El lehendakari piensa que si pierden la votación de su plan en el Parlamento podrán presentarse como víctimas de una conjura y obtener la mayoría absoluta en las elecciones, para no tener que convencer a nadie más en al menos cuatro años, años que dedicaría a cambiar las leyes para no volver a perder elecciones nunca más. Fin del cuento de la euskal-lechera.
A veces constato que la edad mental de mis alumnos se aleja de su edad biológica. Recientemente intenté explicarles que sólo existe libertad dentro de la ley; y que usar la fuerza es menos chollo de lo que parece. Pero a partir de los diez años el deporte escolar que realmente les mola es el de economizar neuronas. Así que les fascina el mundo de las apariencias, de lo que parece existir pero no existe o en la realidad es de otra manera.
De niña tuve un profesor que me transmitió el vicio de adentrarme por vericuetos mentales y pensamientos pedregosos. Pero es que yo le admiraba profundamente y, aunque no supiera por qué, intuía que las dificultades merecían la pena. Es una experiencia análoga al arrastrarse por una cueva angosta esperando encontrar un tesoro. Y alguna vez hasta se encuentra. Me pareció que transmitir esa experiencia justificaba bien la profesión de enseñante. A veces no estoy tan segura.
Para explicar la democracia no basta con decir que las decisiones se toman por mayoría. Porque si por mayoría fuese, mis alumnos decidirían por treinta a uno no estudiar. Para ellos la ley, las normas, la existencia de adultos, son restricciones a su libertad. Y casi todos, sobre todo los chicos, tienen demasiada prisa por llegar a ser ellos adultos; algo que yo ya sé que no les va a gustar demasiado, pero ¿cómo explicárselo?
El pasado domingo leí un artículo en el que se explicaba con gran lucidez que el lehendakari no está disgustado por la previsión de que su famoso Plan sea rechazado la víspera de San Silvestre; porque piensa que ése es el mejor camino para que su partido gane las próximas elecciones. Así, si pierden la votación del Parlamento porque Batasuna no les vota, podrán presentarse como víctimas de una conjura que une a los españoles con esos otros malos vascos que han caído en el pecado de la violencia. Y desde esa posición de víctimas esperan obtener tantos votos de los buenos vascos -buenos en el doble sentido de auténticos y de compasivos- que obtengan la mayoría absoluta para no tener que preocuparse de convencer a nadie más en al menos cuatro años, años que dedicaría a cambiar las leyes para no correr el riesgo de volver a perder elecciones nunca más. Fin del cuento de la euskal-lechera, en versión libre y aumentada del citado artículo.
¿Cómo podrían nuestros bachilleres adolescentes apreciar una democracia que practica un funcionamiento tan enrevesado? A no ser como aplicación del arte del camuflaje, que es la táctica del arte de la guerra que consiste en engañar al enemigo y ya de paso a los amigos. Quizás eso sí lo entendieran los chicos. Las chicas lo entenderían aún mejor como aplicación del arte del maquillaje que también es una arma de mujer.
Ainhoa Peñaflorida, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 15/12/2004