Dignidad

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 23/05/2013

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· No es que no quieran aceptar el suelo ético. Es que no entienden este lenguaje, porque para ellos solo hay una ética, y es la de los vencedores gracias al uso de la fuerza.

Todo lo que está afectado por el terror de ETA y su historia es problemático en y para la sociedad vasca, aunque existan esfuerzos por salvar de ello unos el nacionalismo, otros la revolución y el izquierdismo. Lo que no se salva de ninguna manera es la dignidad. La historia del terror de ETA ha sido una historia en la que no ha existido dignidad alguna, y si ha existido, ésta ha sido la de las víctimas asesinadas, la dignidad de quien fue asesinado en nombre de un proyecto político, defínase éste como se quiera.

Algunos ingenuos pensaron, o pensamos, que quizá en el momento en el que aparecía en el horizonte el fin de ETA íbamos a ser capaces, iba la sociedad vasca a ser capaz de introducir algo de dignidad a toda la historia, aunque fuera al final. Pero creo que no va a suceder tal. Lo que mal comienza mal acaba, dice el refrán, y se puede leer en la abundante bibliografía existente sobre la historia de ETA, que ésta nunca se planteó cuestión moral alguna respecto al uso de la violencia. Dicen los historiadores que en ETA nunca se planteó esa discusión, que el uso de la violencia se dio por hecho, por algo necesario, algo inevitable, algo indiscutible, y que lo único que se discutió, una y otra vez, fue el valor y el lugar estratégico y táctico de su uso.

Mucho se habla de la necesidad de la memoria y de la necesidad de rescatar la verdad de lo acontecido, de todo lo acontecido, como recalcan algunos machaconamente. Pero uno se pregunta qué verdad se debe rescatar respecto a la violencia y el terror de ETA si para esta organización y para los que dentro de ella ejecutaron la violencia y el terror, y para los que en círculos concéntricos expansivos teorizaron, legitimaron, explicaron, entendieron y silenciaron esa violencia de terror no hubo nada cuestionable en su uso, si ese uso caía por su propio peso, no era digno ni siquiera de una pregunta, de una duda, de una reflexión acerca de su legitimidad.

Los actores de la violencia terrorista actuaron como actuaron porque no tenían más remedio que actuar así. Esa es su verdad, esa es la verdad que quieren que rescate y entienda la sociedad. Nada más. No van a empezar a preguntarse ahora lo que no se preguntaron a la hora de decidir cada uno de los más de ochocientos asesinatos. Lo más que pueden hacer es lo que han hecho: preguntarse si estratégicamente tiene sentido aún el uso del terror y de la violencia. Y parece que han decidido que, en estos momentos y en estas circunstancias, la estrategia debe ser la de cesar en la actividad armada. Punto. Todo es cuestión de tácticas y de estrategias. Por eso no puede haber ni vencedores ni vencidos, por eso no se puede plantear cuestión moral alguna. La única moral viene dada por la bondad del proyecto: la liberación nacional y social de Euskal Herria. Y ¿quién se atreve a estar contra ello?

Y si se les habla de suelo ético no entienden nada. No es que no quieran aceptar el suelo ético. Es que no entienden este lenguaje, porque para ellos, desde un inicio y a lo largo de toda su historia, sólo hay una moral, una ética, y es la ética de los vencedores gracias al uso de la fuerza, de la violencia y del terror. No es cuestión de derechos, no es cuestión de morales o de éticas, no es cuestión de verdades. Sólo es cuestión de fines definidos por un colectivo en plena soberanía. Todo lo que se adecúe a la consecución de ese fin, incluido por supuesto el uso de la fuerza y de la violencia, tiene sentido. Con eso basta.

Con todo esto no quiero decir que los demás no tengamos que hablar de suelo ético, aunque preferiría, dado que este lenguaje les resbala en el sentido propio del término, que habláramos del Estado de derecho, pues éste implica la interiorización del respeto de los derechos humanos básicos y de las libertades fundamentales a la política, haciéndola democrática –menos para algunos fundamentalistas del positivismo jurídico–. Claro que tenemos que hablar de estas cosas por nuestra propia dignidad, para salvarla de esta historia de terror que nos han impuesto. Tenemos que hablar de Estado de derecho, que no es otra cosa que el discurso de los derechos humanos básicos y de las libertades fundamentales: el derecho a la vida, el derecho a la libertad de conciencia, a la libertad de pensamiento, a la libertad de expresión, a la libertad de identidad, a la libertad de sentimiento de pertenencia, y el derecho a un marco público en el que las reglas de juego y los procedimientos estén regulados por estas libertades y por estos derechos básicos.

Lo que no podemos hacer es pensar que porque les hablamos de suelo ético estamos en el mismo nivel de lenguaje: no es verdad, no lo entienden porque han optado por no entenderlo, porque su lenguaje es otro, porque su lenguaje no tiene sitio más que para el triunfo de la revolución de la liberación nacional y social de Euskal Herria. No tenemos la misma gramática, no hablamos el mismo lenguaje, se niegan a aceptar que haya reglas de traducción entre su lenguaje y el nuestro, sólo conocen reglas tácticas para llevar nuestro lenguaje al suyo para que signifique lo que ellos quieren que signifique.

Nosotros tenemos un lenguaje y una gramática que es capaz de incluirlos a ellos si cumplen, al menos en apariencia, algunas condiciones. Y los legalizamos. Pero ellos sólo hablan en un lenguaje que sólo entiende de la exclusión de los que no piensan como ellos, hasta hacerlos desaparecer, por exclusión definitiva, muerte, o por asimilación total. Lo podemos ver en un ejemplo claro. Escribe Joxe Azurmendi en su trabajo titulado ‘Barkamena, Kondena, Tortura, estatua kontzientzien kontrolatzailea’: «Quien actúa racionalmente y pensadamente, aunque yerre, no tiene por qué arrepentirse. Lo que el arrepentimiento muestra, por el contrario, es que antes no se obró racionalmente, y ahora tampoco. El arrepentimiento pone de manifiesto un doble acto irracional» (p. 25).

Aun sabiendo que quien lea estas consideraciones citadas no entiende nada de lo que estamos debatiendo, nosotros debemos seguir tratando de salvar algo de dignidad en toda esa historia.

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 23/05/2013