El escritor Salvador Robles (Águilas, Murcia, 1956) lleva 44 años viviendo en Bilbao. Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Deusto, ha publicado varios libros sobre pedagogía, otros de microrrelatos y también cuatro novelas, en las que presenta personajes que se encuentran al límite.
El 8 de agosto de 2000, el escritor Salvador Robles encontró un nuevo argumento para un libro. La noche anterior, cuatro etarras morían en Bilbao al estallar los explosivos que transportaban en un coche. Robles pensó: ¿y si alguno de los ocupantes del coche no fuera terrorista y lo acusaran de serlo? A partir de esa idea, escribió Contra el cielo, que narra la lucha de un padre por demostrar que su hija no pertenecía a La Organización, una banda terrorista independentista que, evidentemente, es ETA. Robles presentó su libro ayer en San Sebastián junto a Sandra Carrasco, hija de Isaías Carrasco, el ex concejal socialista asesinado por ETA el 7 de marzo de 2008.
Pregunta. ¿Qué pretende mostrar el libro?
Respuesta. Es un homenaje a las víctimas del terrorismo. También una denuncia contra los que durante los años de plomo miraron a otro lado. Es un reflejo de lo que ha sido la sociedad vasca, en la cual ha habido miseria y valentía moral al mismo tiempo, un reflejo de un País Vasco mediatizado por la violencia y la equidistancia de los que no se mojaban, de los que estaban en el cielo mientras otros vivían la violencia.
P. Una historia de bandos irreconciliables. Suena común.
R. La explosión es el galvanizador, porque durante la novela los personajes van cambiando conforme pasan los acontecimientos. La suegra de Rubén Levi [el padre], que es nacionalista y, de alguna manera, justifica la violencia, va cambiando durante la novela a causa de la tragedia. La novela, a diferencia del ensayo periodístico, nos permite asomarnos al interior de las personas. Pongámonos por un momento en el lugar de Rubén, que no solo ha perdido a su hija de manera terrorífica, sino que la opinión pública da por hecho que es terrorista. En medio de este dolor, saca fuerzas para demostrar que su hija no es terrorista.
P. También habla de reconciliación. ¿Cómo se cierran las heridas?
R. El método para la reconciliación es algo que deberíamos haber pregonado a diestro y siniestro en los colegios, las escuelas, los institutos y las universidades. En el País Vasco, con algo tan elemental como definir lo que es el mal, hemos dado vueltas y vueltas para no llegar a un acuerdo entre diferentes sectores de la sociedad. ¿Qué es el mal? Pero también: ¿qué es ser un héroe? El mal es infligir daño a otro deliberadamente y el héroe no es aquel que mata por una patria. Héroe es aquel que lucha por la libertad y la justicia de todas las personas de la humanidad. Porque la patria es un adjetivo; lo importante es la persona. Deberíamos haber aceptado estas reglas básicas. Hay unos principios que todos debemos compartir: la vida es inviolable y el que mata a otra persona es un cobarde. Muchos de los héroes son las víctimas, que por ejercer un cargo público se han jugado o la han perdido.
P. ¿Sigue Euskadi tan dividida como hace unos años?
R. Menos. Personalmente, creo que el problema de la violencia en el País Vasco ha llegado al final. Yo creo que ETA no va a volver a matar. La novela, además, también muestra cómo se retorció el lenguaje. Lo que para unos era «lucha armada», para otros era «asesinato». Para unos «Estado»; para otros, «España». Todo esto creó una atmósfera en la que se generaron fanatismos. Que cada uno defienda su ideario con argumentos, que me convenzan con palabras, pero no con una pistola detrás o con una bomba. Lo que es increíble es que haya habido sectores de la sociedad que han mirado para otro lado y que hayan legitimado, de alguna manera, estos métodos cobardes.
P. ¿Su libro cobra ahora más sentido?
R. Mucho más. Ahora se ve el gran valor del sacrificio de las víctimas del terrorismo. Deberíamos estar agradecidos al valor que han tenido seres anónimos, personajes de pueblo o periodistas amenazados. Esos han sido los héroes, los que han permitido que en esta sociedad hayan prevalecido la dignidad y el coraje moral, esos que no miraron para otro lado.
EL PAÍS, 23/2/2011