemente en las últimas dos décadas, pero este barrio de trabajadores es todavía uno de sus favoritos cotos de caza. “Hace muchos años mataron a otro policía justo debajo de la carretera” explica María. “Usted no resuelve nada como esto. ¿Por qué la gente no puede ni hablar?”
Para muchos españoles, los miembros de Eta son terroristas sedientos de sangre, de corazón frío. “No han conseguido nada asesinando a mi marido. No han defendido la libertad de nadie, de hecho, sólo la han reducido” dijo la viuda de Puelles, Paqui, a una multitud de 25.000 personas que se manifestó en Bilbao un día después del asesinato para expresar su repulsa. “Ésta es la única cosa que saben hacer: matar, matar y matar”.
Sin embargo, para la gente que exhibe las fotografías en los Jardines de Albia, sus hijos e hijas no son asesinos. “Son presos políticos” o “patriotas”. Germán Urízar exhibe una fotografía de su hija de 27 años, Amaia. Urízar también tiene un hijo en la cárcel. La campaña lEtal de Eta comenzó hace 41 años y Germán, de 69 años, ha estado viniendo aquí todas las semanas desde hace 22 años para mostrar su solidaridad. “El chico era miembro de un comando (unidades de Eta en servicio activo) aunque no había matado a nadie” explica. “Mi hija no había hecho nada pero fue condenada a cinco años. El número de chicas ha aumentado mucho”. La policía afirma que Amaia era la novia del jefe militar de Eta Garikoitz Aspiazu, alias “Cherokee”, y que ella le ayudó a reclutar nuevos miembros de Eta.
Los seguidores de Eta deben elegir sus palabras cuidadosamente. El apoyo público al terrorismo se castiga con una pena de prisión, pero los más de 100.000 votos que regularmente cosechan los grupos políticos identificados con Eta indican un pequeño, pero obstinadamente sólido, grupo de apoyo. Sin embargo, a veces la guardia se relaja. “¿Por qué hemos matado a algunos enemigos de nuestro pueblo? Porque ellos nos han obligado” es como lo explicaba recientemente Manuel, el tío de Irantzu Gallastegui, la mujer que participó en el infame secuestro y asesinato del joven concejal vasco, Miguel Ángel Blanco. “¿Quién dice que no es humano el uso de la violencia?” dice Manuel. “No pienses que nos divierte o que sólo matamos por placer. Eta lo hace por un sentido patriótico del deber”.
En la carta que Asier Borrero, el miembro de Eta detenido un par de semanas después de la muerte de Puelles, dejó a su padre daba las razones por las que abandonaba su casa y se unía al grupo. “Sé que marchándome te estoy traicionando como hijo” escribió. “Pero esto es mejor porque no voy a dejar de luchar por nuestro pueblo”.
Hoy, el liderazgo de Eta está localizado fundamentalmente más allá de la frontera. Las paredes de las comisarías del Sureste de Francia están adornadas con un poster que muestra a seis de estos miembros. “Estas personas son peligrosas y es probable que vayan armadas”, advierte. Cuatro son hombres, que ya han sido detenidos desde que se imprimió el cartel hace 15 meses. Los dos que todavía están en libertad son mujeres: Iratxe Sorzábal e Izaskun Lesaka, son lo que queda del grupo que , según la policía, dirige a los militantes de Eta de primera línea. No están todavía muy claros los dEtalles sobre las funciones de estas dos mujeres. “Las cosas son tan confusas que en este momento no sabemos realmente quién hace qué” admite una fuente cercana a la policía del gobierno regional vasco, la Ertzaintza.
El reparto de sexos del cartel es, sin embargo, un signo del profundo cambio de un grupo de raíces católicas y conservadoras. “La huella del catolicismo ha sido importante” explica Jesús Casquete, de la Universidad del País Vasco. “No puedes compararles con las Brigadas Rojas o con el Baader Meinhof , donde las mujeres tenían importantes funciones de responsabilidad”. Pero ésto está cambiando. En los quince días posteriores al asesinato de Eduardo Puelles, la policía realizó cuatro operaciones diferentes contra Eta y arrestó a 10 presuntos miembros. La mitad de ellos, incluidos dos de los tres miembros del nuevo comando detenido con 75 kg. de explosivos, eran mujeres. De una, Itziar Plaza, se dice que es una experimentada comandante militar. Las recientes captaciones incluyen mujeres estudiantes, periodistas, enfermeras e incluso profesoras de escuelas infantiles.
