Maite Pagazaurtundua, EL CORREO, 22/10/12
El jueves pasado José Ramón Recalde refirió los recuerdos del atentado al que sobrevivió. Fue ante la Sección Segunda de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional. Volvía a casa con María Teresa, su esposa. Se le habían caído algunos objetos en el asiento del copiloto. «Abrí la puerta del coche y al incorporarme vi la circunferencia del cañón de una pistola y detrás a la persona que me disparó en la cara». Oscar Celarain está acusado como autor directo del disparo, Andoni Otegi y Juan Carlos Vesance por cooperación necesaria. Javier García Gaztelu por inducción al asesinato. Vesance declaró al ser detenido que Celarain sólo realizó un disparo porque se trataba de su primer asesinato y «estaba nervioso». Los acusados no se arrepienten y no se consideran ni culpables, ni responsables. A lo sumo, de haberlo dejado vivo, cuando decidieron que no tenía derecho a vivir por querer ser libre y no someterse a sus ideas. Con pocas horas de diferencia del testimonio de José Ramón, el colectivo que agrupa a Oscar Celarain, Andoni Otegi Carlos Vesance y Javier García Gaztelu ha hablado. Celarain, Otegi, Vesance y Gaztelu, como Bolinaga entre otros cientos, pidieron el voto para EH Bildu como «la única opción política», así como la declaración de impunidad total en forma de amnistía. Como hace cuatro meses. En la política vasca hay pocas certezas postelectorales, salvo las referidas al mundo de ETA. Seguirán jugando al poli bueno –Bildu–, poli malo –ETA tutora– buscando que toda la sociedad declare que los asesinos no son asesinos, que las acciones motivadas por el fanatismo identitario son algo sobre lo que no cabe responsabilidad personal, ni reproche social, sino «el mayor de los respetos» como ha dejado escrito Arnaldo Otegi. No fue Otegi, sino Charles Dickens quien señaló que «el número de malhechores no autoriza el crimen». Tampoco el número de los amigos de los asesinos justifica el crimen y ésta es la certeza histórica que la actividad postelectoral de Bildu intentará enmascarar con todos los trucos a los que le obliga la necesidad de conseguir el poder. Han matado para conseguir el poder, pero necesitan el poder por haber matado para poder establecer desde éste el sentido de cada palabra que no les obligue a mirarse al espejo como lo que son: arte y parte de la estrategia del mal consciente que más profundamente ha enfangado la sociedad vasca en las últimas décadas. Tanto como para hacer perder a miles de personas el pulso sutil e imperceptible que alumbra la conciencia como una brújula para indicar el mal, desencadenando un desastre espiritual colectivo en uno de los lugares privilegiados de lo que todavía llamamos primer mundo.
Maite Pagazaurtundua, EL CORREO, 22/10/12