Obama elige nuevo gabinete

JAVIER RUPÉREZ, EL IMPARCIAL 08/02/13

· Es tradición de la vida política americana que, en el caso de ser reelegido, el Presidente renueve en profundidad la composición de su gabinete. Sus componentes, a diferencia de lo que suele ocurrir en los sistemas parlamentarios europeos, no forman parte de un ente colectivo con responsabilidades bien definidas sino que se limitan a ser, y la denominación de su cargo así lo indica, secretarios de despacho o consejeros presidenciales. Es el jefe del ejecutivo el que constitucionalmente ostenta todo el poder y la responsabilidad en ese sector de la división constitucional. La figura de un Consejo de Ministros con responsabilidades políticas y jurídicas bien definidas y obligación regular de reunión no existe en el sistema de los Estados Unidos.

Sin embargo, y respondiendo a la teoría y a la práctica de los “checks and balances” que establece la Constitución americana entre las tres ramas del gobierno —entendido en el sentido mas amplio de la palabra- el Congreso retiene el poder de confirmar o denegar los nombramientos que el Presidente realiza para ocupar la dirección de cada uno de los departamentos del gabinete y de otros altos cargos de similar relieve. Poder extendido a la confirmación de los jueces federales y de los magistrados del Tribunal Supremo, ambos también propuestos por la Casa Blanca. El procedimiento de la confirmación, evacuado a través de la correspondiente audiencia de los candidatos en las comisiones correspondientes del Senado y eventualmente en el mismo plenario de la Cámara, suelen dar lugar a interesantes confrontaciones entre Ejecutivo y Legislativo, poniendo de relieve las capacidades o incapacidades de los candidatos y arrojando reveladores indicios sobre las intenciones respectivas en el Capitolio y en la Casa Blanca. No es en ningún caso trámite anónimo ni baladí. El mismo principio de la división de poderes está en juego.

Como todos sus predecesores en la misma situación, Obama ha querido rodearse en el segundo mandato de gentes caracterizadas más por la sintonía personal que por la necesidad política, pero al trámite está conociendo más obstáculos que los tradicionalmente experimentados. En la Secretaría de Estado, por ejemplo, el departamento con más visibilidad, habría podido continuar Hillary Clinton, que de rival electoral pasó rápidamente a ser fiel y sumisa colaboradora, si la ex primera dama no hubiera decidido buscar en un estratégico retiro lo que posiblemente sea la preparación de la carrera electoral hacia las presidenciales de 2016. Fue Susan Rice, la actual embajadora americana ante Naciones Unidas e integrante del círculo próximo de amistades presidenciales, la primera preconizada para ocupar el puesto, pero las salpicaduras de la tragedia de Bengazi —en la que no tuvo más responsabilidad que ofrecer públicamente las erróneas explicaciones que del suceso le había facilitado la CIA- y su manifiesta falta de sintonía con destacados miembros de la cámara senatorial la forzaron a retirar su candidatura aún antes de haber sido hecha oficial. Fue un primer descalabro para la Casa Blanca, cubierto con rapidez por la confirmación sin obstáculos del hasta ahora senador por Massachussets John Kerry como Secretario de Estado. Es Kerry hombre sin demasiadas aristas ni grandes brillanteces, como ya demostró en su frustrada carrera presidencial frente a George W. Bush, pero seguramente curtido en las lides internacionales tras su larga experiencia en el comité de relaciones exteriores del Senado.

