Eduardo Uriarte, 2/4/12
Hace pocas fechas se realizaron unas jornadas auspiciadas por la Universidad del País Vasco y la Sociedad de Estudios Vascos sobre la figura de Indalecio Prieto cuyo cincuentenario de su muerte se quería recordar. Las jornadas tuvieron un afortunado tono académico, pues salvo momentos protocolarios todo el peso de su transcurso estuvo en manos de profesores, poniendo el cierre final una magnífica intervención del catedrático emérito Santos Juliá.
Sería un poco tediosos dar la lista de los intervinientes, todas las conferencias fueron de alto nivel ante un público interesado, donde se echó en falta a los lideres del socialismo local. Cosa comprensible, dedicados como están a la gestión del Gobierno de Euskadi, y porque, además, nunca ha sido atendida en el socialismo hispánico la preocupación por la cultura política y menos la tesis marxista de que sin teoría no pueda existir práctica, definitivamente anulada por aquella otra, pragmática si no oportunista, de no importar el color del gato si al final caza ratones. Por lo que se podría concluir que el acercamiento al conocimiento teórico no es una vocación enraizada en esta formación política, y hoy probablemente en ninguna.
En este sentido, fue apreciable la sorpresa provocada en el auditorio ante la pregunta del profesor Ludger Mees, realizada tras su intervención -demostrativa de su origen alemán- sobre el hecho de haber echado en falta en el socialismo español la existencia de teóricos, como es el caso en la socialdemocracia alemana de personalidades como Kautsky y Bernstein, o la nula influencia que estos tuvieron aquí. La sorpresa apenas pudo ser disimulada cuando en el ciclo de intervenciones se estaba confirmando no sólo la ausencia de teóricos socialistas, sino la de políticos socialistas, pues el socialismo español desde sus orígenes, preñado de sindicalismo y moralismo obrerista, muy cercano al tono emotivo anarquista -para desesperación de la hija y yerno de Marx que impotentes ante este hecho acabaron suicidándose en España- se aparta, si no desconfía, de intelectuales y de ideas. Lo que hace de Prieto una persona no sólo destacada sino singular del socialismo español es su naturaleza de político en el seno de una organización de cultura sindical –no es por ello anecdótica su fuerte enemistad con Largo- ante la carencia de políticos en el seno de este partido. Su confesión, valiente para su época y entorno militante, de ser “socialista a fuer de liberal” le hace único, y quizás nos permite pensar que fuera político por liberal.
Sin llegar al sarcasmo que le merecía a Onaindia el vacío intelectual del socialismo español, al que sólo atribuía con sorna la aportación teórica de “la movida madrileña”, es evidente el desierto de ideas y de proyecto político de nuestro socialismo. Esta orfandad teórica y política sigue teniendo en la actualidad, quizás más que nunca, un perverso efecto en él, haciéndolo genéticamente proclive a supeditarse a otros idearios ajenos y contradictorios con su origen. Ello fue evidente en dos momentos muy diferenciados en Largo Caballero, por la derecha o por la izquierda (de colaborador en la dictadura de Primo de Rivera a aspirar a convertirse en el Lenin español durante la guerra), o la etapa fructífera de González cuyo pragmatismo le permite prolongar la política de UCD enfatizando sus aspectos sociales, o la de los mandatos de Zapatero, de un izquierdismo evidente, propio en ocasiones de izquierda alternativa o antisistema, con su planteamiento crítico de la Transición, para doblegarse finalmente a las tesis liberales ante la crisis económica. Y, para acabar este panorama de seducciones externas, debiera citarse, sobre todo ahora que casi el único enclave socialista es Andalucía, la deriva periférica, si no nacionalista, de las federaciones que han ostentado el poder autonómico. Acercamiento a ideologías y políticas que en principio les son ajenas a las formaciones hermanas de Europa, lo que evidencia la débil personalidad política del socialismo español. Un acelerado repaso de Prieto nos podría acercar a la necesidad de formular un ideario y discurso propio ante el reto que al socialismo español se le abre tras sus recientes y muy preocupantes descalabros, más preocupantes, si cabe, por la forma tan espontáneamente izquierdista de reaccionar ante ellos. Pero por su dimensión no es el momento y, además, carezco de capacidad para llevarlo a cabo.