Me reúno con Oihana Lizaso en la cafetería de un hotel cercano a los Jardines de Albia. Hace seis años, la policía arrestó a Oihana y a su novio, Jokin Errasti, en un centro comercial de su pueblo, Usúrbil. En el registro de su garaje se encontraron 25 kg. de explosivos, detonadores, una granada, una pistola Walther PPK del tipo James Bond y una subametralladora. Oihana cumplió cinco años en prisión por colaborar con ETA. Su novio cumplirá 17. El castellano de Oihana no es muy fluido. Piensa en euskera, la antigua lengua vasca que probablemente sea la más antigua de Europa, y que todavía es el primer idioma de uno de cada seis vascos. Se dice que, hasta no hace mucho tiempo, las mujeres simplemente seguían a sus novios a Eta. “Es una decisión personal”. Al igual que mucha gente del entorno de Eta, emplea con frecuencia la palabra “impunidad” –para describir la forma que ella considera que las autoridades españolas tratan a los separatistas. “La gente ve la impunidad. Ven cosas que ocurren en sus ciudades o pueblos”, asegura. ¿Cree que Eta es machista? Se ríe. “Hay machismo en todas partes pero en el País Vasco también tenemos feminismo”.
Eta fue una vez un mundo de hombres. Obreros industriales, clases medias, marxistas y campesinos vascoparlantes de pueblecitos muy altos en plena naturaleza, empinadas cumbres del Goierri se reunieron inicialmente en torno al enfado despertado por el general Francisco Franco ( muchos dejaron a sus mujeres en casa). Durante años, el papel público de las mujeres fue principalmente el de sufridas madres junto a las tumbas de los activistas. “Estaban consideradas como las guardianas de la llama” dice Jesús Casquete. Los fundadores de ETA buscaban “mujeres pacíficas dedicadas a los trabajos culturales y humanitarios; eran hombres violentos que esperaban un poco más de resistencia y un orden”. Sólo unos pocos rompieron el molde.
Iratxe Sorzábal e Izaskun Lesaka son la prueba de hasta dónde han llegado las mujeres de Eta desde entonces. Sorzábal, de 37 años, es una antigua maestra que ha estado relacionada con el grupo durante más de una década. Fue encarcelada en Francia durante dos años en 1997 después de ser detenida junto con dos miembros armados de Eta en una granja perteneciente a unos separatistas bretones. “Querido País Vasco”, escribió en una carta enviada por cuatro mujeres presas al periódico separatista en mayo de 1999 “ha pasado mucho tiempo desde que fuimos obligadas a escapar, huyendo del horror pero sin olvidarnos nunca de vosotros a pesar de las lágrimas por tener que dejaros”. Se quejaba porque había sido exhibida como una animal cazado pero añadió “sabéis muy bien que aunque quieran ésto, no pueden ni callarnos, ni quitarnos nuestra dignidad, ni obligarnos a renunciar a nuestra identidad”.
Sorzábal estuvo en huelga de hambre durante un mes para protestar contra el plan de extraditarla a España al terminar su tiempo de prisión. La protesta fracasó y en noviembre de 1999 fue puesta en la frontera. Sin embargo, no fue arrestada. En cambio, se convirtió en profesora de euskera en la ciudad fronteriza de Irún. También se convirtió en la portavoz de la campaña de apoyo a los presos. Finalmente fue arrestada en 2001 por la unidad antiterrorista de la Guardia Civil en la ciudad costera de San Sebastián. El juez la puso en libertad: afirmó que no había pruebas suficientes para demostrar que fuera miembro de un comando de ETA.
Poco después, Sorzábal volvió a Francia. Mientras que muchos de sus “más buscados” compañeros fueron arrestados, Sorzabal protagonizó varias huidas milagrosas. También dejó algunas pistas sobre su vida clandestina. En febrero, el entonces responsable de las operaciones militares de ETA, Iurgi Mendinueta, y ella se estrellaron con el coche que habían robado en el pueblo francés de Allègre, en el Alto Loira. Antes de huir, cavaron cerca un agujero para esconder un ordenador portátil. Contenía una fotografía de Sorzábal con un niño pequeño. ¿Era su hijo? Ella no habría sido la primera mujer de la operativa de ETA que habría tenido un niño con nombre falso en pequeñas ciudades francesas.