Para el importante papel de Secretario de Defensa, ocupado en los primeros dos años de la administración por Robert Gates, único residuo de la administración Bush y como él republicano, y tras el interregno de Leon Panetta, otro de los demócratas tradicionales, Obama ha pedido la confirmación de Chuck Hagel, que fuera senador republicana por Nebraska pero cuyas credenciales políticas son drásticamente puestas en duda por su antiguos compañeros de bancada. Hagel, que parece cae bien a Obama tras algunos viajes al extranjero realizados en comandita cuando ambos eran senadores, tiene una larga lista de afirmaciones entre heterodoxas y sorprendentes sobre temas candentes de la política exterior USA, trátese de las relaciones con Israel, de los intentos nucleares iraníes o del manejo de las opciones militares en las guerras en Irak y en Afganistán. Seguramente no le faltarán los votos suficientes para alcanzar la confirmación pero su audiencia en el Senado no ha podido resultar menos convincente ni más vacilante. No ha sido un buen comienzo.

Tormentoso se anuncia el trámite para la confirmación del designado por Obama para dirigir la CIA, John Brennan. Nadie pone en duda sus credenciales, profesional como es de los servicios de inteligencia, ni su proximidad a la Casa Blanca, donde ha venido trabajando estos cuatro años como responsable para temas de contraterrorismo. Pero el proceso de su confirmación coincide con la publicación por el Departamento de Justicia de los memoranda elaborados por la administración para justificar la utilización de los aviones no tripulados en la persecución y muerte de agentes terroristas, incluidos entre ellos algunos ciudadanos americanos. Tal fue el caso de la operación que en Yemen acabó con la vida, en Octubre 2011, del clérigo islamista radical Anwar al-Awlaki, nacional USA. Las organizaciones dedicadas a la defensa de los derechos humanos han concentrado su atención en los “drones” y sus consecuencias, repitiendo con ello una polémica que, para colmo de paradojas, tuvo antes como objetivo a la administración Bush. Brennan sustituiría al que fuera héroe militar de su generación, el general David Petraeus, que hace pocos meses, y en prosecución de su propio y exigente código ético, presentó su dimisión tras reconocer una aventura extramatrimonial con una joven periodista.

A Timothy Geithner, el poco popular Secretario del Tesoro, al que hoy las redes sociales despiden con cuchufletas y bromas varias, recordando sus pasadas y seguramente futuras relaciones con lo más nutrido del sector financiero americano, le sustituiría, caso de ser confirmado, Jack Lew, que en los últimos meses ha ocupado en la Casa Blanca el puesto, central en la administración americana, del Jefe de Gabinete presidencial. No le faltan cualificaciones para el puesto pero, que duda cabe, es la proximidad presidencial la que le otorga la confianza. Parece que seguiría en Justicia Eric Holder, uno de los más caracterizados miembros del circulo personal de Obama, mientras que, en lo que parece, guiño hacia el mundo empresarial de simpatía demócrata, Penny Priztker, distinguida miembro de la poderosa dinastía de Chicago que incluye entre sus propiedades la cadena hotelera Hyatt, sería propuesta para ocupar la Secretaria de Comercio, y Sally Jewell, CEO de la cadena REI dedicada a la venta de productos para deportes al aire libre, la cartera de Interior —nada que ver con nuestra denominación: es el departamento que entre otras cosas gestiona los parques nacionales-. Del resto queda sobre todo por averiguar quién ocupara la cartera de “Homeland Security”, esa sí equivalente a nuestro Interior, a la que ya ha anunciado su renuncia Janet Napolitano. Y otros tantos, porque con la excepción de Eric Holder todos los Secretario han presentado su renuncia. Suave eufemismo para indicar que el Presidente desea que desparezcan por el foro para remodelar el grupo a su imagen y semejanza y permitirle sin trabas ni componendas desarrollar la política del segundo y último mandato. Pero entre tanto el proceso de las confirmaciones, sujeto al buen principio del control mutuo entre los poderes y a las veleidades y necesidades políticas de unos y otros, permitirá conocer con claridad las calidades de unos y los propósitos del otro, del Presidente. Cosas que no siempre son bien sabidas y controladas en los sistemas llamados parlamentarios. A la postre menos tales que los se denominan presidencialistas. Así es la vida.

JAVIER RUPÉREZ, EL IMPARCIAL 08/02/13