El azar y la eficacia policial han frustrado una docena de intentos de la banda para asesinar desde el 2003. El jefe de los comandos etarras instó en febrero a «poner muertos sobre la mesa cuanto antes».
Hoy se cumplen dos años sin que se haya registrado ningún asesinato de ETA. A esta situación se ha llegado no por la buena voluntad de la banda terrorista, sino por el fracaso de una docena de intentos a lo largo de este tiempo. La casualidad en unos casos y la eficacia policial en otros han hecho posible que en este largo periodo no haya habido que lamentar víctimas mortales. Para encontrar una etapa tan larga sin que ETA ocasionara muertos hay que retroceder hasta el periodo comprendido entre abril de 1969 y agosto de 1972.
La inexistencia de muertos a manos de ETA durante los 24 meses pasados se ha presentado como una de las razones a favor de mantener contactos con la organización terrorista e, incluso, en ocasiones ha sido interpretada como muestra de la existencia de una «tregua tácita».
Sin embargo, la revisión de la actividad terrorista durante este tiempo -en el que se han perpetrado 69 atentados con un saldo de 127 personas heridas- revela que ETA no ha renunciado a matar, salvo en los meses inmediatamente posteriores al 11-M.
Los últimos asesinatos de la banda terrorista tuvieron lugar el 30 de mayo del 2003 en la localidad navarra de Sangüesa, donde una bomba lapa ocasionó la muerte de los policías nacionales Bonifacio Martín Hernández, de 56 años, y Julián Embid, de 53.Un tercer agente, Ramón Rodríguez, resultó herido de gravedad, al igual que otro vecino de esa población.
Apenas un mes después del atentado de Sangüesa, el 1 de julio del 2003, ETA quiso matar a los miembros de una patrulla de la Ertzaintza con un coche bomba en Bilbao.
El atentado quedó frustrado por las medidas de seguridad adoptadas por los agentes. De haberse consumado ese día los planes de los terroristas, la supuesta tregua tácita de ETA ya no duraría dos años, sino 23 meses.
Quienes sostienen la idea de la ausencia intencionada de víctimas mortales se olvidan también de la emboscada que un comando preparó contra otra patrulla de la policía vasca el 14 de septiembre de 2003. Dos agentes resultaron heridos, pese a lo cual respondieron al fuego de sus agresores hiriendo mortalmente a uno de los atacantes. Es obvio decirlo, pero el objetivo de este atentado era matar a los dos ertzainas.
El 18 de octubre, el cuartel militar de Ainzoain, en Navarra, fue atacado mediante el lanzamiento de dos proyectiles cargados con 20 y 15 kilos de explosivo, respectivamente. Uno de ellos alcanzó el tejado de uno de los edificios del acuartelamiento, pero no llegó a estallar. La gran cantidad de carga explosiva hubiera provocado no sólo cuantiosos daños materiales, sino víctimas mortales, seguramente. A todo lo anterior hay que añadir el atentado (evitado por la acción policial) contra el tren Intercity Irún-Madrid el día de Navidad, cuyos autores han sido condenados por asesinato frustrado. Ello hace que 2003 no pueda incluirse en el cómputo del periodo de buena voluntad etarra.
La reciente desarticulación del comando Donosti ha permitido saber que, en febrero del 2004, dos miembros de esta célula terrorista fueron enviados a San Sebastián con información y órdenes para matar a un subdirector de la prisión de Martutene y a un ertzaina domiciliado en una localidad próxima a la capital guipuzcoana. Esos atentados no llegaron a consumarse porque el grupo terrorista recibió órdenes de regresar a Francia tras el 11-M. Este dato confirma lo que venían sospechando los servicios antiterroristas: que dada la magnitud de la tragedia del 11-M, ETA decidió suspender temporalmente su actividad ante el temor a la reacción que podría ocasionar un atentado suyo por parte de una sociedad conmocionada por lo ocurrido. El parón de ETA no fue motivado por buenos propósitos de la banda, sino por cálculos de oportunidad. A ese parón se puso fin en el verano de 2004 con los primeros atentados contra el turismo.
