¿No decían que no había alternativa? Aquí hay una
No comparto la idea de reeditar el Pacto de Ajuria-Enea que algunos han empezado a esgrimir tras el asesinato de Joseba Pagazaurtundua. Durante el período de vigencia del acuerdo liderado por el lehendakari Ardanza no hubo vocación ni capacidad para construir una alternativa política al nacionalismo vasco. La estrategia era la de integrar, moderar al nacionalismo vasco, a base de no disputarles una, a mi juicio muy dudosa, hegemonía social. Durante esos años, y para desgracia nuestra, la banda terrorista prosiguió su largo camino de crímenes: «la empresa» durante el período de vida del Acuerdo de Ajuria-Enea cometió 851 atentados, que se saldaron con 194 muertos, 6 de los cuales eran afiliados a partidos políticos. El PNV de Arzallus utilizó ese tiempo para fortalecerse y recuperarse de la escisión sufrida años antes; y según se creyó capaz, ligero y veloz, fue a Estella a firmar un pacto que daba por muerta la filosofía de la mesa de Ajuria-Enea basada en el entendimiento entre nacionalistas y autonomistas. Firmó un pacto con los nacionalistas de Batasuna con dos claros objetivos: dinamitar el Estatuto de Autonomía y marginar más, si eso fuera posible, a los autonomistas de las instituciones.
A cambio de la firma de los nacionalistas, el País Vasco se inundó de silencio y resignación. Tuvieron que pasar largos años para que a las víctimas se les diera el papel requerido por ellas mismas y para que aparecieran entre otros muchos, grupos como ¡Basta Ya! y el Foro de Ermua, organizaciones que pasaron de una condena moral del terrorismo a denunciar las causas de su existencia, es decir, pasaron de la moral a la acción política para combatir a ETA y criticar al PNV.
Todos hemos aceptado, sin ninguna crítica, que mientras duró el Acuerdo hubo menos crispación. Pero, ¿a qué llaman crispación los nacionalistas y sus allegados? Un representante del PNV dijo poco después del asesinato de Joseba Pagazaurtundua que quitar al alcalde de Andoain, incapaz de condenar el atentado de Joseba, aumentaría la crispación. Para ellos el debate libre, el conflicto democrático, la disparidad de criterios supone crispación. Y, claro, al carecer de voluntad para construir una alternativa democrática al nacionalismo durante aquel período, no hubo ni el debate, ni el conflicto, ni la disparidad implícita a ese objetivo de alternancia política.
Entonces, se preguntarán ustedes: ¿cuál es la solución?, ¿existen soluciones? ¡Sí! pero todo pasa por hacer del Pacto por las Libertades, del acuerdo entre el PP y el PSOE una estrategia duradera, pasa por confiar en la acción del Estado de Derecho y muy especialmente en las Fuerzas de Seguridad del Estado -una gran parte de la solución es policial- y pasa inexcusablemente por ganar al PNV de Ibarretxe y Arzallus, mandándoles a la oposición. Porque mientras el nacionalismo vasco siga manejando los resortes del poder no habrá una solución definitiva para el terrorismo. Como diría Clinton, «el pacto de Ajuria-Enea no, estúpido», la solución es la derrota del nacionalismo vasco.
¡Sí!, no se equivoquen. Debemos ganar a Javier Arzallus y a Ibarretxe. El asesinato de Joseba debe impulsar una reflexión que no esté limitada por siglas ni por egoísmos de tribu. Hoy, el mejor homenaje a Joseba y a la mayoría de los asesinados por ETA, sería poner todos los instrumentos, toda la inteligencia disponible y todas las energías al servicio de la derrota del nacionalismo vasco. El primer esfuerzo deben hacerlo los partidos autonomistas en las próximas elecciones municipales. Los partidos políticos democráticos deben intentar construir «listas para la libertad». No me refiero simplemente a una suma de PP y PSE, pienso en listas municipales en las que se integren ciudadanos del PP y del PSE, pero también de sindicatos, de colectivos sociales como !Basta Ya!, Foro de Ermua o la Fundación para la Libertad, así como las víctimas del terrorismo. Todos ellos deben tener la posibilidad de formar parte de esas listas para la libertad. Y, por supuesto, no me olvido de esos honrados nacionalistas a los que les avergüenza el papel que juega hoy el nacionalismo en el drama vasco.
Pero que nadie se confunda, creo que deben ser el PP y el PSE los responsables si lo consideran oportuno, de llevar este proyecto a la práctica. Ellos son los protagonistas que, por encima de sus muy legítimos intereses partidarios en el País Vasco, deben defender la libertad. Es más eficaz hacerlo juntos y con muchos más que por separado.
Seguramente esta idea que expongo encontrará una fuerte oposición, entre otros, de aquellos que continuamente cantan alabanzas del espíritu de la transición. No obstante, mantengo que podemos y debemos crear en todos los pueblos del País Vasco plataformas para la libertad, integradas por ciudadanos conocidos que estén dispuestos a pedir el voto para los partidos que defienden la paz y la libertad. Estas plataformas deberían tener tres grandes ejes electorales: la lucha por la libertad, el combate contra ETA con todos los instrumentos del Estado de Derecho y la defensa del principio de legalidad. Pueden, en consecuencia, exigir a los partidos un compromiso en materia de alianzas y una defensa clara y diáfana del Estatuto de Autonomía y de la Constitución, de este Estatuto y de esta Constitución.
Si hiciéramos ese esfuerzo de generosidad, me refiero por supuesto a los partidos políticos autonomistas, estoy seguro de que por ejemplo, Bilbao tendría un alcalde autonomista y todos los actuales alcaldes autonomistas seguirían siendo la máxima autoridad municipal. Y si sucediera ésto, enseguida veríamos a empresarios que han sobrevivido del favor de los nacionalistas rechazar al PNV y también veríamos a algún «politiquillo del tres al cuarto», que ha basado su larguísima vida política en comprender y moderar al nacionalismo, convertirse en martillo de herejes nacionalistas. Es cuestión de proponérselo.
Por Nicolás Redondo Terreros, ABC, 11/2/2003