El autor recuerda la historia de pactos del Partido Socialista y defiende su propuesta anterior de listas electorales para la libertad
La conversación que relato a continuación ocurrió hace ya algún tiempo. Los protagonistas del diálogo que reproduzco, de quienes no revelaré su nombre ni género, se reconocerán al leer este artículo. Es una breve charla entre un veterano diputado -sentado en el Congreso desde el 77 y cuya actividad política se remontaba a los años 60- y un activo, diligente, impetuoso y joven compañero de tareas legislativas.
Diputado veterano: -Mañana voy a ir a Alicante. Me han invitado a dar una conferencia.
Diputado joven: -¿Sobre que hablarás?
DV: -La conferencia es sobre Llopis.
DJ: -¿Y quién es Llopis?
DV: -Ya murió, fue el secretario general anterior a Felipe González -lo dijo con resignación, paternalmente-.
Pasado el tiempo, creo que el diputado veterano ya no anda por los pasillos que recorren el hemiciclo y el joven diputado es todo un dirigente nacional. Ahora, no sé si el joven miembro del grupo parlamentario socialista ha podido remediar su desconocimiento.
He recordado este suceso al leer estos días que las coaliciones no forman parte de la historia del PSOE. Algunos dirigentes, amparados en el anonimato, incluso han asegurado contundente y enfáticamente que el Partido Socialista siempre se ha presentado en solitario a las elecciones.
Estas afirmaciones, basadas una vez más en una oceánica ignorancia, han servido de argumento para manifestar una posición contraria a la propuesta recogida en mi anterior artículo titulado Elecciones Municipales: ¡Libertad!
Quiero precisar que en aquel artículo no sugerí la confección de listas conjuntas, sino que propuse crear unas listas para conquistar la libertad en el País Vasco, listas que deberían estar integradas por socialistas y populares, pero también por nacionalistas y, sobre todo, propuse la inclusión en ellas de los hombres y mujeres que sostienen el ¡Basta Ya!, el Foro de Ermua o la Fundación para la Libertad.
Mencionaré a Maite «Pagaza», Rosa, María, Gotzone, Olivia, pudiendo citar a otras muchas personas, que son quienes más están contribuyendo en esta larga lucha por la libertad en Euskadi.
Con ánimo caritativo y un inequívoco afán pedagógico, intentaré remediar el tremendo desconocimiento que se da en dirigentes tan cualificados de mi partido respecto a nuestro pasado. En primer lugar, es preciso señalar que en el Partido Socialista siempre ha producido tensiones internas su política de alianzas.
Durante demasiado tiempo, la mayoría del partido se opuso a las coaliciones con partidos republicanos, llamados entonces burgueses, hasta el punto de descalificar duramente a D. Indalecio Prieto cuando propuso e impulsó la conjunción Republicano-Socialista en el Ayuntamiento de Bilbao, que paradójicamente fue aceptada con entusiasmo unos años más tarde. Este ejemplo sería suficiente en una historia democrática como la nuestra, desgraciadamente tan breve.
No obstante, sigamos liberando de la ignorancia y dando motivos para la reflexión a quienes lo necesitan. Así, añadiré que las coaliciones se reprodujeron de nuevo durante la II República, es más, el Frente Popular no fue otra cosa que una alianza pre-electoral.
Ciertamente, durante los siguientes cuarenta años no hubo, no porque no quisiéramos, oportunidades para definir políticas de alianzas; ahora bien, cuando se dio de nuevo la oportunidad en las primeras elecciones democráticas, los socialistas vascos hicimos un frente autonómico en el País Vasco, es decir, una nueva coalición pre-electoral.Una vez realizado un somero repaso a la historia de los acuerdos electorales en los que ha intervenido el Partido Socialista, conviene profundizar en las razones por las que se han producido esas fuertes tensiones en el socialismo español alrededor de la política de alianzas, sean éstas previas o posteriores a las elecciones.
Los socialistas «puros», aquellos que veían al partido como un fin en sí mismo -sorprendentemente en el siglo XXI siguen siendo legión-, en fin, los que asimilan al partido con la tribu, siempre optaron por negar las políticas de alianzas.
Este grupo, demasiadas veces mayoritario, sería el que ha considerado y considera la sigla y la afiliación por encima de la ciudadanía y de la nación. Sin embargo, otros consideraron al Partido Socialista como un instrumento y no por eso lo quisieron menos. Para ellos, el partido era nada más y nada menos que una herramienta para conseguir determinados objetivos.
Sí, la política de alianzas enfrentó a los que se refugiaron en la seguridad de la consigna con los que optaron, con mucho riesgo político, por no esperar a que futuras y lejanas generaciones alcanzaran un etéreo ideal, e hicieron causa común con otras fuerzas políticas para así conseguir objetivos tan loables como la Democracia, la Igualdad o la Libertad en España.
Yo me sitúo en el grupo de aquellos que han considerado y consideran al Partido Socialista, a todos los partidos, como un instrumento.
Si traslado esta convicción a las circunstancias actuales del País Vasco, he de decir que además de existir poderosas razones para empeñarse junto a quienes deseen defender la paz y la libertad; también se dan, al concurrir siete grupos políticos en el Parlamento Vasco, otras razones de pragmatismo democrático por las que se demuestra que las alianzas son inevitables. Por lo tanto, sólo queda optar, es decir, elegir con quienes pactar.
Desde el año 1977, con una justificación histórica no muy elaborada, la opción elegida ha sido la alianza con el nacionalismo vasco.
Al igual que el resto de las fuerzas políticas, incluida una UCD acuciada por un sentimiento de falta de legitimidad, los socialistas creímos entonces en un PNV moderado e integrado en las instituciones constitucionales. Quisimos creer con tanta fuerza que hicimos del PNV, más incluso que sus propios votos, una formación políticamente privilegiada.
A día de hoy, el saldo de esa política de alianzas es el pacto de Estella junto a la declaración de Ibarretxe por un lado y la no desaparición de ETA por otro.En mi opinión, las preferencias a la hora de elegir compañeros de viaje deben definirse en base a los objetivos políticos que deseemos alcanzar y, en el País Vasco, la libertad debe ser el primero, debe ser el objetivo primordial que dirija cualquier estrategia política. La Constitución y el Estatuto son las normas de máximo rango que la garantizan, por lo que para conseguir este objetivo debemos defender la arquitectura democrática constitucional.
Ésta era y no otra, la reflexión que me empujó a realizar la propuesta de listas y plataformas para la libertad.
Creo que las elecciones municipales, coincidiendo con los que han denunciado las desiguales oportunidades en las que concurren los partidos independentistas y los autonomistas, deben servir para conseguir la libertad de toda la sociedad vasca.
Así, clara y diáfanamente defiendo mi posición y creo, lo digo con gran pesar, que quienes se han opuesto a ella tanto en el País Vasco como en Madrid, lo hacen porque su preferencia es la de volver al calor, al cobijo del nacionalismo vasco.
No obstante, como ese nacionalismo se lo ha puesto muy complicado incluso a sus propios partidarios; el tancredismo y el silencio se han hecho aconsejables, favoreciendo su desaparición del escenario político.
Es tan clara esta inclinación al pacto con el nacionalismo, que permite al PNV apostar por la autodeterminación y el debilitamiento de los lazos con el resto de España en la seguridad de que si fracasan, siempre podrán volver a los comprensivos y anhelantes brazos del Partido Socialista, ése y no otro es su convencimiento.
Nicolás Redondo Terreros en ABC, 17/3/2003