Editorial, LA VANGUARDIA, 11/5/12
Se dan en la historia etapas de paz, progreso y plenitud en las que la vida de quienes las gozan discurre entregada a sus proyectos y trabajos personales, en el seno de una sociedad estructurada y en orden. La Atenas de Pericles, la Roma de Augusto y la Gran Bretaña de Victoria son ejemplos de este tipo de situaciones, a los que podría añadirse el periodo que ha vivido Occidente desde el final de la II Guerra Mundial hasta el inicio de la actual crisis económica, que -como es obvio- constituye la primera manifestación explícita del final de un ciclo histórico. Pero, alternándose periódicamente con estas etapas, se dan también, a lo largo de los siglos, momentos de cambio profundo, en los que confluyen los problemas económicos con un cuestionamiento radical de las instituciones políticas y una crisis de los valores tradicionales que han informado hasta entonces la vida social.
Estos momentos de cambio no surgen de un modo repentino, sino que son fruto de una decantación prolongada en el tiempo, cuyo desenlace se precipita, a partir de cierto momento, como consecuencia de un acontecimiento que puede ser en apariencia nimio, pero que pone en marcha un proceso que, una vez iniciado, resulta imparable. Aplicando estas ideas a la actual realidad española, es muy posible que la situación de grave crisis económica, acompañada de una no menos grave crisis política manifestada en el desprestigio de las instituciones y en la erosión de los consensos constitucionales mínimos, puede verse afectada por un suceso en principio menor, pero de posibles importantes consecuencias. Este hecho es la reciente ruptura del pacto firmado hace tres años por el PP y el PSE para sostener el primer ejecutivo vasco no nacionalista. De momento, la legislatura continuará, ya que el lehendakari Patxi López ha rechazado someterse a la moción de confianza planteada por Iñigo Urkullu, presidente del PNV; pero, ante este nuevo escenario, todo hace presagiar que, pese a la voluntad socialista de prolongar todo lo posible su mandato, esta legislatura está tocando a su fin, de forma que es probable la convocatoria de elecciones autonómicas para el próximo otoño. Y es posible que estas elecciones sean también el gozne sobre el que gire no sólo la política vasca, sino la entera política española, abriéndose una nueva etapa.
En efecto, si el resultado electoral confirma que Sortu -partido con una fuerte implantación en amplios sectores juveniles de la sociedad vasca, y que no es una mera reencarnación táctica de HB- consolida una inocultable posición de protagonismo político, compartido con otros actores -el PNV-, es más que previsible que Sortu plantee formalmente y de forma inmediata, en sede parlamentaria vasca, la reivindicación independentista, que sin duda figurará en su programa electoral. Y, a partir de ahí, resulta evidente que el Estado se hallará ante un gravísimo desafío frontal, que modulará de algún modo toda su agenda política, tanto por lo que se refiere al Gobierno central como a las relaciones de este con las restantes comunidades autónomas, que también se verán afectadas de un modo indirecto por este proceso. Algo profundo se está moviendo en Euskadi: la sentencia del Supremo por la que rebaja la condena de Arnaldo Otegi -aunque no incide en su inhabilitación- contribuye a confirmarlo. De ahí que esté a punto de iniciarse, en el tablero español, una partida decisiva cuyo desarrollo vendrá marcado, de entrada, por esta apertura vasca.
Editorial, LA VANGUARDIA, 11/5/12