ETA volvió a reanudar la actividad terrorista de forma escalonada para que la sociedad fuera asumiendo poco a poco el retorno del grupo a fin de evitar reacciones de rechazo todavía condicionadas por el 11-M. Pese a ello, hay que mencionar que la banda envió a un activista a Mallorca, en Semana Santa del 2004, con el objetivo de preparar un atentado contra el Rey.
El 14 de noviembre, el mismo día que Batasuna presentaba en Anoeta su nueva estrategia con el visto bueno de ETA, la banda hacía estallar dos bombas en el refugio militar de Belagua, en cuyo interior dormían varios soldados. Una bomba con 20 kilos de explosivo fue colocada frente a la puerta principal del edificio. «El otro, de 10 kilos, junto al depósito de gas -explica ETA en el boletín Zutabe 107-. Los explosivos hicieron explosión a las 7.00 de la mañana, provocando daños materiales en el edificio principal y en el depósito de gas (éste, lamentablemente, se encontraba vacío)».
En efecto, una de las bombas fue colocada en un depósito de gas contiguo al edificio que estaba vacío, circunstancia que, al parecer, ignoraba la banda terrorista. De haber estado lleno, el edificio donde se encontraban los soldados hubiera sido arrasado y la suerte de sus ocupantes hubiera sido incierta. Un mes antes, en octubre, dos mujeres miembros de la banda habían tiroteado a una patrulla de gendarmes franceses en Tarbes, pero sin alcanzarles.
El 22 de diciembre, ETA colocó una bomba en el cuartel de la Guardia Civil de la localidad de Luna. El azar quiso que la zona del edificio en la que estalló el artefacto estuviera vacía y tan sólo causara daños materiales. La banda terrorista no se molestó esta vez en avisar de la existencia del explosivo para prevenir daños personales.
El año 2004, por tanto, con la excepción de unos meses tras el 11-M, tampoco puede considerarse como un periodo de gracia en el que ETA renunció a matar.
El 18 de enero pasado, en Getxo, estalló un coche bomba cargado de clavos a modo de metralla. Este dato y las circunstancias en que fue cometido el atentado llevaron al consejero de Interior, Javier Balza, a sostener que se trataba de una acción terrorista cometida con la intención de matar.
La muerte estuvo rondando al atentado cometido por ETA el 9 de febrero en Madrid, al hacer estallar un coche bomba en el recinto ferial Juan Carlos I en una hora con gran afluencia de público y tras haber efectuado un aviso confuso que no permitió desalojar la zona adecuadamente. El resultado: 42 personas sufrieron heridas de diferente consideración. Unos días más tarde, el día 17, la policía detuvo en Valencia a dos miembros de un comando que, al día siguiente, tenían intención de perpetrar un atentado con bomba lapa, lo que implica voluntad de matar de manera inequívoca.
En febrero también, la Guardia Civil desarticuló el comando Adour en Vizcaya y se incautó de una carta del jefe de los comandos de ETA, Garikoitz Aspiazu, Txeroki,en la que daba a sus subordinados la orden expresa de matar: «Sobre el clima político: comprendo lo que me comentáis y que a consecuencia de eso no hayáis realizado ekintzas,pero aunque el ambiente esté enrarecido no hay nada y tenemos que poner muertos sobre la mesa cuanto antes -afirmaba la misiva-. Siendo esto así, vuestra planificación será de mes y medio más o menos (hasta que tengamos la cita) y en ese periodo tendréis que poner patas arriba a un enemigo uniformado (da lo mismo qué uniforme y dónde). En esta situación quedará de la hostia y nos dará mucha fuerza».
El texto no deja lugar a dudas sobre los planes de la organización terrorista, que había fijado como fecha límite para cometer ese crimen el 19 de marzo. Al día siguiente llegaba a San Sebastián un nuevo comando Donosti cuyos integrantes fueron capturados por la policía el 25 de marzo. La operación permitió conocer que los etarras tenían información y órdenes para matar a un guardia civil y a un miembro del Ejército. En este caso, como en el anterior, no fue casualidad que no se cometieran los crímenes, sino el resultado del buen hacer de las fuerzas de seguridad del Estado.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 30/5/2005