La democracia, en su sitio

ELISA DE LA NUEZ, EL MUNDO 24/05/2013

· La autora sostiene que no hay cultura democrática en el seno de los partidos.

Quizá una de las preguntas más importantes que podemos hacernos estos días en España es la relativa al espacio donde debe jugar la democracia. Quizá una anécdota de hace muchos años pueda aclarar lo que quiero decir. Cuando iniciaba mi carrera profesional en Logroño a principios de los 90 como flamante abogada del Estado el Consejo Regulador de la Denominación de Origen de la Rioja me encargó un informe técnico-jurídico al que dediqué mucho entusiasmo dado que era mi tarjeta de presentación en mi nuevo destino. Para presentar sus conclusiones se me convocó a una reunión muy importante y cual no sería mi sorpresa cuando al acabar mi exposición el presidente del organismo dijo tranquilamente: «Bueno, pues ahora vamos a votar el informe del abogado del Estado» Y el caso es que lo votaron y –afortunadamente para mi prestigio profesional– la votación me fue favorable. Reconozco que no tuve el valor de decir en voz alta lo que pensaba: que los informes técnicos de los especialistas no se votan. Sencillamente, se siguen (o no) sus recomendaciones. Porque en el ámbito técnico o científico no hay votación que valga, aunque los creacionistas americanos crean otra cosa. El origen de las especies no se decide por votación.

Traigo a colación esta historia porque parece que en España hemos conseguido rizar el rizo de la democracia de forma que votamos lo que no tiene mucho sentido votar y no votamos (o votamos a ciegas y sin un debate riguroso, lo que viene a ser lo mismo) cuestiones esenciales para nuestra convivencia y para nuestro futuro. Nos consideramos muy democráticos porque votamos sobre cuestiones que por su carácter histórico, técnico o científico no son susceptibles de votación o para ser más exactos, a las que el resultado de la votación no va a afectar ni poco ni mucho, como puede ser votar sobre el carácter fascista de la conquista de Granada por los Reyes Católicos. En cambio hemos expulsado de la esfera pública y de la democracia temas esenciales, y eso que tenemos más parlamentos por cabeza que nadie. Pero en ellos no se vota en serio, previo un debate informado y de calidad, y no será por falta de temas tanto a nivel nacional como regional. Piensen que tenemos encima de la mesa desde la pretendida secesión de una comunidad autónoma hasta el futuro de la Monarquía pasando por la reorganización territorial, la sanidad, el desastre de la educación, la quiebra de las cajas de ahorros, el paro, las pensiones o la corrupción. Casi nada.

Y no es que de esto no se hable. Todo lo contrario, se habla muchísimo en la calle, en internet y últimamente hasta en los medios de comunicación. Y también hablan nuestros políticos pero preferentemente fuera del Hemiciclo, a puerta cerrada o en reuniones más o menos secretas. Es más, el presidente del Gobierno que se jacta de esa «discreción» que aleja del debate público y democrático temas sensibles (prácticamente todos lo son a estas alturas) y no como lo que es, algo aberrante desde un punto de vista democrático. Claro que también considera un mérito que en su partido no haya debates públicos. Y no es el único.

A mi juicio, éste es el origen del problema. Que no hay verdadera democracia ni cultura democrática allí donde debería haberla en grado sumo que es en el seno de los partidos políticos. Esta falta de democracia interna ha debilitado todo el sistema diseñado en la Transición y ha dañado extraordinariamente los fundamentos de nuestra democracia, sobre todo si se tiene en cuenta la colonización partitocrática que han sufrido prácticamente todas y cada una de nuestras instituciones y una parte no despreciable de las empresas y la sociedad civil. Nos hemos confundido con el sitio de la democracia. Hemos pensando que por votar asuntos como los informes jurídicos, el carácter genocida de la conquista española o los informes sobre la solvencia del solicitante de un crédito en una caja de ahorros éramos más democráticos que nadie. Y hemos consentido que se dejase primero de debatir y luego de votar (o que se votase siempre casi por unanimidad, lo que previamente había decidido el líder de turno con resultados que harían palidecer de envidia al partido comunista soviético) en el seno de los partidos políticos españoles. De forma inevitable al debilitarse o desaparecer la democracia de su sitio natural se ha ido debilitando y desapareciendo también en los grupos parlamentarios, en los parlamentos nacional y autonómicos y en tantos y tantos otros sitios con las consecuencias de todos conocidas.

EN FIN, como tantos ciudadanos de buena fe nacidos o educados bajo el franquismo no me atreví a decir entonces lo que hoy parece obvio: que la democracia es imprescindible para tomar algunas decisiones y no pinta nada en otras. Que no podemos confundir ser democráticos con votar al tuntún sin ningún tipo de criterio. Quizá votar un informe jurídico no entrañe tanto riesgo como votar cómo se debe operar en un quirófano, pero no está de más recordar que el mismo principio democrático mal entendido ha llevado a votar a quien se le concedía o no un préstamo en las cajas de ahorros que ha habido que salvar con el dinero de los contribuyentes. Y ya puestos y para ahorrar tiempo ¿por qué no prescindir del paso intermedio de votar los informes técnicos y repartirse directamente los préstamos, o los cargos en los órganos reguladores y de fiscalización o lo que sea por cuotas partidistas?

Ahora que toca replantearse prácticamente todo lo que parecía sólido, por utilizar la feliz expresión de Antonio Muñoz Molina, conviene empezar por el principio. Y en el principio están los partidos políticos, consagrados en el Título Preliminar de la Constitución como instrumentos fundamentales para la participación política de los ciudadanos con la finalidad de concurrir a la «formación y manifestación de la voluntad popular». Poco que ver con la realidad de su funcionamiento actual. Hoy podemos afirmar que nuestros partidos políticos carecen de democracia interna –digan lo que digan sus estatutos– en la medida es que el debate público y abierto y las votaciones libres e informadas les resultan insoportables hasta el punto de ser consideradas como una amenaza no ya para sus cúpulas directivas sino para la misma existencia del partido. En cuanto a la participación ciudadana de simpatizantes o afines es sencillamente imposible en las condiciones actuales. No hay que extrañarse de que la ciudadanía busque cauces de participación alternativos. Se trata de un problema gravísimo sobre el que conviene llamar la atención y al que urge poner remedio antes de que sea demasiado tarde. Una regeneración democrática como la que es imprescindible acometer en España no es viable con partidos sin democracia interna. Necesitamos partidos políticos, pero tienen que cambiar por dentro. Y como no lo van a hacer voluntariamente corresponde a la sociedad civil exigirlo.

Parafraseando a Kelsen, para bien o para mal solo la ilusión o la hipocresía puede creer que la democracia sea posible… sin partidos políticos internamente no democráticos.

Elisa de la Nuez es abogada del Estado, fundadora de Iclaves y editora del blog ¿Hay derecho?.

ELISA DE LA NUEZ, EL MUNDO 24/05/2013