¿En qué consiste hoy la unidad democrática?, ¿es posible esa unidad?, ¿qué unidad sería más eficaz?
Estas son preguntas que cualquier ciudadano puede hacerse al observar cómo día tras día se apela al concepto de unidad por parte de muchos dirigentes políticos.
La Unidad Democrática suele utilizarse, especialmente entre los autonomistas, como un arma arrojadiza. Un buen ejemplo de ello, se produjo alrededor de la manifestación convocada hace días por Juan José Ibarretxe. Algunos autonomistas decidieron ir, pero debieron vencer un gran recelo ante la iniciativa, y por esa misma desconfianza, otros optamos por no acudir. Entre los asistentes y los ausentes se produjo un rife-rafe, en el que la unidad de los demócratas iba de un lado para otro, como suele suceder con los lugares comunes, que sirven para una cosa y también para la contraria. Al margen de esa polémica se situó, a mi juicio, el colectivo ¡Basta ya!, logrando con su presencia imaginativa, mostrarnos la naturaleza autoritaria y exclusivista de los nacionalistas.
Hagamos un poco de historia. El acuerdo de Ajuria Enea -pacto de los partidos democráticos contra ETA por antonomasia- tuvo que desaparecer para que viera la luz la Declaración de Estella (para los nacionalistas acuerdo de Lizarra). En la localidad del viejo reino foral, los nacionalistas representados por EA, PNV, HB y ETA dejaron a sus espaldas la unidad democrática y abrazaron, con fe de carbonero, la unidad de los nacionalistas. La banda terrorista concedió, habiendo conseguido llevar a su lado a los nacionalistas institucionales, una tregua condicionada al buen comportamiento de los partidos nacionalistas y de la Izquierda Unida representada por Javier Madrazo, personaje oscuro e inquietante propio de zonas fronterizas y violentas. Los nacionalistas optaron por prescindir de la mitad de la sociedad vasca, como evidenciaron en su día los famosos documentos que el PNV firmó con ETA y que, posteriormente, no pudieron o no quisieron cumplir. Es decir, con la firma de Estella, los nacionalistas tiraron por la borda la tan traída y llevada, la tan añorada unidad democrática.
El empecinamiento en la vía de Estella (superación del marco autonómico), el fortalecimiento y la legitimación de los objetivos de los terroristas por parte del PNV, la reacción del partido de Sabino Arana ante los asesinatos de ETA una vez terminada la tregua, y la constatación de que la unidad democrática yacía, hecha mil pedazos, en el pasado, nos obligó a los autonomistas a comenzar a construir nuevas bases para la política en el País Vasco. Las principales referencias para este nuevo camino fueron:
-El PNV nunca ha optado por derrotar a ETA. Los nacionalistas solucionan el conflicto entre la moral (rechazo a los asesinatos de ETA) y la rentabilidad política (la existencia de la banda agranda el eco de sus reivindicaciones) con la figura de la tregua: ETA está pero no actúa, o mejor aún, no actúa pero está presente cual espada de Damocles.
-La tregua o la derrota de ETA están siempre relacionadas en las estrategias nacionalistas con la superación del marco autonómico y constitucional. Para el PNV, tanto la tregua como la derrota, tienen un precio que debemos pagar los autonomistas.
Como estas dos evidencias tiran por tierra una política bienintencionada nacida durante los años de la transición, que se ha demostrado dudosamente eficaz; aparecen las vigas maestras de la nueva estrategia democrática:
-El Estado de Derecho se hace Responsable de la política contraterrorista, y los nacionalistas pierden un especial derecho de veto histórico en la materia. En mi opinión, y creo que en la de la mayoría de los ciudadanos, sería mejor mantener el apoyo de los nacionalistas en la lucha anti-terrorista, pero también creo que no podemos dejar de enfrentarnos a nuestra Responsabilidad, porque exista esa oposición, muchas veces incomprensible, del nacionalismo.
-Los no-nacionalistas debemos construir una alternativa constitucional y autonómica, que tenga como seña de identidad la libertad y la pluralidad. El PNV no pudo, no supo o no quiso enfrentarse eficazmente al terrorismo de ETA y tampoco ha solucionado las relaciones con el resto de España. Es la alternativa por la libertad la que tiene que intentar enfrentarse a los dos retos: la consecución de la paz y la relación normalizada con el resto del país.
Influidos por esta nueva filosofía, el PSOE y el PP firmaron un Pacto por las Libertades, al que se ha opuesto frontalmente el PNV. Pasado el tiempo, el que gobierna y el partido que puede gobernar sacaron adelante la Ley de Partidos Políticos que, presumiblemente, terminará ilegalizando a Batasuna. Este acuerdo parlamentario fue contestado por los nacionalistas con furia e indignación; recuerden cómo los nacionalistas, muchas veces directamente. y otras a través de sus obispos nos anunciaron más crispación, aumento de los desórdenes callejeros e incremento de la «kale borroka» en las calles del País Vasco. ¡Qué casualidad! Justo lo contrario de lo que ha sucedido. Junto a ese «error histórico del PP y del PSOE», en palabras de los nacionalistas, hay que añadir los autos del juez Garzón, quien impulsa la ilegalización de Batasuna por la vía penal.
Así, nos situamos en el momento presente, en el que se anuncia que durante el año 2003 se producirá el debate sobre la reforma del Código Penal para el cumplimiento íntegro de las penas y sobre el conflicto que éste supone con el espíritu de la reinserción, remarcado de la forma que merece en nuestro texto constitucional. De esta polémica, que la habrá con seguridad, nacerá un nuevo acuerdo entre el Gobierno y el principal partido de la oposición, y de nuevo, el partido de Arzalluz, se opondrá radicalmente al mismo sea el que fuere el espíritu y la letra del acuerdo.
Hemos recorrido, espero que con conocimiento cabal por parte de todos, un camino diferente al de los últimos 25 años. Hemos cambiado la Unidad por la Responsabilidad, y a ese cambio conceptual y estratégico se han opuesto radical y violentamente Arzalluz, parte de la clerecía de mi partido y algunos sectores de la sociedad española muy comprometidos cultural, sociológica y económicamente con los sectores más influyentes nacidos en la transición.
Aquellas preguntas tan manidas ya no sirven. Son otras las que deben formularse, si queremos respuestas a aquello que de verdad plantea la nueva realidad política. ¿Estamos dispuestos a prescindir del Acuerdo por las Libertades para recuperar la unidad democrática?, porque son incompatibles entre sí. ¿Recorreríamos el camino contrario a la ilegalización de Batasuna por atraer al partido de Arzalluz?, porque es imposible unirlos armónicamente. ¿Seríamos tan valientes como para denostar en público la vía Garzón y situarnos, por ejemplo, en la opción Olabarria?, porque sobre el asunto en cuestión sus posiciones son antitéticas. Y, por último, llegado el momento de la verdad, ¿estábamos en mejor situación durante el «reinado político» del Pacto de Ajuria Enea?, como defiende Txiki Benegas en sus últimos artículos o ¿estamos ahora mejor que nunca?, como mantengo yo.
Que nadie se apresure a optar. Analicemos el pasado y el presente desde el punto de vista de la lucha contra ETA y desde el ámbito político. Hagámoslo serenamente, la cuestión se lo merece. Si les parece, dedicaremos a ello el próximo artículo.
Nicolás Redondo Terreros en ABC, 7/1/2003