Desde los años sesenta, ANV ha sido una organización ancilar de ETA, sin otra relación con la ANV histórica que el nombre y los símbolos. La ilegalización de Batasuna incluyó a todos sus elementos seminales, entre los cuales ha sido ANV el más constante. Estamos ante un organismo plenamente asimilado por otro. Permitir que ANV concurra a las elecciones equivaldría a una legalización efectiva de Batasuna.
Aunque hay historiadores que sostienen que la Acción Nacionalista Vasca de la Segunda República fue una formación de católicos no confesionales, me permito dudarlo. El antecedente remoto de este pequeño partido fundado en 1930 está en dos fantasmales organizaciones de brevísima existencia -el Partido Nacionalista Vasco Liberal y el Partido Nacionalista Republicano Vasco, de 1910 y 1911, respectivamente- creadas ambas por el médico Francisco Ulacia, que había abandonado el PNV en 1908. Nacido en Santa Clara (Cuba) en 1864, Ulacia manifestó siempre un acendrado anticlericalismo y una simpatía abierta por el republicanismo federalista de Pi y Margall. A pesar de ello, ingresó en la Sociedad Euskalerría, el reducto de los fueristas intransigentes bilbaínos que, en 1998, se fusionaría con el partido de los hermanos Arana Goiri.
Ulacia fue uno de los dos exponentes bilbaínos del federalismo crepuscular. El otro, Miguel de Unamuno, derivaría hacia el socialismo. Puesto en la disyuntiva de elegir entre los republicanos y los nacionalistas, Ulacia se decidió por estos últimos decepcionado por la ausencia de planteamientos regionalistas en el republicanismo vizcaíno (al contrario de lo que sucedía en las otras provincias vascas), pero su hostilidad al catolicismo lo enfrentó muy pronto con la dirección del PNV. Novelista prolífico e imitador de Blasco Ibáñez, constituye una figura singular y extravagante en la Bilbao de comienzos del siglo XX. Los fundadores de Acción Nacionalista Vasca lo rescataron a sabiendas de las connotaciones volterianas que arrastraba el personaje, o quizá precisamente por eso. Porque ANV se abasteció de un sector de las clases medias vascas en el que abundaban los profesionales independientes, sentimentalmente vinculados al país, pero republicanos y laicistas militantes. No llegó jamás a ser expresión política de los trabajadores asalariados nacionalistas en una región donde el movimiento obrero se encuadraba mayoritariamente en un sindicato socialista frente al que el PNV se había apresurado a levantar un sindicato propio, la Solidaridad de Obreros Vascos (más tarde, Solidaridad de Trabajadores Vascos), de sesgo católico. Por otra parte, aunque el perfil político de ANV era similar al de la Esquerra Republicana, jamás llegó a convertirse en un partido de masas, pues su base social fue siempre mucho más estrecha que la menestralía nacionalista catalana.
Acción Nacionalista Vasca atrajo, sobre todo, a una mesocracia exigua que en cualquier otra parte de España habría dado su apoyo a Azaña. Si su anticlericalismo no resultó tan agresivo como el de los azañistas, ello se debió a la escasa incidencia que tuvo en ella la masonería, que sólo arraigó en el republicanismo estricto y en determinados ámbitos del socialismo y recelaba de todo lo que oliera de lejos a nacionalismo vasco. A pesar de sus modestas dimensiones, ANV gozó de una desproporcionada visibilidad social por lo insólito de su heterodoxia en un campo ideológico dominado por el integrismo y por preconizar una cultura nacionalista abierta a la modernidad liberal. Resulta significativa, en tal sentido, la devoción de sus dirigentes por la obra de Baroja, a quien todo el PNV detestaba. Fue, en cierto sentido, un pequeño partido de intelectuales urbanos como el propio Ulacia; como el médico vergarés Justo Gárate, autor de interesantes estudios sobre la Ilustración y el Romanticismo en el país vasco; como el arquitecto Tomás Bilbao Hospitalet, uno de los adalides españoles de la arquitectura racionalista, o como el notable periodista José Olivares, que utilizaba el barojiano seudónimo de Tellagorri.
Políticamente, ANV no significó gran cosa. Fue extraparlamentaria durante todo el período republicano. Su apoyo incondicional al Frente Popular la convirtió, desde julio de 1936, en un importante elemento de mediación entre el Gobierno de la República y un PNV dubitativo y renuente, lo que explica que, en octubre de ese año, uno de sus miembros, Gonzalo Nárdiz, se incorporase al gabinete de José Antonio Aguirre como consejero de Ganadería y se encomendase a Tomás Bilbao la Jefatura de Fortificaciones del Gobierno de Euskadi. Más tarde, el mismo Bilbao Hospitalet formaría parte del Gobierno de Negrín como ministro sin cartera.
La contribución de ANV a las milicias vascas consistió en cuatro batallones que no hicieron un papel muy lucido (fueron barridos ante el monte Albertia). En el exilio mantuvo una actividad lánguida, gracias sobre todo a su boletín, Tierra Vasca, editado en Buenos Aires y dirigido por Tellagorri. A finales de los años sesenta, varios miembros de ETA refugiados en Venezuela ingresaron en el partido y le dieron una nueva orientación de carácter nacionalista-revolucionario, afín al de la organización terrorista. La ANV que regresó a España tras la muerte de Franco poco tenía ya que ver con la de la República. Sus dirigentes eran jóvenes nacionalistas procedentes de ETA y formados en la versión abertzale del maoísmo. Herri Batasuna surgió oficialmente como una coalición de ANV y otros insignificantes grupúsculos, ESB y LAIA. Más adelante, desaparecidos estos últimos, la coalición pervivió a efectos legales sobre el acuerdo entre ANV y HASI, producto éste del desdoblamiento de ETA-militar en 1975. Ambos se disolvieron en Batasuna cuando la coalición se transformó en partido.
Aunque las siglas de ANV siguen correspondiendo a un partido legalizado en 1977, es evidente que desde los años sesenta ha sido una organización ancilar de ETA, sin otra relación con la ANV histórica que el nombre y los símbolos. Cabe suponer, por otra parte, que la ilegalización de Batasuna invalidó automáticamente la legalidad de todos y cada uno de sus elementos seminales, entre los cuales ha sido ANV el más constante. No estamos siquiera ante el caso de una franquicia al estilo del PCTV, sino ante el de un organismo plenamente asimilado por otro. Permitir que ANV concurra a las elecciones equivaldría a una legalización efectiva de Batasuna, de la que aquella es una mera sinécdoque; es decir, una figuración retórica que representa una totalidad determinada mediante una cualquiera de sus partes. Si la Ley de Partidos impide que ETA esté representada en las instituciones por su sinécdoque, Batasuna, debe impedir asimismo que lo sea por una innegable sinécdoque de esta última.
Jon Juaristi, ABC, 14/4/2007