Para la consecución de una memoria que deslegitime definitivamente la violencia, no basta con formular una declaración general, sino que debe hacerse día a día, pueblo a pueblo, ante las víctimas con nombre y apellidos; porque en el pasado, demasiadas veces, el respaldo a los agresores con nombre y apellidos se ha producido también pueblo a pueblo.
Azkoitia y Bilbao han sido la semana pasada los dos escenarios que han tenido a las víctimas del terrorismo como protagonistas, dos escenarios que representan la cara y la cruz de la misma moneda. En la localidad guipuzcoana se ha puesto de manifiesto que las teorías sobre pacificación, cuando llegan a la calle, tienen que sufrir el contraste con personas con nombre y apellidos, los nombres de las víctimas y de los agresores, ante los cuales no existe margen para el ejercicio de la equidistancia ni para dar abrazos a las dos partes al mismo tiempo. Las doctrinas de despacho sobre la reconciliación pueden estrellarse si no son capaces de tener en cuenta cuál es la realidad de la sociedad y que, ante conflictos con posiciones antagónicas, sólo la ley aporta soluciones.
Ante el problema planteado en Azkoitia, nadie ha dicho una palabra sobre la excarcelación anticipada de los dos miembros de ETA que mataron a Ramón Baglietto. Sólo se ha denunciado la insensibilidad demostrada por uno de ellos -en medio de la indiferencia general- al colocar un negocio frente a la casa de la viuda de la víctima. Esta insensibilidad individual e indiferencia colectiva reflejan la falta de conciencia del daño causado. Al tiempo, se ha reclamado el cumplimiento de la parte de la sentencia relativa al pago de indemnizaciones que estaba pendiente. Nada que ver con la venganza. Sólo la ley.
Las calles de Bilbao fueron el sábado el espacio por el que se desarrolló la manifestación de Gesto por la Paz, que ha colocado a las víctimas en el centro de su discurso. La coordinadora pacifista lleva años escuchando directamente a quienes han sufrido el terrorismo, les ha dejado que hablen de su sufrimiento, del comportamiento que la sociedad y las instituciones han tenido con ellos. Fruto de esta paciente labor de escucha ha sido la maduración de un discurso sobre la pacificación al que debería prestar más atención la clase política.
Gesto por la Paz aboga por sentar unas bases éticas del futuro basadas en la memoria de lo que ha ocurrido, «una memoria que deslegitime definitivamente la violencia, una memoria que reclame justicia y democracia para esta sociedad plural», que reconozca el daño a las víctimas para que ningún proyecto político se levante como una afrenta para éstas.
Para la aplicación de este tipo de principios no basta con formular una declaración general, por muy solemne que sea, sino que debe hacerse día a día, pueblo a pueblo, ante esas víctimas con nombre y apellidos, porque en el pasado, demasiadas veces, el respaldo a los agresores con nombre y apellidos se ha producido también pueblo a pueblo.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 30/1/2006