Inevitablemente, las experiencias de Sorzábal en prisiones y en comisarías de policía le han endurecido. Los expertos la sitúan entre los halcones de ETA – aquellos que creen que los asesinatos deben continuar si el sueño del estado vasco independiente compuesto por cuatro provincias españolas y una parte del suroeste francés tiene que suceder. (Esto es algo que, aún en las interpretaciones más optimistas de la historia vasca, dejó de existir hace cinco siglos). Ahora ella está entre los mejor situados para ocupar el puesto de Mendinueta y reconstruir los comandos. El tiempo dirá si está implicada en ordenar que Eduardo Puelles volara por los aires.
Izaskun Lesaka, de 34 años, puede ser aún la más antigua en la jerarquía de ETA. Huyó de España hace siete años, cuando la policía comenzó a acorralar a los miembros de los movimientos juveniles de apoyo a ETA. Había sido una persona con importancia en esos grupos a los que se atribuyó una ya desaparecida compaña de lucha callejera conocida como kale borroka. “Son los que preparan el terreno a ETA” asegura una fuente que trabaja con la Ertzaintza. Cuando el juez dictó la orden de búsqueda, Lesaka había desaparecido. Más tarde, los tribunales franceses la consideraron culpable, en ausencia, de reclutamiento de miembros para el grupo terrorista. No hay mucha información reciente sobre ella. Algunos informes sostienen que es la autora de los comunicados de ETA y una de las tres personas (las otras son hombres) que ejerce el control político del grupo y ordena las actuaciones de los comandos.
Sólo unas pocas mujeres han ascendido tan alto en el escalafón. Y como ahora son imprescindibles para terroristas y pistoleros, el camino hacia la cumbre se ha despejado. “La ruta del liderazgo ha pasado siempre por la participación activa en los comandos” asegura Carrie Hamilton, un historiador canadiense que ha hablado con muchas ex – mujeres de ETA . “Era inevitable que, en un momento dado, algunas asumieran el liderazgo”.
Las estadísticas y las anécdotas muestras que la situación ha cambiado rápidamente. En 2002, sólo el 12% de los presos de Eta eran mujeres. En 2009 esa cifra ha aumentado en un 25%. Si las últimas detenciones son indicativas, la proporción entre las nuevas incorporaciones se acerca a la mitad. Nadie se sorprende. “Debes recordar que cuando Eta declaró el alto el fuego en 2006, fue una mujer la que leyó el comunicado” dice Beñat Zarrabeitia, de la asociación que agrupa a los familiares de los presos Etxerat. “Y en el anterior alto el fuego, en 1999, eligieron a Belén González Peñalba como uno de los negociadores”. De hecho, las mujeres han estado presentes en la historia de ETA desde sus inicios, aunque casi siempre en un segundo plano. Ofrecían casas seguras, escondían activistas, seguían la pista de objetivos o escondían armas. Ellas seguían las pistas de políticos y de muchísimos policías discretamente sentadas en los bancos traseros de las iglesias. La primera línea, la de quienes ponían bombas y disparaban a la gente, era cosa de hombres.
La primera mujer que se unió a los comandos encontró un obstáculo en su condición femenina. Una pistolera anónima de Eta recordaba la primera vez que a ella y a su amiga se les dieron unas pistolas. “Dijimos: bien, según cómo lo hagamos mañana, ellos nos aceptarán o no. Y sólo porque éramos mujeres. Tienes que demostrar mucho más cuando eres mujer” dijo a la antropóloga Miren Alcedo. De hecho, las primeras pistoleras fueron reconocidas como más sanguinarias que los hombres.
La más infame fue Idoia López de Riaño, alias La Tigresa. Es difícil separar el mito de la realidad en el caso de la atractiva pistolera de ojos verdes que policías, periodistas y algunos de sus arrepentidos ex – compañeros dibujaron como un monstruo asesino devora -hombres. Forma parte de su leyenda su recorrido por discotecas para jóvenes policías para rollos de una noche y para, unos días más tarde, dispararles tranquilamente. En ámbitos policiales se dice que se ponía encima de sus amantes mientras pensaba :”Me gustaría disparar a este bastardo en la boca”. Su gusto por la vida nocturna, su habilidad para atraer a los hombres y el hecho de que una vez recogió a un policía que le ayudó después de un accidente de tráfico están entre sus incidentes. Los miembros de su propio comando, cansados de su indisciplina, se apresuraban a huir a casas seguras cuando ella no regresaba a casa después de una noche. En un atentado en Madrid, ella debía cubrir al miembro de otro comando cuando abriera el fuego contra un automóvil de oficiales del Ejército. Sin embargo, la principio no podía soportar el fuego cruzado. Ahora está cumpliendo una condena de 30 años de cárcel por 23 asesinatos. “Ella solía quejarse de que las mujeres tenían que demostrar el doble que un hombre” asegura un ex – compañero de armas.