En Euskadi, gracias al apoyo del PP, se mantiene uno de los últimos poderes políticos socialistas en España. Situación paradójica y muy sorprendente – ante la que se hizo evidente la poca simpatía que gozó de Zapatero -. Situación paradójica para los que no tienen en cuenta los pasos previos realizados entre Mayor Oreja y Redondo promoviendo una alternativa constitucionalista al nacionalismo soberanista con anterioridad a las elecciones del 2001. Y aunque aquel encuentro constitucionalista en Euskadi fracasara por un puñado de votos no cabe duda que fue el precedente necesario para que Patxi López llegara a lehendakari. Llegó, pues, a esta cima política a pesar de ostentar el liderazgo en la defenestración de Redondo y el rechazo de su alternativa constitucional para Euskadi enfrentándola a una línea identitaria fundamentada en lo étnico y en un izquierdismo simplón que él aprobó, donde los sones de la txalaparta más primitiva y empalagosos ritos folclóricos empezaron a adornar los actos y propaganda audiovisual de aquel viejo socialismo surgido en las minas y en huelgas revolucionarias.
Inesperada e imprevisiblemente para él, para López, en cierta manera gozó del beneficio de la propuesta política que su antecesor supo arbitrar con la derecha, logrando la lehendakaritza porque esa derecha si fue fiel al proyecto de alternativa constitucionalista para Euskadi, aunque el PSE la hubiese arrumbado. Esta manera de alcanzar el poder autonómico, a pesar de la línea política aprobada por el partido, determinó desde su inicio una titubeante acción de gobierno y vergonzosa actitud por este apoyo recibido de la derecha, lo que no le ha permitido a López marcar un perfil claro desde unas bases contradictorias, amén de los padecimientos y ninguneos que le suponían los acuerdos entre Zapatero y el PNV mediante un “puenteo” humillante.
Esta situación contradictoria para el lehendakari no lo ha sido para el PP, pero éste ha tenido que soportar momentos difíciles, consecuencia de la contradicción del socialismo vasco, superar desplantes, y sabido tragar bilis, sin mencionar las veces que el presidente del socialismo vasco, Eguiguren, ha planteado la ruptura del acuerdo parlamentario con el partido de la derecha, precisamente el que da el apoyo imprescindible a López. En este caso, en un comportamiento esquizofrénico. Lo cierto es que el actual lehendakari ha gozado de un soporte por el que nada hizo con anterioridad, simplemente se dio la suma de los escaños para hacerlo, y el PP, a pesar de los desaires padecidos por el socialismo, fue fiel, y lo sigue siendo, a su planteamiento.
Lo mejor de la legislatura López ha sido la propia legislatura. Lo mejor ha residido en la sustitución de Ibarretxe, en el cambio, que éste desapareciese con sus radicales planes soberanistas que en nada favorecían la estabilidad política y, por el contrario, obligaban a ETA a resistir y sobrevivir, vista la inminencia de la autodeterminación predicada por Ibarretxe, esperando estar en ese histórico momento, a pesar de las derrotas sucesivas que estaba sufriendo desde tiempos de Aznar. Los efectos en el seno del nacionalismo fueron evidentes: una cierta moderación con el tiempo en el campo del PNV, y la desmoralización definitiva en ETA, que le lleva a ésta a ir asumiendo su inviabilidad y a permitir por primera vez el protagonismo y dirección de Batasuna en todo el conglomerado de grupos y siglas del nacionalismo radical.
Sumado al efecto positivo general de lo que supuso el cambio de Gobierno hay que citar el aspecto sobresaliente en el que el Gobierno López destacó. En sus inicios la consejería de Interior puso límite a la apología del terrorismo, controló las manifestaciones ilegales, detuvo algunos comandos, y tuvo que hacer frente a una huelga salvaje y política a los pocos días de la constitución del Gobierno. El Gobierno socialista desde la faceta de Interior fue muy positivo y tuvo que influir en la decisión final de ETA de cejar en su práctica violenta. Evidentemente, estas actuaciones fueron consecuencia del acuerdo de gobernabilidad con el PP, pero se llevaron a cabo con decisión y sin titubeos en sorprendente contradicción con el comportamiento socialista ante la fracasada experiencia de negociación con Batasuna y ETA desde el 2001 al 2007. Política antiterrorista inequívoca en los dos primeros años que no contaba con simpatía alguna por parte del PNV, al menos simpatía pública, de un PNV empeñado en deslegitimar al Gobierno López desde el primer momento de su constitución.
