Lo saben perfectamente / A vueltas con la identidad

(Artículos colaboración 22/11/12)

LO SABEN PERFECTAMENTE

Saben perfectamente que su vanagloriante y exhibicionista equidistancia es falsa e irreal. No es cierto que para un catalán suponga el mismo impacto una catástrofe ferroviaria sucedida en Cáceres que en Nimes, aunque esta población francesa quede más cerca. No es cierto que a un vasco le llame la atención con igual intensidad un fichaje del Atlético de Madrid que uno del Girondins de Burdeos, aunque la capital aquitana quede a tiro de piedra.

Y no lo es porque la Historia común, convulsa pero común, ha tejido una red social imposible de evitar. Porque cada quién tiene un cuñado valenciano o ha hecho la mili en Granada, o tiene a su madre pasando dos semanas en Benidorm o juega en la lotería del Niño un décimo comprado por uno de la cuadrilla a un giboso de Cuenca. Y toda esta intrahistoria real configura, aunque se trate de ocultar con mantos de agravios victimistas y diferenciaciones idiomáticas, un esquema relacional que no mengua hasta que nos alejamos de nuestras fronteras.

Saben perfectamente que la Comunidad Europea no lo permitiría. Que ni siquiera admitiría a trámite una solicitud de pertenencia como Estado soberano segregado en pie de igualdad con los demás Estados miembros. Aunque sólo fuera por solidaridad y lealtad hacia España, que en último término dispondría además del correspondiente derecho de veto.

Saben perfectamente que la soberanía tiene su ineludible componente financiera. Que la deuda soberana española no está concentrada en un punto de densidad infinita como si de una situación pre Big Bang se tratara, ubicado en la plaza de Cibeles. Que la deuda soberana española es eso, española y por tanto de todos los españoles y por tanto de todas las Autonomías, con lo que a la deuda propia de Cataluña (44.000 millones al final del segundo semestre), habría de sumarse, supuesta una secesión, su cuota parte de la deuda del Estado. Cuota parte calculada en función de la proporción del PIB catalán respecto al del conjunto de España.

A esa misma fecha, la deuda española restada la del conjunto de las Comunidades Autónomas era de 650.000 millones (800.000 – 150.000 aproximadamente).

El PIB catalán fue de 2000.000 millones lo que representa el 19% del conjunto del Estado.

Así pues la deuda real catalana como nación soberana contaría el primer día de su independencia con una deuda de 44.000 + 19% (650.000)=167.500 millones de euros, que representa el 84% de su PIB.

No sé si definirlo como trágico o como cómico imaginar a los responsables económicos del Gobern tratando de colocar esta abrumadora deuda en los mercados financieros comunitarios, respaldados “eso sí”, por una tesorería que se confiesa incapaz de cubrir las nóminas del mes de Octubre o Noviembre.

Por supuesto que estas cuentas valen para cualquier Autonomía aunque me queda la duda de incluir en esa generalización al País Vasco por desconocer la letra pequeña del Concierto Económico.

A todo lo anterior habría que añadirse el monto de los activos de titularidad estatal que habrían de ser trasferidos: (puertos, aeropuertos, líneas férreas, inmuebles etc.)

Todo esto lo saben perfectamente.

Pero hay otro colectivo que también lo sabe perfectamente: El Gobierno Central

Yen lugar de gestionar las anteriores realidades, deambula noqueado en el cuadrilátero a punto de decir: “Nos sentamos y hablamos”

El viejo y sabio proverbio chino aconseja colaborar con lo inevitable. En sentido inverso, no parece muy aconsejable pelear por lo imposible. Sin embargo asistimos a actitudes que estimulan a afanarse en conseguir lo que no puede ser, y como dice la frase popular, además, es imposible. Con toda la carga de crispación, desgaste y frustración que ello conlleva.

¿Por qué entonces desde el presunto conocimiento de todo lo anterior, la marea secesionista crece y crece sin que la clase dirigente, que en principio debería ser la más informada y mejor formada, reconduzca la situación hacia senderos más sensatos?

Debe ser por algo inconmensurable, por algo muy gordo.

Para contestar a la pregunta voy a ofrecer alguna pista: Albert Einstein identificó sólo dos magnitudes de dimensión infinita: el tiempo y la estupidez humana. Sigo aportando pistas: Ni al peor guionista de ópera barroca se le ocurrió adjudicar al tiempo protagonismo activo alguno.