Sin embargo, en la pasada década surgió una nueva tendencia. El primer símbolo del cambio fue Olaia Castresana, de 22 años, maestra en una escuela de San Sebastián. Durante la semana, Castresana se ocupaba de niños de menos de seis años; los fines de semana y en vacaciones hacía explotar cosas, y personas, para Eta. Finalmente, en julio de 2001 le estalló una bomba en las manos en la zona turística oriental de Torrevieja. Como consecuencia de la explosión, escombros y trozos del cuerpo cayeron cerca de la piscina. Otra de sus bombas había matado a un policía pocas semanas antes. Castresana se convirtió en la nueva mártir femenina, fue elogiada en su funeral por políticos radicales separatistas como Arnaldo Otegui, el hombre del que muchos esperan el Gerry Adams de Eta. “Eta nunca será derrotada con medidas policiales” dijo el día anterior a la muerte de Puelles. El novio del colegio de Castresana, Anartz Oiarzábal, empleado de una funeraria y también compañero de atentados, contactó con el periódico separatista Gara mientras se daba a la fuga. Le puso un esquela: “Te quiero” decía con caracteres grandes y en negrita. Después Eta dio su nombre a un comando.
Pronto la policía se percató del aumento del número de mujeres en Eta. Algunas estaban creando comandos; una, Soledad Iparraguirre, fue la encargada de todos los grupos. Iparraguirre tenía una famosa disposición hacia la policía española. Se dice que había jurado venganza después de que su novio muriera en un tiroteo cuando tenía 20 años. La policía antiterrorista le atribuye la escalofriante frase: “¿Zapatos negros y barba de dos días? Mátalo, es un poli”. Como miembro de un comando entre los 80 y lo 90 se convirtió en una experta en coches bomba y participó en el asesinato de 14 personas.
La policía perdió la pista de Iparraguirre en los años 90. Finalmente supieron que tenía amistad con el músico y líder de Eta, Mikel Albizu. Éste había huido de España después de sacar de la cárcel a dos presos de Eta dentro de los altavoces de un concierto. En 2004, la policía finalmente localizó a la pareja en una granja francesa. Descubrieron a un niño de 8 años en la idílica casa de campo que habían comprado con una pareja francesa cerca de Sallies-de-Béarn. El niño, que los días de labor asistía a la escuela Católica Romana local, pero que también estuvo dos años en un internado mientras sus ocupados padres “viajaban”, era su hijo llamado Pierre. La pareja había estado viviendo en Sallies-de-Béarn durante doce años. Fueron admitidos como extranjeros en una región que atrae a bohemios de toda Europa.
El día de la muerte de Eduardo Puelles, la vida continuaba con normalidad en el mundo del separatismo radical vasco. En el bar separatista Herriko Taberna de Santutxu, un barrio de Bilbao, radicales de la misma opinión se reúnen para beber. En la pared hay colgadas tres hileras de fotos, las correspondientes a las 24 personas del barrio que están en prisión. Siete son mujeres, incluidas las recientes incorporaciones de Anabel Prieto y Maialen Zuazo –detenidas ambas el pasado año y acusadas de matar a un policía con un bomba que destruyó parte del cuartel de la Guardia Civil. No son fotos duras, como las fotos de carnet que aparecen en los periódicos de Madrid, sino fotografías hechas por amigos de las jóvenes que ofrecen a la cámara su mejor sonrisa. Dejan pocas dudas sobre quiénes son los héroes y por qué están aquí. La chica del bar admite que las conoce, pero no quiere hablar. “Yo misma soy una antigua presa” explica mientras llena los vasos de cerveza. “No quiero arriesgarme a tener problemas”.
— El artículo original en THE GUARDIAN, AQUÍ.
— El artículo original en NEW ZELAND HERALD, AQUÍ.
Giles Tremlett, THE GUARDIAN & THE OBSERVER, 26/7/2009, NEW ZELAND HERALD, 1/8/2009