Luis Daniel Izpizua, EL PAÍS, 2/12/11
Hay datos interesantes en las declaraciones de Arnaldo Otegi a un medio vasco. Las leo y las releo mientras limpio una y otra vez la lupa, y no hago sino preguntarme en qué condiciones se halla el hombre que las hace. Me explico: ¿este hombre que habla desde la cárcel, por muy conectado que esté, será el mismo hombre una vez liberado, cuando sienta la presión y la inmediatez de los suyos? Naturalmente, no pretendo dar a entender con esto que la cárcel sea una buena escuela, ni deseo tampoco que Arnaldo Otegi siga confinado en ella. No; deseo que toda esta historia finalice cuanto antes, aunque sé lo arduo y largo que puede resultar este final, sobre todo si es la política la que ha de imponerse sobre lo que voy a denominar sensibilidad. Es la política, sin embargo, la que se está imponiendo en este final del proceso, el ansia de vencer, y de hacerlo queriendo imponer unos programas en cuyo nombre se ha causado un dolor inmenso. ¿No convendría establecer, llegue quien llegue al poder, una especie de tregua política hasta que se instaure la concordia?
Ignoro el grado de sinceridad de las palabras de Otegi, o si en algunos casos no serán sino circunloquios evasivos, pero en su entrevista hay una respuesta que me ha llamado la atención y es en la que me centraré. Se le pregunta si ha servido para algo la lucha armada y esto es lo que dice Otegi: «La experiencia me ha demostrado que también a veces los gestos y las palabras generan dolor, humillación y sufrimiento. No espere de mis palabras que hieran la sensibilidad de ninguna de las partes. Mis palabras sólo estarán destinadas a reconocer el sufrimiento de todos e intentar superarlo». Bien, es posible que sea una salida elusiva, una forma de evitar la respuesta, pero también cabe que sea una forma de reconocer que cualquiera de las respuestas posibles -sí, no, o depende- pueda resultar dañina para alguien.
Si la respuesta de Otegi es sincera, tendría que hacer extensivo ese carácter dañino de las palabras a todo el alcance de los discursos políticos al uso. A la izquierda abertzale, y tampoco a Otegi, no le gustan las «declaraciones en términos de vencedores o vencidos», pero no sé si son conscientes de que todo su discurso político se articula precisamente en esos términos, los debidos al afán de utilizar el fin de la violencia como una oportunidad para vencer, para resolver el conflicto, que sólo se resuelve con el triunfo de sus propuestas. Quizá tendríamos que preguntarnos cuál es nuestro conflicto a superar, el prioritario. ¿No es el del dolor causado, el de unos y otros, sean o no equiparables, que no lo son, pero que no dejan de ser reales? ¿Nuestra tarea principal no es el restablecimiento de la concordia, asumir nuestra responsabilidad «para tratar de evitar ese tipo de sentimientos con nuestras palabras o actos», en palabras de Otegi? ¿A qué esperan entonces para aplicar esa sensibilidad a todo su discurso político? ¿O es sólo hipocresía?
Luis Daniel Izpizua, EL PAÍS, 2/12/11