El Gobierno pide confianza en su política de diálogo con ETA. Ante las dudas que generan el comportamiento de la banda y del resto de la izquierda abertzale, nos piden fe en el presidente y en su estrategia. Pero resulta difícil otorgársela viendo a ese Gobierno negar hechos objetivos como son las cartas de extorsión.
Son puntuales como un reloj suizo: apenas se inicia cada mes, las redes de extorsión de ETA–porque son varias y algunas todavía están activas- ponen en los buzones de Correos una nueva remesa de cartas de extorsión. Después, sólo es cuestión de días que salga a la luz la existencia de estas misivas de chantaje.
Ni siquiera la tregua ha interrumpido el funcionamiento de la maquinaria de extorsión de ETA. En la última entrevista a dirigentes de la banda publicada por ‘Gara’, los encapuchados reconocían abiertamente que seguían enviando cartas. En los supuestos acuerdos entre el Gobierno y ETA difundidos por ese mismo periódico no se incluía el cese de estas actividades de recaudación. Los jueces de la Audiencia Nacional han incorporado las cartas a los correspondientes sumarios y en la prensa hemos visto reproducidas fotográficamente las misivas etarras, cuya autenticidad es avalada por los expertos policiales.
Pese a todo ello, desde el Gobierno y el partido que lo sustenta se insiste en negar lo evidente y cuestionar su existencia. Hay tanto interés en poner en duda que ETA sigue extorsionando que, al final, se acaba acusando a las víctimas de tener intenciones políticas torticeras por dar a conocer las cartas. Y mientras el dedo acusador apunta a los empresarios que denuncian, los terroristas hacen caja sin que quien gobierna les pida cuentas por esa vulneración manifiesta de la tregua. Porque si los acuerdos que mencionaba ‘Gara’ son falsos, como sostiene el Gobierno, el fin de la extorsión debería estar incluido dentro del cese de actividades terroristas, porque eso es lo que dijo también el Ejecutivo al inicio de la tregua.
Uno de los argumentos más invocados por el Gobierno para conseguir el respaldo de los ciudadanos en su política de diálogo con ETA es la petición de confianza. Ante las dudas que se generan a causa del comportamiento de la banda y del resto de la izquierda abertzale, continuamente nos piden fe en el presidente y en su estrategia. Pero resulta difícil ganarse la confianza de los ciudadanos si éstos ven que ese mismo Gobierno está negando hechos objetivos como son las cartas.
Para quitar importancia a las peticiones de dinero hay quien maneja también el argumento de que ETA ha cambiado el texto de las misivas y ahora no amenaza abiertamente, sino que emplea un «tono amable». Quien resalta la amabilidad del tono tendría que recibir una de las cartas, con los tres sellos de la banda, con su nombre y su dirección en el sobre, con el nombre de un hijo, de un hermano o de un amigo en el remite. Seguramente pensaría entonces lo mismo que el actor Luis Escobar, el marqués de Leguineche, en la película ‘Patrimonio Nacional’, cuando ve pasar el furgón de los antidisturbios: «Acojonan, ¿eh?».
Florencio Domínguez, EL CORREO, 24/7/2006