Lo que hoy se está dilucidando en el País Vasco no es el futuro de la unidad de España sino el de la unión europea.
A estas alturas del curso, ya tengo sobradamente aprendido que es tarea inútil responder a las reiteradas falsedades que vuelven a afirmarse impertérritas sobre la situación en el País Vasco. Argumentes lo que argumentes, rebotan de nuevo como si nada hubiera sido dicho, tras un cortés ‘sí, pero…’ de puro trámite. Es un eterno retorno de lo memo que hubiera desesperado a Nietzsche, a su hermana y a toda su parentela. Yo quiero ser más difícil de exasperar. Estoy angustiosamente convencido de que esa pertinacia en el fraude objetivo responde a la decisión de no ver para no padecer, no a ninguna siniestra complicidad con el terrorismo o con los proyectos totalitarios que medran a su sombra. De modo que vuelvo a insistir, contra viento y marea, contra el viento que nos marea. Pasaré revista breve a cinco de las más fatigadas falsedades, recordando los argumentos que las invalidan, y acabaré insistiendo sobre una verdad que no ha merecido suficiente atención. Como esta última la ha dicho Ibarretxe, espero ganarme cierto aprecio terminal por quienes valoran ante todo la equidistancia.
Primera falsedad: la ilegalización de Batasuna atenta contra la democracia porque deja a gran parte del electorado vasco sin representación parlamentaria. La más reciente expresión que conozco de esta mentira se la he leído nada menos que a Rigoberta Menchú, al hablar en una entrevista concedida al diario mexicano La Jornada de ‘una medida que pretende dejar sin expresión política a una parte significativa de la sociedad vasca, sobre la que sus autores no están dispuestos a consentir discusión alguna’. Respecto a esta última parte, la falta de discusión, no hace falta insistir porque cualquiera sabe lo mucho que se ha escrito y hablado en nuestro país acerca del tema. Pero el asunto importante consiste en establecer cuál es el contenido ‘político’ de Batasuna. Si estriba en la defensa de la independencia de una nación vasca -sujeto político que incluye parte de los Estados español y francés- por vías pacíficas, quienes sostengan tal postura política no carecen de representación alternativa más o menos radical, desde el PNV o EA hasta Aralar. De hecho, hoy existe en Euskadi mayor variedad de oferta política de signo independentista que defensora del mantenimiento de los Estados constitucionalmente vigentes. Pero si la ‘idea’ que defiende Batasuna es apoyar, legitimar, financiar o encubrir el terrorismo, eso no tiene sitio en el juego democrático, sean cuantos fueren los que simpaticen con ella. En tal caso -y está probado que así es-, se trata de un falso partido político, semejante a los que con la coartada de ‘defender la legalidad’ asesinan o intimidan a los disidentes que critican los abusos del poder en países como Guatemala, situación que Rigoberta Menchú conoce bien. En democracia, el apoyo al crimen no es materia opinable. Muchos vascos tienen que vivir fuera de su tierra para no ser asesinados, como le ocurre a la señora Menchú: y no son más culpables de ‘dividir’ a su país de lo que ella lo es de dividir al suyo.
Segunda falsedad: los males del País Vasco vienen del enfrentamiento de dos nacionalismos contrapuestos. No es cierta tal simetría, porque los supuestos nacionalistas españoles no piden la derogación de la Constitución que ampara el pluralismo, ni consideran el euskera o la ikurriña como invasores que deben ser erradicados. No comparto el entusiasmo laudatorio por las banderas de tamaño ‘X-large’, por constitucionalmente respetables que sean, pero me resulta mucho más agobiante la manipulación excluyente de la bandera autonómica por parte de quienes amenazan diariamente las libertades públicas. Y a quienes se escandalicen por la alusión de Fraga al uso de la fuerza militar como garante de la unidad de España debo recordarles que desde hace más de un cuarto de siglo padecemos una violencia militar en Euskadi que pretende garantizar su ‘liberación nacional’: y no se trata de una hipótesis retórica, sino de una realidad cotidiana. Sin duda no puede excluirse que antes o después el nacionalismo vasco radical propicie un nacionalismo español simétrico, pero opuesto. Por eso mismo nos oponemos al primero, que es el que hay: para no darle ocasión de que acabe creando escuela.