¿Tienen ya la respuesta? Pues no. Según últimas informaciones la explicación descansa en un concepto voluble y caprichoso y por tanto poco serio que se llama Sentimiento.

O,¿quizá tenía razón D. Alberto y ciertamente sólo hay dos sospechosos, no siendo por tanto el Sentimiento sino una variante del que todos ustedes habían identificado  como culpable?

Más aún, creo adivinar que la culpabilidad estaba sabida perfectamente desde la primera línea.

O desde antes.

Euterpe   Sept.2012

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A VUELTAS CON LA IDENTIDAD Y EL LENGUAJE

Prólogo.

El artículo Lo saben perfectamente ha producido general aceptación. Pero también he recibido algún testimonio desfavorable. En particular un ciudadano que me ha hecho saber la primacía que concede al sentimiento sobre cualquier argumentación racional.

En particular manifiesta que esa primacía le lleva a sentir al euskera como signo de identidad irrenunciable e insustituible del pueblo vasco.

Transcribo a continuación el artículo contestación a dichas manifestaciones.

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Sostiene, mi desconocido amigo que la emotividad es más humana que la racionalidad. Es cierto que ha sido y seguirá siendo uno de los motores potentes de la evolución de la humanidad. Permítame que aporte sin embargo el contrapunto de alguna consideración racional, también característica humana por otra parte. Por cierto, ni más ni menos, la que nos diferencia del resto de seres vivos.

¿Qué es el lenguaje? Una aportación de la parte racional de la humanidad que lo descubre como una mejor herramienta que los gruñidos, los gestos y la mímica para entenderse entre sus miembros.

Todo ello en búsqueda de la eficacia relacional.

En otras palabras, la razón de ser del lenguaje es la de entenderse, no la de diferenciarse. Qué curioso que naciendo de la parte racional devenga en patrimonio de la parte emocional, con salto cualitativo además dentro de la misma, para convertirse en signo de identificación para un determinado colectivo que lo use.

Pero es así. No cabe duda.

Sepa, mi querido amigo que, por sí sola, a mí no me mueve la mera utilización de un idioma para identificarme con todos los demás que lo practiquen.

Reconozco sin embargo que es un cómodo y cómplice elemento que sin duda cohesiona más que desune.

El automatismo que desprende su escrito llevaría a considerar unidos por la misma identidad a los habitantes de Quebec con los de Lion o a los de Boston con los de Melbourne. Me temo que si eso fuera así, el  concepto de identidad que usted propugna quedaría bastante maltrecho.

Mis esquemas de afinidad (la palabra identidad me supera) discurren por otros canales. Podíamos llamarles canales transversales.

Me siento más afín con la gente cumplidora, con la que paga impuestos, con la gente preocupada por los demás, con la que respeta el medio ambiente, sensible a la cultura, ansiosa de  incrementar su conocimiento aunque les aporte dolor coma decía el Eclesiastés etc. aunque vivan en Letonia o Madagascar y a pesar de no poder entenderme con ellos, que con un hijoputa de Salamanca al que entiendo perfectamente cuando me habla.

El ejemplo valdría para aplicarse a alguien de Ataun, aplaudidor de la barbarie, aunque me pudiera entender con él, siquiera a duras penas en base a mi impresentable euskera.

A mí también me mueve la emotividad. Cómo no. Pero ésta no se me despierta al escuchar a alguien que habla en el idioma que conozco. O no sólo por eso.

Me siento afin, aún sin conocerles, con los humanos amantes de la belleza en cualquiera de sus expresiones, con quienes consideran al amor (también en cualquiera de sus variantes) como eje tractor de nuestras existencias y no con mezquinos, egoístas, petulantes y avariciosos a los que conozco de toda la vida y a los que entiendo a la perfección cuando me preguntan por mis nietos.

Por cierto, ayúdeme a despejar una duda que no sé resolver.

¿Qué pasa con los vascos que no necesitamos saber euskera para sentirnos vascos?

A)      No somos vascos

B)       Somos vascos de segunda

C)      No se les conceden las obras que liciten

D)      Para eso se han inventado los campos de concentración.

E)       ……………

Atento a sus noticias reciba un cordial saludo.

Euterpe Oct.2012