Contra el monismo político y cultural

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 07/04/13

·El sustrato democrático no es algo nebuloso, sino la asunción de la limitación y particularidad de cada proyecto político.

El monismo es lo que se opone a lo múltiple. El monismo trata de reducir todo a lo mismo, es la búsqueda de la homogeneidad, la búsqueda de una causa única capaz de explicar todo, la fe en un principio único. El monismo es la fuente del totalitarismo, puesto que la realidad histórica, la realidad humana es plural, múltiple, contingente –es decir, que puede ser de otra manera a como es–, heterogénea. Esto se aplica, sobre todo, a la realidad humana y social: ésta es una realidad heterogénea, y la voluntad de convertirla en homogénea implica la negación de la libertad.

En una referencia periodística de la última Korrika, el titular reza: «Herri hau euskaraz pentsatuko dugu», «Vamos a pensar en euskera a este pueblo». Una frase que no quiere expresar una simple constatación, sino más bien un deber ser. La referencia periodística dice que el bertsolari Amets Arzallus fue quien leyó el mensaje que estaba encerrado en el testigo que pasó de mano en mano durante la Korrika.

En ese mensaje se afirma que la lengua materna no es la que recibimos de nuestra madre, en el seno familiar, sino la que usamos para pensar. Y que el pueblo vasco sólo puede ser pensado en euskera, por lo que ese pueblo tendrá sólo una lengua, será monolítico, caerá presa del monismo. Dejará de ser plural. Si el pueblo vasco sólo puede ser pensado en euskera, todo lo que los vascos han pensado de su pueblo a lo largo de la historia en castellano debe ser erradicado, expulsado del pensamiento sobre el pueblo vasco, no le pertenece a éste. Ese mensaje dice que el pueblo vasco sólo podrá parirse a sí mismo en el futuro en euskera. El castellano no puede reproducir el pueblo vasco. Y toda la reproducción que ha habido en castellano de los vascos reales, reproducción que existir, sí ha existido y existe, es una falsedad completa, una mentira histórica.

Es realmente brutal este monismo, implica una violencia de pensamiento que debe ser denunciada, que es inaceptable, a pesar de que en la misma referencia periodística se diga que la última Korrika ha sido la más plural de la historia. El pueblo vasco ha sido pensado en euskera por los carlistas o por los liberales, dos formas de ver y pensar el pueblo vasco radicalmente distintas. Ambos, carlistas y liberales, también pensaron España en euskera. ETA ha pensado el pueblo vasco en euskera. ¿Qué significa entonces pensar el pueblo vasco en euskera? Una cosa es pensar el pueblo vasco en euskera, y otra decir en euskera lo que se piensa sobre el pueblo vasco, decir en euskera, o en castellano, cómo se define el pueblo vasco. Y algunas definiciones, sean en euskera o en castellano, se parecerán mucho más entre sí que otras definiciones, sean en euskera o en castellano, unas serán aceptables y otras radicalmente inaceptables en democracia.

El mismo monismo del bertsolari Amets Arzallus se pone de manifiesto en el artículo de Joseba Egibar glosando el Aberri Eguna convocado por su partido este año. También se refiere al pluralismo. Escribe que «Euskadi es un país moderno en Europa. Como tal vivimos en la cultura de la pluralidad. Aun constatando su lado enriquecedor, la pluralidad de ideas y visiones de la realidad resulta con frecuencia fuente de conflicto. En toda cultura plural avanzada, el diálogo es la herramienta política y democrática imprescindible para superar bloqueos y discrepancias y es el medio para concertar acuerdos que unen a la sociedad».

Parece que el pluralismo es un problema que debe ser solucionado, y no un valor a preservar. Pero democracia es la garantía de que el pluralismo, fuente de libertad, será preservado y ampliado, no solucionado. Sin pluralismo no hay libertad. Y el pluralismo se niega en el momento en que para la constitución de una sociedad se afirma que es preciso respetar el valor normativo relevante de la voluntad social mayoritaria. Egibar oculta que el principio democrático de la mayoría sólo funciona a partir del acuerdo entre diferentes que permite precisamente que se constituya políticamente dicha sociedad.

Ese acuerdo imprescindible no puede basarse en optar por uno de los proyectos ideológicos o sentimentales sustantivos que existen en el seno de la sociedad, sino que se basa en las normas, reglas y derechos básicos válidos para todos sin excepción: los derechos humanos, que no se reducen a la vida de cada persona, sino que, sobre la base de ese respeto, afirman el derecho a la libertad de conciencia, de opinión, de creencia, de identidad, de sentimiento de pertenencia. El acuerdo no se puede construir sobre ninguna de éstas si se quiere preservar la libertad de todas ellas, eso sí, obligándolas a entenderse a sí mismas como particulares y limitadas.

Esas reglas acordadas y esos derechos básicos que incluyen esa libertad fundamental constituyen la gramática que permite el diálogo democrático. Fuera de esas reglas, conculcando esas reglas y esas libertades fundamentales –por ejemplo elevando una identidad sustantiva concreta y limitada a base única para la definición política de la sociedad, aunque sea supuestamente mayoritaria, como apunta Egibar en su artículo– no existe diálogo democrático, sino el reino de la fuerza bruta.

El sustrato democrático no es algo nebuloso, sino la asunción de la limitación y particularidad de cada proyecto político, la asunción de que sobre esa particularidad no se puede construir una sociedad política si no es negando la libertad de los diferentes, del otro. Lo único que tiene derecho, más bien obligación, a ser realizado en democracia es precisamente esa asunción de la particularidad y limitación de las pretensiones, a veces, absolutas –y por ello antidemocráticas– de los proyectos políticos. Ninguna otra cosa.

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 07/04/13