Tercera falsedad: la involución autonómica del Gobierno de Aznar provoca la ruptura del pacto constitucional por parte del Gobierno de Ibarretxe. Pero ¿dónde está tal ‘involución’? Para el nacionalismo insaciable, es involucionista toda resistencia al crecimiento abusivo y disgregador de su hegemonía. Según ellos, cualquier refuerzo institucional de la existencia de funciones que competan al Estado es poco menos que fascismo. Es ‘involucionista’ no cumplir de inmediato las transferencias autonómicas al modo en que las ven los nacionalistas, pero también pedirles cuentas de lo que han hecho con las que ya disfrutan desde hace tantos años. La verdadera ‘involución’ antiestatutaria y anticonstitucional es el Pacto de Lizarra, la nueva propuesta de Ibarretxe y el amparo cultural y social a los violentos, cuyas fechorías se dice una y otra vez deplorar. Por mucho que se magnifiquen ciertas indudables torpezas gubernamentales no puede obviarse esta feroz realidad.
Cuarta falsedad: ETA no debe dictar la agenda política de la democracia. Lo falso aquí es que esta aseveración la hacen precisamente quienes proponen una agenda que complazca a ETA al menos en parte, con la esperanza de que esa concesión le haga mitigar su violencia. ¿O es que acaso el último plan de Ibarretxe no ampara su verosimilitud en la existencia de un terrorismo, cuya amenaza inclina a los desesperados en peligro a aceptar cualquier absurdo con tal de ganar cuotas de seguridad? Hoy la autodeterminación no es un proyecto político entre otros, sino una urgencia que se impone incluso a quienes se sienten menos motivados por su demanda frentista, para intentar poner fin a la guerra civil larvada que ETA lleva a cabo contra quienes se le oponen. Si queremos de verdad impedir que ETA marque nuestra agenda, lo primero que debe hacerse es no dar acogida social y verosimilitud institucional a lo que ETA pretende imponer por la fuerza.
Quinta falsedad: Los partidos que se oponen a la propuesta de Ibarretxe no tienen un plan alternativo para el País Vasco. La más falsa de todas y, por tanto, la más repetida. Lo que los constitucionalistas proponen es un frente común contra el terrorismo, sus legitimaciones y sus objetivos impuestos. Un aplazamiento de cualquier objetivo político que altere la norma constitucional hasta que se haya erradicado la violencia y todas las propuestas políticas hayan recuperado su viabilidad pacífica. Una puesta entre paréntesis de los partidismos hasta que la sociedad haya reconstruido su normalidad democrática y puedan escucharse sus verdaderas demandas con ecuanimidad y sin coacciones. Un discurso institucional que no deje lugar a dudas a los violentos sobre el fracaso de unos fines contaminados irrevocablemente por los medios utilizados para propugnarlos. No considerar esta ‘alternativa’ como tal es ponerse a sabiendas o sin saberlo del lado de los mafiosos asesinos: resume bien esta postura el dictamen del obispo Setién cuando dijo que ‘ETA no puede irse con las manos vacías’.
Y por último, después de las falsedades, una posible verdad. La dijo el lehendakari en su discurso del Aberri Eguna, cuando aseguró que su propuesta no responde a atavismos, sino al futuro de la sociedad europea. Y la ha reforzado Otegi, al insistir en que el problema vasco es un problema de Europa. Puede ser terriblemente cierto. Quizá lo que tengamos delante no sea el progreso, sino el empeoramiento del pasado. Si una sociedad de ciudadanos se ve sustituida por la fuerza por una comunidad étnica en la UE, quizá mañana salgan otras propuestas del mismo signo que despedacen otras democracias vigentes, sean en Córcega, en la Padania o Dios sabe dónde. Sería el final de la Europa cosmopolita, plural e ilustrada que se pretende conseguir. En efecto, es posible que lo que hoy se está dilucidando en el País Vasco no es el futuro de la unidad de España sino el de la unión europea. Puede que de nuevo España sirva de escenario al ensayo general de una tragedia que asolará mañana a todo el continente.
Fernando Savater, EL PAIS, 14/10/2002