Sin embargo, el tiempo fue haciendo mella en un Gobierno constituido por un partido diseñado, y con una obsesión en ello, para aparentar ser de aquí “de toda la vida”, en ganarse su entrada en este país, con una cierta exageración de “parvenu” y complejo de inferioridad evidente. No sólo asumió la tarea anterior de subvencionar a las ikastolas francesas en un gesto simbólico de incorporarse a la comunidad nacionalista por encima de las fronteras de los estados democráticos, respondía como un lehendakari nacionalista ante la situación de crisis del resto de España que aquí estábamos mejor, sino que intentó, además, en un ensayo de mayor alcance, amalgamar la cultura de la que procedía con la nacionalista, en actos donde se combinaban personajes tan heterogéneos como Blas de Otero y Lauaxeta, Prieto y Lope de Salazar, Unamuno y Azkue … Una mixtificación que acabaría entronizando como dominante la cultura nacionalista. Ofreciendo una imagen donde el Gobierno López aparecía, como en cierta manera lo fue el de González respecto al de Suárez, como una prolongación del anterior. Pero es evidente que en un caso fue positivo y en el otro, también por falta de personalidad política propia, no.
El anterior juicio puede estar teñido de subjetividad, pero lo que resulta más difícil de descalificar es un fenómeno común a todas la autonomías que en esta se vería más pronunciado. Cualquier autonomía española intenta crearse un discurso diferenciador respecto a la nación y centrífugo respecto al Estado, y en este sentido López, sobre una autonomía gestionada treinta años por el nacionalismo, no iba a ser menos. Por ello mantiene como objetivo político fundamental la reforma del Estatuto, a pesar de la desafortunada experiencia de su reforma en Cataluña, elemento necesario para él con el fin de otorgarle liderazgo político. Pero lo cierto es, que ante las exaltadas reivindicaciones independentistas del nacionalismo, se queda en un gesto menor, casi desapercibido. Sin embargo es en otro aspecto simbólicamente importante donde el socialismo vasco desembarca en el nacionalismo, es en su actitud ante el final de ETA donde parece buscar su definición y sentido a esta legislatura, no siendo menor sus posicionamientos a los que manifiesta el PNV. Pues en este declinar de la legislatura no parece haberse dejado influir por el PP, sino que aparece rebelándose frente a ello con un excesivo apoyo al nacionalismo radical potenciando su incorporación en la política cotidiana, a expensas del olvido de las responsabilidades del terrorismo, mediante un rosario de apoyos que van desde la presencia en la conferencia de San Sebastián, la reclamación de la legalización de Batasuna, la solicitud de excarcelación de Otegi, el acercamiento de presos, la reducción de condenas, y la declamación de la publicitaria consigna de haber entrado en una nueva etapa todos los vascos porque ETA haya dejado de matar. Desde el lado nacionalista el PNV no lo haría mejor, ni siquiera podría otorgar tanta credibilidad al acercamiento de Batasuna a la democracia como lo hace el lehendakari socialista.
En este declinar de la legislatura el cese definitivo de la violencia por parte de ETA le lleva al socialismo vasco a un comportamiento similar al del PNV poniendo en valor, si no más que éste, los pasos dados por el mundo violento. En gran medida esta actitud es la que definiría en nuestra sociedad, siempre con el permiso nacionalista, quién forma parte de nuestro país, es decir quién forma parte de la comunidad nacionalista, y quién no. Se vuelve así a un comportamiento más acorde con los postulados identitarios aprobados por el PSE con anterioridad a la consecución del Gobierno vasco, donde esa preocupación étnica, ajena al tradicional ideario socialista, le conduce con mucha facilidad a un final de la legislatura imitativo al que pudiera tener un PNV moderado.
Una vez desaparecida la acción terrorista de ETA la necesidad de un Gobierno de las características del de López como alternativa a la deriva soberanista del nacionalismo, donde la acción de persecución y deslegitimadota del terrorismo no sólo no ha desaparecido sino que se ha truncado en una labor legitimadora de sus sucesores, empieza a carecer de sentido, pues es seguro que el PNV haría lo mismo, con mayor naturalidad, pero con menos trascendencia social en el resto de España. Si además sumamos que en el terreno educativo y cultural no han existido grandes diferencias y que la única gran meta política sea la reforma del Estatuto, coincidiremos en sospechar que la función final de este Gobierno sea volver a colocar en él, reforzando su necesidad, a un PNV que parece designado por la Divinidad, o por los errores de los demás, para ostentar el Gobierno vasco, pues la única ocasión que ha sido alejado de él finalmente se le recuerda con nostalgia por los excesos legitimadores de los sucesores del terrorismo que el socialismo ha realizado. Siempre será mejor el PNV que una Amaiur en el Gobierno, por lo tanto, que venga de nuevo. Esta es la conclusión en el declinar de esta legislatura.
Eduardo Uriarte, 2/4/12